1. El Elevador Que Se Atoró

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Ese día, Sara Collins iba a morir.

Ella no lo imaginaba así, obviamente. Se levantó a las 5:00 AM, como cualquier otro día normal, y nada más poner un pie sobre las baldosas de su ducha; enseguida comenzó a dormitar.

Ni siquiera el helado contacto del agua sobre su piel consiguió despertarla del todo; pues por su mente aún volaba el pequeño deseo de volverse a fundir entre las cómodas sábanas de su cama.

No obstante, las múltiples deudas que Sara tenía no se iban a pagar solas... Y lamentablemente ese era un incentivo más que suficiente para plantarla a las 8 de la mañana en la estación de metro más cercana: rumbo a su trabajo.

Una vez allí, cerró el paquete de galletas que se estaba comiendo y sacudió un par de migajas que habían quedado sobre sus mejillas.

—Buenos días —saludó el guardia de seguridad junto a la puerta, cuando se percató de su llegada. Pero ella simplemente le pasó por el lado sin responder y apretó el botón del elevador.

Cuando este llegó, se subió en él y se alegró de que estuviese vacío... Aunque no le duraría mucho, pues a lo lejos se podía ver un hombre joven corriendo con todas sus fuerzas hacia allá, mientras iba haciendo señas en el aire, tratando de que alguien lo viera y detuviera las puertas.

Se le veía tan apurado por entrar también... Que Sara no perdió ni un segundo y estiró su mano para apretar nuevamente el botón. Un momento después, las metálicas puertas se cerraron en las narices del chico, y el elevador empezó a bajar.

—En mi defensa, tengo audífonos, así que no pude escucharlo... —dijo para sí misma, y una gran sonrisa se dibujó en sus labios.

Como aquella era una estación subterránea, Sara debía bajar exactamente 3 pisos todos los días hasta el andén donde esperaría el metro. Este último siempre estaba a rebosar de personas, y resultaba un verdadero fastidio para la chica.

Siendo así, ese pequeño transcurso en el elevador era el único momento donde podía disfrutar de quince segundos de calma, y si estaba en sus manos: no iba a dejar que nadie se lo arrebatara. ¡Y vaya que lo disfrutó al principio! Incluso le dio tiempo de voltearse y observar su reflejo en el metal de las paredes:

Cabello largo y rubio, unos encantadores ojos color miel, mejillas sonrojadas y todo perfectamente unido con unos delicados labios rosados. Era una belleza, y no le daba pena halagarse de vez en cuando... o cada vez que sus ojos miraban algún reflejo.

No obstante, el ascensor se detuvo; haciéndola alzar la cabeza.

Piso -2

Aún faltaba un piso para llegar al andén del metro. Puso los ojos en blanco. Las puertas volvieron a abrirse y frente a ella aparecieron dos personas bastante... extrañas. Ese momento de paz había sido demasiado bueno para ser verdad...

El primero en subir fue un hombre bastante alto. Ella no reparó demasiado en su vestimenta, pero sí en su cabello: ¡era un desastre! Lo tenía recogido en una coleta mal hecha, y colgaba por todos lados. Nada más entrar, este hombre le dio la espalda a Sara y miró directamente hacia la puerta. Algo había que admitirle: y era que olía demasiado bien. Además, ahora que podía mirarla más de cerca, su espalda era bastante ancha...

La siguiente y última era una mujer mayor. A comparación del otro sujeto, ella sí tenía su cabello corto perfectamente arreglado y adornado con una coqueta diadema de flores. No obstante..., eso era lo único relativamente normal en su ropa; pues sobre sus labios llevaba una mascarilla blanca con la palabra "fuck" perfectamente legible en su superficie. Además, iba vestida con un delantal clínico (como los que usan las enfermeras), pero este se encontraba completamente manchado de algo oscuro. ¿Aceite, quizá?

~Te Veré Ahí~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora