Parte 3

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Una fresca noche otoñal en el norte de China. El viento soplaba con suavidad en la estepa. Una zona de praderas lindante con  Mongolia y Rusia. El señor Li jugaba con su nieto ahora que habia terminado de darle agua a las cabras de la granja familiar y el sol había desaparecido, habiendo tomado su lugar la luna y las estrellas en el anfiteatro del horizonte. Mientras su mujer preparaba la cena y su hijo encendía la televisión; en donde un noticiero informaba las últimas noticias del gobierno chino. Se aburrió rápidamente del conteo de muertos del coronavirus y decidió apagarla. El cielo límpido y la noche clara invitaban a mirar el firmamento, que era un espectáculo mucho más majestuoso que los periodistas dentro de la caja boba. Entonces salió de la casa, caminó  hasta la carretera y desde alli se dirigió a las estepas vírgenes, donde antaño los nómadas hacían pastar sus rebaños. Caminó un largo trecho alejándose de las granjas y los seres humanos hasta que se cansó. Entonces, bajo la protección de unos arbustos que hacían de paravientos, se arrojó al césped a contemplar el cielo.

Vió entonces la luna nueva gigante, un plenilunio que parecía acercar el satélite a metros de la tierra, y casi permitía ver con nitidez los cráteres que había en su superficie. Cercana a ella estaba, minúsculo y rojizo, el planeta Marte y rodeándolos, un conjunto de estrellas brillantes a más no poder y entre las estrellas... vió figuras en el firmamento que jamás en su vida había visto. 

Eran de formas muy extrañas, un par de ellas tenían formas triangulares,  con luces en cada vértice del triángulo y una superficie grisácea que se distinguía con algo de nitidez del negro de la noche oscura. Otras eran cilíndricas, como cigarras gigantes, y se movían nerviosamente de un lado hacia otro. Los triángulos en cambio, surcaban el cielo con lentitud, como si estuvieran estudiando con detenimiento el planeta Tierra y su atmósfera. El hijo de Li aguzó la mirada para seguir observando. En un momento determinado, vio como de los triángulos empezaban a salir pequeñas luces, como miniestrellas, que se esparcían en todas direcciones. Las cigarras, por su parte, no se detenían ni por un instante, y seguían surcando nerviosas el cielo, de un lado al otro. Era un espectáculo un tanto inquietante, y estaba bajando la temperatura. Decidió levantarse del suelo y volver a la casa. Le contaría a su padre y a su mujer los extraños fenómenos en el cielo que había visto. Era algo fuera de lo común. Tal vez no se tratase de fenómenos naturales...

Acababa de ponerse de pie cuando una luz cegadora lo hizo arrodillarse súbitamente. Un dolor fuertísimo en los oídos y un persistente zumbido amenazó con volverlo loco súbitamente. Su cuerpo empezó a temblar y sus dientes a castañetear con mucha fuerza. Trató de alejarse de allí, salir corriendo, pero sus piernas ya no le respondieron. Empezó a arrastrarse como un reptil por el suelo, para alejarse de ese lugar y volver a su casa, y avisar a su familia de lo que estaba ocurriendo, pero no conseguía escapar de la luz, que lo cegaba, lo envolvía en su brillantez y lo quemaba por dentro y por fuera, como un pollo al spiedo.

El terror se apropió de él cuando vió un par de figuras que se acercaban en la noche. Quiso seguir arrastrándose, poner distancia entre ellos y él, pero llegó un momento en que quedó totalmente inmovilizado. Llegó a divisarlos con el rabillo del ojo cuando ya estuvieron casi a su lado, con él tendido en el suelo. Luego se desvaneció.

El señor Li denunció la desaparición de su hijo. Hubo redadas de la policía china en toda la zona con el objetivo de encontrarlo. Ni rastros de él. Se llegó a suponer que pudo haber escapado a algún país extranjero, Mongolia o mas posiblemente Rusia. Muchos chinos solían cruzar la frontera en busca de oportunidades. Pero del joven no habia ni noticias.

Un mes después de su desaparición unos camioneros que llevaban reses a Beijing divisaron a un joven al costado de la carretera. Estaba delgadísimo, bastante sucio y tenía la mirada perdida. Comparándolo con las fotos, notaron que se trataba del desaparecido. 

Li sintió algarabía por el retorno de su hijo. Quería abrazarlo, quería besarlo, pero también tenía interés en preguntarle que había pasado, donde había estado, por que se había ausentado tanto tiempo de la granja. Pero cuando hizo las preguntas, obtuvo las mismas respuestas que habían conseguido los policías que lo interrogaron por su desaparición: nada. Su hijo no recordaba nada de lo ocurrido la noche que se esfumó mágicamente, no recordaba nada de lo acontecido entre esa noche y su reaparición al costado de la carretera. Era como si algo hubiese borrado de su mente todos los recuerdos. 

Li decidió no darle más importancia al asunto. Su hijo había vuelto y eso era lo que importaba. Sin embargo, su percepción aguda y su instinto de padre le afirmaban que lo ocurrido no había sido una tontería o travesura juvenil, y que había algo mas sombrío y tenebroso detrás del episodio que su hijo vivió, aunque no tenía forma de adivinarlo o saberlo con claridad. Esa noche cenaron y mataron un cabrito para festejar su regreso con vida. Cuando su hijo se fue a dormir, Li cerró la puerta de su casa con llave y traba, para evitar que volviera a salir de la granja.

El regreso de los reptilianosWo Geschichten leben. Entdecke jetzt