Roto

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Marcela evitó a Max hasta el día de su participación en la obra a la que fue invitado. Durante toda la semana se armó de escusas, aprovechando que él tenía días libres y sus padres la ponían al día de sus aventuras. No deseaba verlo, aunque quería cumplir con su promesa de asistir. Se presentaría todo el fin de semana, pero eligió ir hasta el domingo porque intentó prolongar su encuentro.

El teatro era sencillo, pero se notaba el esmero de la puesta en escena. Llegó cuando estaba a punto de empezar y ocupó el asiento que tenía su nombre en una hoja de papel y que se situaba justo frente al escenario. Cuando el telón se levantó, pudo verlo. Fue el segundo en salir y no logró contener la emoción a pesar de todo.

La tragicomedia presentada fue tan entrañable que, al terminar, muchos sollozaron y se limpiaron las lágrimas. En la historia, el protagonista pertenecía a la clase social baja y la sátira manejada daba pie a situaciones cómicas y crudas que no veía venir. Peter era un genio creando y eligiendo a sus actores. Max mostró matices que le desconocía, y fue cambiando el tono de voz para poder transmitir lo que iba sintiendo. El final de la obra, ese inesperado y triste final, la hizo volver a sus días de estudiante donde soñaba con darle vida a tantas historias... Para su decepción, esos anhelos se quedaron olvidados en borradores que no terminó y direcciones escasas. Fue en ese instante que supo lo que haría con su futuro, como si una luz interior se encendiera y le ayudara a ubicar el camino perdido.

La conmoción que vivieron los espectadores no hubiera sido posible sin el talento de los actores, que, a su juicio, era respetable. Aunque tenía claro que el éxito fue gracias a la magia del actor principal. Su intérprete, el joven estudiante y novato, ¡era un artista de verdad! Recordó entonces toda su relación como si hubiera sido puesta en modo rápido; lo vivido a su lado y las veces que adoró verlo de pie, esperándola, con su sola presencia que la deslumbró de una forma sublime.

Con el cierre de las cortinas se sintió tan avergonzada por haberlo juzgado a la ligera, porque no vio su capacidad antes, que decidió que al menos en eso le debía una disculpa.

Los aplausos terminaron y, en cuanto la gente comenzó a retirarse, Max bajó para saludarla y darle un beso por toda la alegría que sentía.

—Ven, quiero que conozcas al director, también da clases en la universidad y fue mi profesor —le dijo sujetando sus manos y ella lo siguió incómoda hasta los vestidores; ese no era el plan que tenía, pero no rebatió porque parecía de verdad entusiasmado.

En cuanto divisaron a Peter, lo reconoció enseguida.

—¡No puede ser! —exclamó extendiendo los brazos.

—¡Pero qué sorpresa! —respondió el director con una sonrisa y aceptó el abrazo.

Peter Cook fue su compañero en la universidad. De padre estadounidense y madre mexicana, era unos cuantos años mayor que ella porque él cursaba su segunda carrera. Su estilo desaliñado y un tanto exótico siempre le pareció demasiado llamativo. Un hombre inteligente que destacó por sus ideas alternativas y con el trabajo que acababa de ver le confirmó que seguía manteniendo su genialidad. Trabajaron juntos un par de años hasta que sus caminos se separaron y él se mudó al teatro independiente donde era muy feliz.

—¿Así que se conocen? —mencionó Max y aprovechó el encuentro para poder retirarse un momento—. Eso es excelente porque puedo ir a cambiarme en lo que se ponen al día. —Tenía planeada una velada romántica y quería lucir como a ella tanto le gustaba

—No has cambiado nada —dijo Peter después de que su estimado exalumno se marchó. Marcela le parecía una mujer excepcional, aunque en el pasado su temperamento logró exasperarlo más de una vez.

El Intérprete ©Where stories live. Discover now