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—Oye, abuela, ¿cómo te va? —Aplasté el teléfono entre el hombro y la oreja mientras me quitaba los pantalones color caqui que eran reglamento para todos los empleados.

—Oh, Jungkook, ¿cuándo vienes a casa?

Era la misma pregunta que siempre hacía. A pesar de que escribía las fechas de mis descansos en el calendario junto a la nevera, nunca se fijaba en eso.

—La semana de vacaciones. Iré el miércoles. Tengo que trabajar ese fin de semana. —Le hice una mueca a mi reflejo en el espejo mientras me desabrochaba la camisa. Mi cabello era un desastre debido a que los niños siempre tiraban de el.

—Necesitan un conteo exacto para vacaciones.

Sacudí la cabeza por su reprimenda, pero no dije nada. —Bueno, confirma para dos. —La cena solía ser atendida por Hardy's, una cafetería local. Los ancianos llenaban la sala temprano, como a las 10. Sería el único de menos de setenta en la habitación. Pero al menos ya no tenía que preocuparme por mi abuela cocinando.

En mi primeras vacaciones de la universidad cene con ella e insistió en cocinar todo por sí misma. Afortunadamente, una hija que visitaba a su madre en la casa de al lado notó la freidora de mi abuela afuera y llegó a investigar, deteniéndola a segundos de que dejara caer la carne en la olla de aceite hirviendo y quemara nuestra casa —y a nosotros.

—Lo haré. ¿Solo dos?

Dudé. Nunca había preguntado eso antes. —Sí.

—Porque el nieto de una de mis amigas acaba de comprometerse. Aún no tienes novia, ¿verdad?

—Abuela, ya sabes que soy gay. Y a demás ¿No tiene el nieto de tu amiga unos treinta años?

—¿Los tiene? Pensé que eran de la misma edad.

—Tengo veintidós, abuela.

Rosco comenzó a ladrar en el fondo. Me podía imaginar al Yorkie de pie en la puerta pantalla, pidiendo que lo dejaran salir. —Tu padre se casó cuando tenía veintidós.

Me quedé en silencio, aturdido incluso de que hubiera dicho eso. ¿Sinceramente estaba sosteniendo el matrimonio de mis padres como una especie de ejemplo que debería seguir?

Tomé una respiración profunda y me recordé que la abuela siempre había sido un poco frívola. Una vez, en octavo grado, abrí la bolsa del almuerzo para encontrar una lata de judías verdes, una botella de jugo de ciruela y el control remoto. Eso había conseguido un montón de risas y me hizo ganar un par de apodos desagradables. Pero lección aprendida. Empaqué mis propios almuerzos después de eso. Para mi primer año, cuidé de ella más que ella de mí. Dejar la casa para ir a la universidad no fue la decisión más fácil, pero me obligué a hacerlo. No podía dedicarle mi vida. Ella no quería ni esperaba eso de mí.

Ahora, a los setenta y nueve años, no había predicción de lo que diría o haría. Esto último era un punto muy real de preocupación en mí. Me preocupaba que pronto necesitara mudarse a un hogar de ancianos. Odiaba considerarlo. Y así lo hacía mi abuela. La primera y última vez que se lo mencioné, ella comenzó a llorar tan fuerte que no había tenido la valentía de sacar el tema de nuevo.

La observaría en estas pequeñas vacaciones y decidiría si necesitábamos revisar la conversación.

—Encontraré a alguien algún día —le aseguré. Por alguna razón, la imagen de Jimin cruzó por mi mente. ¿Qué pensaría la abuela si llevara a casa a un camarero sin apartante futuro? Probablemente que era muy parecido a mi madre.

—Bueno, no voy a estar por ahí para siempre, Jungkook. Me gustaría verte establecido antes de que llegue mi hora.

—Oh, abuela. Vas a vivir para siempre. —Es lo que siempre decía cada vez que ella traía a colación la muerte.

𝐅𝐨𝐫𝐞𝐩𝐥𝐚𝐲 | 𝐉𝐢𝐤𝐨𝐨𝐤Where stories live. Discover now