La vi salir de la sala de reuniones, intentando ocultar su entusiasmo de mí, más me fue fácil notarlo al ver el brillo de alegría en sus ojos.
Se le notaba más que entusiasmada.
Me convencieron bastantes sus ideas, realmente es buena en su labor, a pesar de no contar con experiencia aún, puesto que terminó la universidad "encontrando empleo" inmediatamente. Mientras la veía desenvolverse hablando de lo que la apasiona, en mi mente la imaginaba como mi sumisa y es jodido, porque con ese carácter que ella tiene, o bueno, el que tuvo cuando la conocí, que es el que verdaderamente parece tener y ocultó de mí, sería un poco difícil aunque no imposible.
Tal vez fue la situación la que la orilló a actuar así.
Me desvíe por minutos observándola, del motivo por el que estaba aquí, pero no cabe duda de que es excelente.
Podría proponerme seducirla hasta lograr que acepte ser mía por voluntad propia, sin presiones. Toda ella desprende un aura de inocencia que estoy tentado a corromper, hacerla imaginar cosas que quizás nunca ha hecho, llevarla a experimentar lo que el dolor te puede dar, siempre y cuando lo aceptes, y que venga acompañado del placer.
Sonrío negando con la cabeza.
Mierda. Estoy jodido, muy jodido, cuando una idea se me mete a la cabeza como que me aferro a ello y es algo que no me gusta tanto.
No la veo como un imposible, pero si muy díficil de conseguir.
Todo un reto.
Necesito una sumisa urgentemente. El deseo retenido me está pasando factura. Creo que lo que me atrae de ella es que es inocente, retadora, controladora por lo que noté, además de su independencia que relució el día que la conocí. Cualquier otra persona no habría dudado de sacar provecho de la situación, en cambio ella quería mandarme a la mierda sin decírmelo.
Esperé que lo hiciera, sinceramente.
Unos toques en la puerta me sacan de mis cavilaciones, lo agradezco enteramente.
Segundos después entra Elena, luciendo una sonrisa nerviosa. Frunzo el ceño, escrutándola.
—¿Qué ocurre, Elena?
Pocas veces he visto a Elena así.
La veo soltar un suspiro y luego una mueca de lo que me parece ser desagrado surca sus labios.
Frunzo el ceño.
—Señor, la señorita Rozova lo espera en su oficina— Se nota que no soporta a Anna, es una mujer petulante y de carácter basura, muy diferente a mí y la entiendo, tampoco la soporto yo.
Quizá al principio lo hice, cuando no disponía y se dejaba hacer, en cambio ahora, la situación es diferente y no me gusta para nada.
En ella solo vi una sumisa, no un romance.
No entiendo qué hace aquí y el fastidio me toma el cuerpo.
—No te preocupes, conociéndola le importó muy poco lo que le hayas dicho, ¿no?—Asiente, con molestia, y algo me dice que Anna tuvo que haberla insultado.
Respiro profundo.
Me apresuro a salir de la sala para ir a mi oficina. Elena entra conmigo al ascensor y segundos después ya estamos en mi piso, salgo dirigiéndome a mi oficina.
Abro la puerta bruscamente encontrándola sentada en el escritorio, sus piernas abiertas y mostrando el coño expuesto. Frunzo el ceño con molestia, e ignoro esos detalles. No son relevantes.
La miro furioso y ella solo sonríe mostrándose confiada, creyendo que caere ante ella. Ilusa. Además de que parece segura que sería yo quien entraría y la vería así. Sin preocuparse si era Elena o cualquier otro esperándome en mi oficina, dudo mucho que le importe que le vean el coño.
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Tentación italiana (+21)
RomantizmGiovanni Torricelli, dueño de una gran y prestigiosa cadena de hoteles, un hombre arrebatadoramente guapo y sexy, es un experto en seducción; nadie nunca le dice que no, acostumbrado a obtener todo lo que quiere. Posee unos gustos un tanto... peculi...