Visitas inesperadas.

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Al día siguiente se notaba que todo el mundo estaba de resaca porque el consultorio que normalmente está lleno de gente, hoy estaba vacío.
Tocan a la puerta y el enorme cuerpo de Christian Grey aparece frente a mí tapándome la vista de todo. Le recorro el cuerpo divino y marcado de músculos. No tiene un gramo de grasa en él y va vestido con unos vaqueros y una sudadera que le dan un aspecto muy joven. Pero lo que más me llama la atención es un ramo de rosas blancas y rosas que trae en la mano y dos cafés en la otra.

—Buenos días, doctora. ¿Puedo pasar? —pregunta desde el umbral de la puerta con esa sonrisa de modelo.

—¿Tiene cita? —bromeo levantándome de mi silla y yendo hacia él.
Sintiéndome atraída como un imán.

—Es una urgencia, doctora. Esperaba que pudiera verme.
Sonrío y le quito uno de los cafés de la mano.

—Estamos en paz —le digo.
Deja su café en la mesa y me rodea la cintura dejándome totalmente descolocada y me besa la mejilla con una delicadeza extrema que me pone tensa.
Muy tensa.
Huele de maravilla suavizante y perfume.

—Estas también son para ti —levanta el ramo de rosas y lo deja sobre mi mesa.

—No tenías que... —me quedo sin palabras cuando le miro y le siento tan cerca.
Por el amor de Dios.

—Estás preciosa, nena —Su mano en mi espalda me sostiene con más firmeza.
Me sonrojo y bajo la mirada.

—Siempre has tenido un don para manejar a las mujeres como te diera la gana. Es algo que he odiado siempre —digo con más firmeza sosteniéndole la mirada.
Sus ojos grises me miran con tantas emociones que me es imposible descifrar.

—Solo ha habido una a la que me interesara manejar. De manera que mi don no es muy efectivo con nadie más que ella.
Me quedo mirándole sin saber qué decir, con miedo a preguntar, con miedo que me responda algo que no quiero oír.
¿Quién es esa mujer?
¿Acaso quiero saberlo?
Doy un paso atrás poniendo distancia.

—¿A qué has vuelto? —pregunto ofreciéndole asiento y yo tomo asiento en contra de mis principios en la silla continua en vez de sentarme tras mi escritorio.

—Tienes una consulta muy bonita. Mi familia se deshace en elogios contigo. Estoy muy orgulloso de ti
Sonrío de nuevo ruborizada y niego con la cabeza.

—Yo también de ti. Me encantó tu último proyecto de viviendas prefabricadas de bajo coste para las personas sin techo —le elogio y le doy un sorbo de mi café latte con mucha espuma.
Tal y como a mí me gusta. Seguramente Mia se lo haya dicho.

—Gracias, nena.
El corazón se me acelera cuando le oigo de nuevo llamarme así. Como me ha llamado siempre.

—¿Estás trabajando en algo ahora? —pregunto para evitar pensar más en el hecho de que me pone nerviosa.

—Sí, he venido a terminarlo.
Así que está aquí solo por trabajo.
Una estúpida desilusión me ensombrece el corazón.
—¿Y qué tal tú? Te hacía en la ciudad, siendo una de las mejores cardiólogas del mundo.
Me río.

—Ni de lejos, Christian. Aquí en Portland estoy bien —afirmo con un firme asentimiento de cabeza como si tuviera que reiterarlo.

—Sí, es un pueblo bonito, hay buena gente, y están tu familia y amigos. ¿Pero eres feliz?
Su pregunta me golpea de lleno el pecho dejándome sin aliento.

—Sí. Voy a casarme —digo como si eso lo explicara todo.

—Sí, ya veo que Jack no ha perdido el tiempo —dice y suena casi molesto.

Campanas de boda.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora