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Miles se había recargado cómodamente en el asiento del copiloto. Tenía los brazos cruzados sobre su abdomen y daba leves golpeteos en el suelo del vehículo, como si a tratase de un niño ansioso. Por otro lado Waylon estaba hecho un lío. No sabía cómo decirle a aquel hombre, que él, había sido el sujeto que lo envío a su muerte. Sentía miedo de la reacción que podría llegar a tener el de cabello negro.

—¿Ya nos podemos ir?—preguntó Miles sacando a Waylon de sus pensamientos, el cual lo miró con cierto pavor.—No quiero presionar a nadie, pero no creo que los soldados de allá adentro lleguen a ser muy amistosos si nos encuentran.

Tenía toda la razón. Tenía que actuar con rapidez o de lo contrario ambos serían capturados y definitivamente no quería eso. No después de haber pasado por tantas dificultades para llegar al exterior. Respiró profundamente tratando de calmarse y se acomodó en el asiento del piloto. Al notar la actitud de su nuevo compañero de vehículo, Miles optó por sentarse apoyando su codo en la ventanilla. Observando por última vez aquel lugar infernal (O al menos eso esperaba). Waylon giró la llave nuevamente, está vez el motor encendió adecuadamente tras dos intentos. Suspiró aliviado y dió marcha atrás, saliendo finalmente de aquel antro de desesperación.

(...)

Cuando salieron de aquel sitio, Waylon pensó que estaría más tranquilo. Sin embargo, no fue así. El semblante serio de Miles hacían de él un manojo de nervios. Además de que la actitud del de cabello negro era, hablando en palabras simples, de lo más extraña.

En más de una ocasión lo había visto tomarse el pulso y murmurar cosas que apenas entendía. En otra ocasión, desabotonó su camisa y palpó su pecho y abdomen, como si buscará algo. Dichas acciones lograban que Waylon diera pequeños brincos de susto en el asiento cada que Miles se movía.

—Por cierto.—habló finalmente el periodista, logrando que el conductor diera otro de esos pequeños saltitos, que, internamente le causaban tanta gracia al de cabello negro.—No me has dicho tu nombre.—aclaró fijando su vista en él.

—Ehm...—Waylon ni siquiera apartó la vista de la carretera. Aún no era capaz de mirar a los ojos a su acompañante. Tampoco estaba muy seguro de darle su nombre.

—Oye, tranquilo.—Miles trató de acercarse y palmear el hombro del menor a su lado. El técnico, al notar la cercanía del otro, sobrereaccionó pisando el freno.—¡Wow! ¡¿Qué demonios fue eso?!—preguntó entre enojado y asombrado por el, casi, accidente provocado por el rubio.

—¡L-lo siento! No puedo.—con dificultad Waylon abrió la puerta y salió del vehículo, cojeó un poco hasta que finalmente cayó de rodillas y apoyó sus manos sobre el frío concreto frío. Estaba en medio de la carretera.

Miles se bajó de igual forma del auto, sin saber cómo ayudar al otro. Estaba dudando entre acercarse o darle su espacio. Pero después de repasar los hechos ocurridos anteriormente, optó por la segunda opción.

La carretera estaba completamente despierta y era normal, después de todo pasaban de las cinco de la madrugada. Miles lo había comprobado anteriormente al escuchar la radio en su auto. En el punto dónde se encontraban ya no eran capaces de divisar el manicomio, pero aún podían ver a lo lejos el humo que emergía de la capilla del Padre Martin y sus séquitos. Al recordar aquel bizarro espectáculo, Miles bajó la vista y palpó sus bolsillos, no tenía ni un mísero cigarrillo para calmarse.

—¡Mierda!—chasqueó la lengua y pateó una piedra que se encontraba cerca de su zapato. Dicha roca fue a parar cerca de Waylon, el cual no abandonaba su posición y al parecer se encontraban sollozando.  El periodista no tenía idea de quién era ese chico, no sabía si era uno de los pocos internos cuerdos, o tal vez algún miembro del personal que estaba siendo "penalizado" por alguna insolencia. Lo que si sabía es que, era unos años menor que él y que estaba aterrorizado, de seguro por haber experimentado toda la locura y la matanza de Mount Massive.

Alzó la vista al cielo, casi amanecía. Nuevamente el tiempo no era su mejor aliado. Muy pronto los soldados de Murkoff saldrían en sus camiones blindados a explorar los alrededores, capturando a todo enfermo u personal que haya logrado escapar de la institución, para luego "silenciarlos".

—¡Eso es todo!—se quejó Miles acercándose a Waylon y tomándolo de la ropa de interno para así levantarlo del suelo. El pobre chico rubio se sobresalto y forcejeaba por soltarse del agarre de Miles, que tenía mucha más fuera que él. El cuello de sus ropas se mancharon levemente de sangre por las heridas abiertas en las manos de Miles.—¡Escucha!¡Escucha! ¿¡Acaso quieres morir!? ¿¡Eso es lo que quieres!?—le preguntó el de cabello negro tratando de hacer contacto visual.—Porque déjame decirte algo, si Murkoff nos encuentra, ambos seremos asesinados en el acto.—Waylon sollozó aún más.—¡No pienso morir!¡No otra vez!—con esas palabras soltó bruscamente al rubio que casi cae al suelo. Le dió la espalda y caminó con furia en dirección al auto. El rubio tenía su vista nublada por las lágrimas y le pareció ver un humo negro alrededor del hombre. Sacudió la cabeza varias veces, su mente aún le estaba jugando malas pasadas debido a aquel video que fue obligado a ver en el laboratorio subterráneo. De seguro era eso.

Waylon sabía que Miles tenía razón. Estaba siendo egoísta. El periodista de seguro había pasado por el mismo infierno que él, o quizás por uno peor. Aún así estaba haciendo su mejor esfuerzo por mantenerse calmado.

—No quiero morir...—Waylon se tambaleó hasta lograr alcanzar el hombro de Miles.—Por favor, no quiero morir.—apenas musitó con tristeza. Contar la verdad podía esperar por el momento.

—Bien.—Miles puso su mano sobre la del menor y le dió una media sonrisa. Ayudando al chico a caminar, ambos volvieron al vehículo. El camino por recorrer era largo.

Hold my Hand [Waylon x Miles]Where stories live. Discover now