Te deje

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Entramos a un bar que quedaba por la ruta 47. Siempre nos había gustado ese lugar porque pasaban buena música y la comida era genial. Nunca nos cruzábamos personas y si lo hacíamos, cada uno seguía su camino, como a vos te gustaba. Pero ese día, estabas distinto.

No me habías abierto la puerta, no habías esperado a que entre primera y además no me habías hablado de Silve, la chica que te gustaba del bar. No dije nada, tampoco quería decirlo. Nos sentamos, ambos callados, ambos envueltos en nuestros pensamientos. No necesitaba hablar con vos para saber que algo andaba mal.

—¿Qué vas a tomar? —preguntaste con un tono seco. Me pediste disculpas explicándome que no era tu intención hablarme de esa forma, pero yo no necesitaba que lo digas, ya lo sabía. Te conocía.

Te mire atentamente. Tu rostro estaba más pálido que costumbre y tus ojos se remarcaban con más brillo. Parecías apenado, triste. Siempre habías sido atractivo, cualquier morocho con ojos verdes podía llamar la atención de cualquiera, pero tu belleza era especial. Siempre notaba en la calle como las mujeres se daban vuelta a verte, e incluso muchas veces, lo hacían los hombres. Pero vos ni te inmutabas, no te importaba. Ni siquiera creo que alguna vez hayas apreciado tu belleza.

—¿Qué pasa? —te sorprendí. Tus ojos pasaron a observarme y sonreíste de lado.

No hablaste, ni siquiera tuviste que decir "nada" para darme cuenta que no tenías ganas de hablar y te deje. Te deje porque sabía lo difícil que eras para hablar de tus problemas, te deje porque no quería oír malas noticias, te deje porque sabía que eso era lo que querías.

Te deje...

Y tal vez, lo haya hecho por mucho tiempo.

La terminamos pasando bien, te divertiste, te olvidaste y nos reímos.

Aún me carcome la cabeza aquel problema que, tal vez, si me hubieras contado, pudiera solucionar varias cosas en estos momentos.

Te extraño, Sean, pero sé que no te gusta que lo haga.

Cartas a un amigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora