Callar

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Aquel martes me estaba preparando para salir a cenar con mis padres a festejar mi graduación. Mi papá acababa de volver del centro de Salem donde vivía con su perra en un departamento de un ambiente. Ya habían pasado dos años desde que mis padres decidieron ponerle un fin a su relación, pero ya me lo esperaba. Desde las peleas sin motivo hasta los gritos extremos de un piso al otro, era muy evidente que tarde o temprano, la mejor solución iba a ser esa.

Tocaron la puerta de mi casa a las 21:43 en punto. Lo recuerdo perfecto porque había puesto música en la televisión y la hora siempre se asomaba en la parte inferior de esta. Estaba bailando mi canción preferida cuando Cira –la perra de mi padre– comenzó a ladrar. Me asome por la puerta lentamente dejando ver únicamente parte de mi cara y suspire al ver a Keyla apoyada en el marco de la entrada. No tenía expresión en su rostro y sus ojos estaban perdidos en algún punto del suelo, tan perdidos, que ni siquiera se percató de que había abierto la puerta.

—¿Paso algo? ¿Estás bien? Puedes pasar si quieres—pregunte aislándola de sus pensamientos. Me observó e intento sonreír, aunque se asimilo más a una mueca.

—Es Sean...—musitó con miedo de que aquellas palabras pudieran romperme en mil pedazos.

Sujete mi chaqueta sin pensarlo y les avise a mis padres que cancelen la cena. No necesitaba que me diga más nada, de alguna forma, en el momento que la vi parada frente a mi casa, sabía que algo andaba mal con Sean. Ya lo sospechaba desde aquella vez en el bar.

—Lo vi en la roca. No se mueve hace horas y no sabía qué hacer. Eres la única con la que habla—habló Keyla mientras abría la puerta del coche. Quería corregirla, decirle que Sean nunca hablaba conmigo, pero no creí que era el momento para ponerme a charlar de eso.

El resto del camino lo hicimos en silencio. Ambas envueltas en nuestros pensamientos. Ambas pensando en vos. No solías hacer esas cosas y eso era lo que más nos aterraba a las dos. Incluso cuando estabas mal siempre intentabas demostrarle una sonrisa al mundo. Era una de las cosas que amaba de vos.

Cuando llegamos, estabas allí. Solo veía tu espalda y tus brazos estirados apoyándote en la roca. Parecías pensativo y por un momento desee haber tenido una cámara para captar aquel momento. Justo delante de ti, se asomaba el precipicio y el ruido del agua se acentuaba a medida que me acercaba a donde estabas. La noche estaba preciosa y me hubiese gustado disfrutarla mientras reíamos sobre alguna anécdota vieja.

Me acerque despacito, como si cualquier ruido que hiciera podría quebrarte en mil pedacitos. Como si fueras un cristal.

—Hola—susurre intentando no asustarte.

Te diste vuelta y al verme sonreíste de lado. Sabía que querías que este ahí, lo sentía en tu mirada. Tus músculos ya no estaban tan tensos y te moviste a un costado para hacerme lugar.

—¿Te llamo Keyla? —preguntaste con voz ronca—. Le dije que tenías una cena. Lo siento.

—Sabes que todo lo demás me importa un bledo si te sientes mal

Volviste a sonreír. Esa vez tu sonrisa fue más sincera y poco a poco tus ojos recuperaron algo de brillo. Me gustaba saber que mi presencia te hacia bien. Tenías los ojos rojos e hinchados, como si hubieras estado llorando y me sorprendió verte así. Nunca te había visto llorar. Entonces caí en la cuenta de que te estaba sucediendo algo serio. Algo serio de verdad.

—¿Qué sucede? Por una vez te pido que me digas que te pasa—suplique y lentamente pase mi brazo izquierdo sobre tu espalda. Te acurrucaste entre mi hombro y mi cuello. Te acaricie el pelo suavemente y nos quedamos ahí por algunos minutos en silencio escuchando el ruido del agua.

No dijiste más nada. Tampoco esperaba que lo hagas. Sabía que no ibas a contármelo y no sé por qué razón nuevamente te deje que no lo hagas. Tal vez, tenía miedo. Tenía miedo de no tener una solución para ti, de decepcionarte.

—Eres la única persona con la que quería estar hoy.

Tus palabras se metieron en mi interior y sujetaron mi corazón con fuerza. Sonreí sobre tu cabello y cerré los ojos.

Y tú eres la única persona con la que quiero estar el resto de mi vida, pensé.

Pero no lo dije.

Cartas a un amigo.Where stories live. Discover now