Confrontación

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Ese día sería, quizás, el más determinante de mi vida, por lo menos en lo que se vendría después. Haber aceptado que aún amaba a Tweek fue quitarme una carga de encima, sacarme una mascara que ya no quería usar; estaba harto de ocultarlo. Muchos habrían dicho que Tweek me engañó con facilidad, que me creí todo muy fácilmente, que era un iluso. Y sí, puede que lo hubiese sido. Puede que hubiera creído todo sin siquiera dar tiempo a que él demostrara sus palabras... pero no, no lo veía así. Sabía que no podría ser una verdad absoluta, pero para mí si era una verdad. Tweek no era de mentir, no era de manipular. Sí, podía llegar a ser descuidado, incluso podía ser indiferente, pero no era un mentiroso. El no ganaba nada mintiéndome, no tenía razones para hacerlo, confiaba en él. Es confianza fue la que dio paso a la magia.

Mis días se volvieron menos pesados, había encontrado una motivación en mi vida, un motor para levantarme cada madrugada con una sonrisa en el rostro, y la disposición de afrontar lo que la vida me pusiera encima. Como dije alguna vez, Tweek se volvió mi sol, el calor en mi vida, el brillo de mi rutina, la alegría de cada día.

Empecé a disfrutar trabajar a su lado, empecé a enamorarme más y más. Él no lo sabía, pero yo en verdad quería construir algo con él de nuevo, y, aunque no lo pareciera, estaba funcionando. Por un mes aproximadamente nos hicimos más unidos. Hablábamos casi todos los días, solía llamarme cuando salía de clases de la universidad, y siempre que llegaba al trabajo tenía algún detalle para mí. Durante ese mes retomé algo que había perdido con él hacia mucho: las demostraciones afectivas. Nos hablábamos con términos más cariñosos, los abrazos nunca sobraban, e incluso uno que otro beso en la mejilla aparecía en momentos determinantes. Pero ya no solo se trataba del trabajo, era también de nuestro tiempo de esparcimiento. Días libres, donde el negocio no abría, decidíamos vernos y conversar, hacer planes, ir a comer algo, incluso ver algo en su casa. Todo estaba encaminado para finalmente hacer que todo se hiciera realidad.

Mi historia se retoma en noviembre de aquel año. Se acercaba la época de navidad, y yo estaba terminando el primer semestre de la universidad. El clima se hacía más pesado, así que la ropa de invierno fue protagonista: Gorros, guantes, abrigos abultados y botas de nieve; todos parecíamos uniformados. Debido a las bajas temperaturas, la cafetería subió bastante sus ventas, por lo que las jornadas eran más extenuantes. Llegaba a casa más cansado que de costumbre, dormía menos de lo normal, y mi tiempo libre poco a poco se hacía más ínfimo, pero tenía otra definición para el tiempo libre, ahora visto como tiempo de esparcimiento, y precisamente ese tiempo de esparcimiento era aquel que compartía con el chico de mis afectos, Tweek Tweak.

Con tantas cosas encima, y con el estrés invadiendo mi día a día, es que llegué al punto culmen de mi historia con el rubio de la cafetería.

Una noche de viernes como cualquier otra llegó una visita inesperada a la cafetería. Un chico de mediana estatura, de cabello negro con raíces rojas, piel pálida y abrigo de cuero atravesó la puerta. Mi mirada, como si se tratara de un guardia con un fusil, no se quitó de encima de ese sujeto, quien se acercó hasta mi puesto a hacerme una pregunta.

—Hola, ¿está Tweek?

—¿Para qué? —contrapregunté, mirándolo a los ojos.

—¿Sabes cómo está?

—¿Y eso como para qué?, ¿cuál es el interés en saber eso?

—Necesito saber de él, ¿me puedes dar respuesta sí o no?

—Pues no te voy a dar un carajo, y si no quieres que te de algo, como una patada en el culo, te largas de acá.

—Hmph, ¡Tweek, vine a que hablemos!

—¿Estás sordo, gótico de mierda?, te dije que te largues de acá.

—¿Y que vas a hacer, sacarme a golpes?, por favor —dijo, de manera arrogante—. Si no quieres problemas mejor te dejas de hacer el héroe y cierras el hocico.

—¡Ya está, no más! —gritó él, desde la parte de atrás—, ¿qué mierda pasa?

—Vaya vaya, al fin das la cara. Tweek, sal un momento, tenemos que hablar.

—No —interrumpí—, tenemos nada. ¿Quién dijo que lo puedes mandar?

—Tweek, ¿este es tu flamante novio?, si es así deberías manejarlo a ver si se calma un poco.

—¿Calmarme? Pero por que no te vas a la puta mierda, gótico hijo de puta. Si digo algo o te trato de tal manera es MÍ puto problema.

—¿Ves?, esperaba algo de más clase, Tweek, este es un corriente y de los malos —dijo, mirándome de manera déspota.

—Pete, basta. ¿A qué mierda viniste ahora? —preguntó, cruzado de brazos.

—Simplemente a hablar contigo —respondió, subiendo su mirada y poniéndola sobre Tweek—, pero parece que las visitas no son bienvenidas en este lugar.

—Yo no tengo nada que hablar contigo, Pete. Ya todo quedó muy claro, así que, por favor, vete.

El clima se tornó tenso, pero no era solo eso, era yo también. Trataba de guardarme mis emociones y no pasar al plano de la agresión, pero ese idiota me la ponía difícil cada vez que abría la boca. Pete era un arrogante de mierda, y de paso un tipo vulgar y sin modales. Si solo con sus expresiones me llenaba de motivos para golpearlo, pensar en lo que pudo hacerle a Tweek aquella tarde me incitaba más a plantar un buen puño en su asqueroso rostro.

Tweek intentó mediar, le dijo al gótico que se fuera, incluso se puso a mi lado, tratando de evitar que las cosas se fueran a las manos... lamentablemente no todos entienden con palabras.

—Si el problema es ese mequetrefe que tienes ahí yo me encargo de sacarlo, o mejor, te vienes conmigo a hablar.

—No tengo ningún problema con él —dijo orgulloso—, el problema es contigo, no quiero verte acá, ¿lo entiendes?

—Que curioso, no decías eso la última vez.

—¡YA ESTÁ! —grité, poniéndome de pie—, ahora si la cagaste imbécil.

Me abalancé sobre el gótico, empujándolo contra una mesa. Me fui con todo, iracundo, sumido en la adrenalina y el desprecio a un sujeto ruin y arrogante. Empuñé mi mano derecha, y con un movimiento rápido le clavé un derechazo violento en su quijada.

—¡A VER AHORA QUÉ TAN HOMBRE ERES!

La situación se salió de control, Tweek apenas se tapaba la boca y nos miraba con miedo ante la escena tan cruda que tenía frente a sus ojos.

—¡Bueno, ya está! —exclamó, levantándose con dificultad— ¡Vamos a ver quién es más hombre!

Pete se levantó, y en una carrera corta lanzó un zurdazo, que bloqueé, y luego un derechazo que me lanzó contra el piso. Me tomé la cara al sentir dolor, estaba sangrando, me había reventado el labio.

—Así es como lo quieres ¿no?, ven a ver que hay más, hijo de puta.

—No he acabado contigo, cerdo.

Las cosas hubieran seguido como iban, hasta que él decidió intervenir.

—¡NO MÁS!

Él es Tweek Tweak, y es mi novioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora