30 - "Jo-john, a lehanna...¿qué te he hecho?"

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Nunca creyó que volvería a estar tan asustado como el día en el que nació su hija. Tenía que admitir que no había medido la magnitud de lo que se había ofrecido a hacer. Volver a aquellas instalaciones donde había vivido horrores, donde incluso había matado a su propio padre poco después de conocerlo con sus manos desnudas, sintiendo el instinto animal pulsándole las venas, el dolor, la ira y la frustración materializándose en su incapacidad de salvarlo, eran sin duda recuerdos cuyo poder no había tenido en cuenta al haberlos guardado en un cajón profundo y oscuro de su alma.

En su jaula de conejillo de indias se sentía pequeño e indefenso. Un sudor frío le recorría todo el cuerpo y la bata blanca con la que lo habían vestido se le estaba comenzando a adherir como una segunda piel, dejando visible las palpitaciones nerviosas de su pecho.

Nunca pensó que la soledad llegase a ser peor que la compañía de aquellos médicos que a veces aparecían en sus peores pesadillas, pero sin duda la expectación hacia lo desconocido era mucho peor.

—¿Enfermero? — llamó John con una voz extrañamente suave mientras colocaba la palma de una de sus estilizadas manos sobre la pared de espejo a través de la cual estaba seguro de que lo estaban observando. — Tengo sed, necesito salir un momento. — prosiguió mientras llevaba la otra mano a su garganta, que notaba casi cerrada. Nadie le contestó, pero el prosiguió, hablando como un medio para combatir la ansiedad — ¿Podría ver a Johnny antes? Solo para decirle que lo siento.

Solo silencio, tan profundo que cuando la puerta se abrió, aunque lo hizo suavemente, asustó a John de tal modo que cayó de bruces al suelo, conteniendo las ganas de gritar mientras se tapaba la nariz y la boca alzando el cuello de su bata. El olor picante y la vez dulce era tan intenso que se sintió al instante mareado. No podía compararlo a nada que hubiese olido antes, aunque le recordaba vagamente a la esencia de canela, el olor del celo, el sudor y el sexo. Un temblor le sobrevino mientras sus piernas parecían de repente convertirse en líquido, inundadas por un reguero de fluidos que escapaban de su interior como un grifo abierto de golpe.

Todo su cuerpo parecía haber entrado de repente en llamas, la fiebre lo dejaba delirante e incapaz de levantarse mientras la glándula de su cuello palpitaba, hinchada, provocándole una comezón casi insufrible. 

Jadeando, se arrastró lo más lejos que pudo de la puerta mientras, dejando el pasar un rastro con un aroma tan intenso que no pudo reconocerlo como propio.

No veía nada, solo la luz en el techo, deslumbrando sus ojos entornados cargados de lágrimas, pero lo oyó aproximarse hasta formar una mancha enorme difusa frente a él, una figura de pesadilla que parecía superar los dos metros de alto.

John intentó gritar, pero no le salía la voz, solo podía temblar como una hoja ante las inclemencias del tiempo, sintiendo que su cuerpo se deshacía totalmente a merced de aquella bestia.

—N-no... — dijo John con una voz muy débil, estrangulada, pero no sirvió de nada. Lo tomó del tobillo y lo acercó hasta sí, arrastrándolo por el suelo hasta que quedó a los pies del recién llegado y aunque sintió auténtico terror su cuerpo no le obedecí. Su entrada palpitaba mientras sus piernas se abrían y su cabeza se giraba hacia un lado, mostrando parcialmente el estado lamentable en el que se encontraba su glándula de olor.

Escuchó un rugido y su temblor fue mayor, pues una descarga de excitación agitó todo su cuerpo hasta hacerlo gemir, emitiendo un sonido de llamada lastimero.

A pesar de que los instintos estaban tomando totalmente el control de John, se encogió asustado cuando el intruso se abalanzó sobre él.

John negaba con la cabeza aunque su cuerpo decía que sí y se abría a aquel que estaba colocando entre sus piernas.

Eco [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora