3. El Piso Menos Ocho

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Estando tan cerca el uno del otro, la chica respiró el aroma de su colonia, que ya le era bastante familiar, y contra todo pronóstico, se sintió un poco extasiada.

—Así soy yo, princesa. No puedo evitar irme de la lengua cuando la situación se sale de mi control —murmuró entonces el hombre, lentamente, como saboreando cada letra de esa oración.

—Pues parece que tenemos una cosa en común. ¡Vaya mierda! —Espetó Sara.

Ambos estaban tan inmersos en la conversación, que únicamente reaccionaron cuando Constance, a su lado, gruñó. A dicha mujer le encantaba mucho señalar a los demás con el dedo, pero cuando era ella la señalada; el asunto se ponía personal.

—Si ya se cansaron de parlotear..., debo decir que no veo qué pinta mi delantal en todo esto. Está manchado, sí. Pero, ¿acaso supones que es de sangre? —Sara asintió con la cabeza, y Constance se llevó una mano al pecho, ofendida—. ¡Qué afirmación más descarada! Si realmente estuviese metida en algo ilegal, ¿qué necesidad tendría de andar por ahí desfilando con un delantal manchado de sangre? Lo último que querría sería levantar sospechas. Entonces para ti: ¿nosotros somos muy inteligentes en unas cosas, pero completamente distraídos en otras?

Eso último... tenia sentido. El rostro de la rubia incluso tomó un poco de color mientras pensaba en su próximo argumento; aunque tener a Trébol prácticamente arrinconándola contra la esquina tampoco hacía más que nublarle las ideas.

A esas alturas, no podía darse el lujo de despegar sus ojos de ninguno de esos dos personajes, fuesen inocentes o no; y no fue sino hasta que posó su mirada en Constance, que se percató de que esta mantenía una de sus manos oculta detrás de la espalda.

Las niñas que se dejan llevar por sus nervios y montan este tipo de espectáculos, suelen ser las más maleducadas y pretenciosas —soltó entonces, y miró durante un largo momento a Sara, como si quisiera hacer un agujero a través de ella con los ojos—. Mi trabajo es supervisar infantes, así que sé de lo que hablo.

—Perdóneme, pero no veo quién le dio el derecho de hablar sobre mí como si me conociera. No soy una de sus pacientes.

Tan pronto como cerró la boca, recibió una mirada donde se leía: "mira quién lo dice" por parte de Trébol, pero la ignoró.

—¡Y qué bueno! —Contestó Constance—. Aunque, de entre todo el disparate que dijiste, supongo que tenías un poco de razón: ¿Cuántos pisos más se supone que debemos bajar hasta llegar al andén del metro? —Seguido de eso, desvió el brillo de su celular hacia el panel del ascensor—. Si me disculpan, abriré la puerta.

Tanto Sara como Trébol se mantuvieron un par de segundos en silencio, creyendo que solo bromeaba, pero cuando la vieron ensimismada buscando el botón que permitía el acceso a la salida, se vieron en la obligación de hacerle notar lo obvio:

—Si fuera tan fácil como "abrir e irnos", no estaríamos aquí metidos aún. Sin luz, no hay mucho que podamos hacer, más que esperar.

En su infancia, la rubia había tenido la oportunidad de ver muchos vídeos sobre accidentes en elevadores; donde las personas pierden la paciencia y deciden intentar salir. ¡Pero es una trampa mortal! Nunca sabes en qué momento este aparato volverá a moverse y te partirá en dos.

Pero a pesar de ello, y sin añadir una palabra, Constance continuó refunfuñando para sí misma, hasta que finalmente dio con el fruto de su búsqueda: un botón plateado, el cual procedió a apretar. Y aunque al inicio no ocurrió gran cosa, al cabo de lo que pareció un breve parpadeó: se hizo presente un timbre característico de los ascensores al anunciar que llegaste a tu piso deseado. Acto seguido, y como si llevarán muchos meses cerradas: las puertas se abrieron emitiendo un chirrido espantoso, que hasta producía escalofríos.

~Te Veré Ahí~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora