Capítulo 1

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—¿Está todo listo? —preguntó el señor Jeon y él asintió.

—Todo está preparado.

—En tal caso, vamos —ordenó echando a andar, de manera que lo siguió.

Cuando una de las compañeras de su señor fallecía, existía un protocolo a seguir y, aunque no le gustaba aquella parte, debían hacerlo. Además, una vez acabasen, podrían pasar algún tiempo solo los dos. Un par de semanas cada ciento cincuenta años. El tiempo que tardaba su amo en empezar a resentirse y necesitar una nueva compañera humana.

Atravesó el portal que creó su amo pasando del sencillo patio rodeado de una valla de madera a una amplia calle franqueada de grandes y sobrios edificios donde el rojo de los tejados brillaba destacando sobre el blanco de las paredes. Miró el suelo pavimentado de piedras que reproducían diseños geométricos por un momento antes de avanzar por la calle.

No le gustaba aquel suelo frío y duro ni le gustaba aquel lugar y es que estaban en la ciudad celestial, un sitio en el que debía tener mucho cuidado con lo que hacía ya que podía ofender desde a dioses menores a fuerzas primarias de la naturaleza, y dado que su amo era solo un semi dios, era mejor evitar los problemas.

Recorrió el ya conocido camino evitando mirar a los que estaban a su alrededor hasta que su amo se detuvo delante del gran edificio que se encontraba al final de la calle. Se trataba de la mayor edificación del lugar, casi cinco veces más grande que cualquier otro, se encontraba rodeado de una pared blanca con tejas rojas que brillaban reflejando la omnipresente luz del sol, ya que en aquel lugar no llovía.

El edificio. El lugar donde se reunían los dioses y vivían los encargados, por lo que todos los trámites y solicitudes se realizaban allí. Sin embargo, a pesar de haber estado allí tantas veces, solo en contadas ocasiones entró en la parte del edificio donde trabajaban los encargados. Los familiares, como seres de menor categoría, solo podían acceder a esa zona si eran llamados, algo que todos preferían evitar.

—Espera hasta que regrese —le indicó su amo cuando llegó un encargado para guiarlo y él asintió inclinándose antes de dirigirse a una amplia habitación situada a un lado. El lugar destinado a que los familiares esperasen a sus dueños.

Miró a dos encargados que hablaban entre ellos antes de entrar. Por más que tenían una apariencia humana, sus largos brazos, su boca un poco afilada, su falta de pelo y su piel gris de un color muy parecido a sus túnicas siempre hacía que se preguntase si aquella era su verdadera forma o solo una apariencia que usaban para relacionarse con ellos.

—Ah, el pequeño Sae ha venido —dijo uno de los familiares que estaba esperando allí, al verlo.

—¿Ya han pasado ciento cincuenta años? —preguntó otro.

—Las vidas humanas son tan cortas —asintió un tercero.

—Tanto como el tamaño de las piernas del pequeño Sae —añadió alguien más mientras él los ignoraba y es que no era la primera vez que estaba en aquella situación. Ni la primera, ni la segunda, ni la tercera.... de hecho, sabía lo que iban a decir.

—Y de nuevo ha venido siguiendo a ese amo —intervino otro confirmando sus ideas.

—Tan fiel como un perro.

—No es ningún perro —aseveró ofendido uno de los familiares creado a partir del espíritu de un combativo perro de presa gruñendo.

—¿Pero no se suponía que fue formado a partir de un pájaro?

—¿Quién sabe? —contestó otro despectivo mientas él sacaba su cuchillo comenzando a afilarlo dejando de prestarles atención.

La primera vez que entró allí y escuchó a los demás hablar así de su amo, de él mismo, se sintió tan molesto que los atacó. Pero enseguida se dio cuenta de que, dado que la posición de su amo no era tan fuerte entre las deidades, hacer eso solo conseguía ponerlo en una difícil situación, por lo que aprendió a controlarse. Si al menos fuese lo bastante grande para ponerlos en su sitio, aún podría tener sentido, pero en esos momentos lo único que conseguiría sería que le diesen una paliza, preocupando a su amo, y que este se tuviese que disculpar en su nombre. Por eso los ignoraba y es que estos, por más que pudiesen decir frases hirientes, no podían atacarlo. Además, no era como si lo que estaban diciendo fuese mentira.

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