Capítulo III

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"Me monto en un perro y me voy contra un árbol..."

La Señorita O'Leary nos vio antes de que nosotros la viéramos a ella, lo cual tiene su guasa. Entré en el ruedo de arena y una mole de oscuridad se me vino encima.

— ¡Guau!

Cuando quise darme cuenta, me encontraba tirado en el suelo con una pezuña gigante en el pecho y una lengua rasposa lamiéndome la cara.

— Creo que te ha echado de menos. — Skylar le rascó la cabeza.

— Yo también me alegrode verte, chica. — resoplé — ¡Ay!

Me costó unos minutos calmarla y quitármela de encima. Para entonces ya estaba empapado en babas. Ella quería jugar, así que tomé un escudo de bronce y lo lancé a la otra punta del ruedo.

La Señorita O'Leary es la única perra del infierno simpática. La había heredado cuando murió Dédalo. La dejaba en el campamento y Beckendorf... bueno, Beckendorf solía cuidar de ella cuando yo estaba fuera. Le había forjado hasta un hueso de bronce.
Pensar en aquello me entristecía de nuevo, pero lancé un par de veces más el escudo porque ella insistía. Enseguida se puso a ladrar como si necesitara salir de paseo. Abrí la  erca y salió hacia el bosque dando saltos.

— Vamos, pececito.

La seguí corriendo, aunque no me preocupaba que llevara la delantera. No había nada en aquel bosque que entrañara peligro para la Señorita O'Leary.
La localizamos al fin en el claro donde el Consejo de los Sabios Ungulados había juzgado a Grover. El lugar no tenía buen aspecto. Pero lo que me sorprendió no fue eso, sino el extraño trío que divisé en mitad: Enebro, Nico diAngelo y un sátiro viejísimo.

Nico era el único que no parecía asustado por la aparición de la Señorita O'Leary. Tenía el mismo aspecto que en mi sueño, con su cazadora de cuero, unos tejanos negros y una camiseta de esqueletos danzantes.
Me hizo un gesto al verme, sin dejar de rascarle las orejas a la Señorita O'Leary.
El viejo sátiro no parecía contento, ni mucho menos.

— ¿Alguien va a explicarme qué hace esta criatura del Inframundo aquí? ¡Tú, Percy Jackson! ¿Es tuya esta fiera?

— Perdona, Leneo.

El sátiro puso los ojos en blanco.
Tragó saliva y espetó:

— En estas condiciones, Enebro, no pienso ayudarte.

Nico hacía esfuerzos para no mondarae de la risa.

— Ya me lo llevo yo a dar un paseo. — dijo — ¿Vienes, Sky?

Dio un silbido y la Señorita O'Leary correteó tras ellos hasta el otro lado de la arboleda.
Leneo resopló indignado y se limpió las ramitas de la camisa.

— Bueno, como estaba tratando de explicarte, jovencita, tu novio no ha enviado ni un sólo informe desde que decidimos exiliarlo por votación.

— Intentasteis — corregí — exiliarlo por votación. Dionisio y Quirón os lo impidieron.

Leneo apretó los labios.
Señalé los troncos marchitos.

— Necesitamos a Grover, Leneo. Ha de haber algún modo de localizarlo con tu magia.

El viejo sátiro parpadeó, nervioso.

𝐓𝐇𝐄 𝐋𝐀𝐒𝐓 𝐎𝐋𝐘𝐌𝐏𝐈𝐀𝐍 || PJO 🔱Where stories live. Discover now