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Los gritos, Jimin odiaba los malditos gritos, ¿Por qué tenían que gritar? ¿Por qué no pedir las cosas de manera tranquila? ¿Por qué golpear? ¿Por qué humillar? Jimin no lo comprendía, lo odiaba, estaba harto de vivir en la casa de los gritos, donde tenía que cuidarse de no hacer ruido, decir algo equivocado o hacer algo incorrecto, porque de lo contrario, su padre le gritaria y le golpearía. No podía contar las veces que su cuerpo había tenido un moretón debido a sus arranques de ira, o las palabras que se habían clavado en su pecho y para siempre en su mente, unas que jamás podría olvidar, estaba cansado.

Tenia quince años y quería morir, su vida nunca fue normal, su madre había muerto cuando tenía cinco años, en ese entonces su padre cuidó de ellos unos dos años antes de caer en el alcohol, desde siempre fue una persona dura, no era de ella que demostraban amor, pero lo dejaba pasar, sin embargo, cuando el alcohol llegó a su vida, empeoró de maneras que no sabia que eran posibles, se volvió alguien intimidante, que los aterrorizaba con sólo pensar en él. 

Odiaba el alcohol, era una mierda que volvía más mierdas a quienes lo bebían, aborrecía a las personas débiles que caían en sus malditas garras y hacían estupideces, porque estaban tan enfrascados en su mierda de adicción que no se daban cuenta el daño que le hacían a las personas que estaban alrededor. Los repudiaba por completo, culpaba al alcohol de las malas decisiones de su padre, del maltrato que les daba y la forma tan asquerosa en la que actuaba.

Para Jimin, quien era un chiquillo explosivo, era difícil quedarse callado, por lo que muchas veces fue maltratado, Namjoon se metía a defenderlo, pero eso agravaba las cosas, porque su hermano sufría por su estupidez, sólo causaba problemas, no había día en donde no cometiera un error.

Estaba cansado de siempre estar cuidando que alguien viera sus marcas y que su padre no se despertara en medio de la noche ebrio, de llegar a casa después de Namjoon porque temía a los amigos de su padre. Estaba exhausto.

Lo único que le impedía irse de aquel mundo lleno de mierda, era Namjoon, su hermano, al cual amaba con todo su corazón, este le había criado, tomando lo peor de la situación para protegerlo, claro que era imposible protegerlo de todo, lo amaba, y le dolía todo lo que sufría, no quería decepcionarlo, pero no era lo suficientemente bueno para soportar todo lo que se avecinaba, pasaba el tiempo y él se sentía más miserable y solo.

No era justo ¿Por qué las personas que no le hacen daño a nadie tenían que sufrir de esa manera? ¿Por qué tenían que jugar esas cartas del destino? ¿Por qué no podían ser felices? Su hermano siempre decía que llegarían momentos buenos entre tantas dificultades, pero Jimin no le creía, eran cantaletas baratas que lo único que hacían era dar esperanza de algo que no sucedería, porque Dios y la fortuna les habían abandonado hace mucho tiempo.

Jimin sabía que estaba completamente jodido, porque no bastaba la situación en su casa, ahora tenía un asunto grave que no podía resolver, había sido dado de baja de la escuela por haber reprobado tres materias, eso le dejaba fuera del sistema de becas, sin beca, no había dinero, sin dinero, no se comportaba alcohol, y sin alcohol, su padre se volvería completamente loco.

—Tengo que conseguir un empleo antes de que acabe el mes—suspiró sentándose en el pasto del parque.

Jeonghan quien también había sido expulsado se encogió de hombros, él no tenía ningún problema, decía que cuando sus padres se enteraran, lloraria, y los convencería de no meterlo al militarizado. Jimin deseaba que su padre fuera así.

Aunque no había reprobado porque quería o fuera desobligado, no le gustaba la escuela, nunca le gustó, pero se esforzaba, sin embargo, las clases que había reprobado era porque no tenía el dinero para comprar los libros o el material, no podía pedirle a su hermano porque no quería que tuviera problemas y su padre nunca era la opción.

Hosadama *Namjin* Donde viven las historias. Descúbrelo ahora