31 - "Quiero testificar en el juicio"

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Rosamund contuvo el aliento. Todo lo que había comido desde que se había levantado de repente parecía haberse transformado en una bola de hormigón, asentada en el fondo de su estómago. Miró a su primo y por su rostro dedujo que el sentimiento debía de ser mutuo. Tenía que preguntarlo, aunque cada palabra sabía a veneno en su boca.

—¿Él está...?

—Entró en un coma. — dijo Greg con la voz entrecortada, tomándose un momento para tragar saliva mientras la mesa se interponía en el recorrido de su mirada hacia el suelo. Su pareja a su lado le acarició el brazo y subió hasta su nuca, pero Lestrade le hizo un gesto, dedicándole una sonrisa que intentaba ser tranquilizadora.

La historia no había terminado, pero pasaba la media noche y todos estaban muy cansados. Aun así tenían casi la certeza absoluta de que ninguno conseguiría dormir esa noche.

—¿Te importaría que siguiésemos mañana? — le preguntó por fin Lestrade. Una lágrima resbaló por su mejilla sin que se diese cuenta. Rosamund asintió compungida y dejó que William la guiase hasta una de las habitaciones vacías.

Las paredes habían sido pintadas hacía poco de un suave color azul y en el techo había colocadas pegatinas con forma de estrella que brillaban en la oscuridad. La cama individual tenía unas sábanas sencillas, pero sobre ella había muchos peluches, perfectamente colocados. William pasó delante de Rosamund y comenzó a quitar todos ellos con mucho cuidado, colocándolos haciendo una montaña sobre el escritorio vacío, al lado del cuál había un arcón de madera con dibujos de cohetes y más estrellas.

Rosamund miró con atención todo, con un silencio mortal, y despidió con un asentimiento de cabeza a William, que había cambiado su habitual rostro de resquemor por uno de póker, tan carente de expresión que le causaba escalofríos. Su ojo herido de repente le dio la sensación de ser de cristal y se preguntó si cuando cerrase la puerta él también se pondría a llorar.

En la cocina, Lestrade aún permanecía hundido en la silla. Will se agacho a su lado y le dio un beso en la mejilla, limpiando una de sus lágrimas, mientras que tiraba de su brazo con delicadeza para que se levantase y así poder conducirlo a la cama.

Una infancia dura y solitaria había hecho que William fuese una persona absorbente a la que le gustaba el contacto constante. Nada más tumbarlo, Greg dejó que lo envolviese entre sus finos aunque fuertes brazos, ocultando la cabeza en la curva de su largo cuello mientras el resto de su cuerpo se contraía en posición fetal y dejaba que todo el dolor saliese, callando los sollozos. A veces era tan duro que William tenía que apartar la mirada, pues no soportaba verlo de ese modo.

—¿Rosie te ha preguntado? — murmuró Lestrade tras desahogarse en silencio durante media hora. Will tragó saliva y le acarició el pelo con suavidad. Sus canas eran un poco ásperas, pero eso no le importaba. Nunca se cansaría de mesarlas.

—No, pero por su mirada noté que quería hacerlo. Tú no tienes que contestarle si no quieres. Lo sabes, ¿verdad?

Lestrade no respondió, se le hacía demasiado duro pensar en ello y sin embargo tenía en su casa aun montado un santuario a la espera de su legítimo dueño, que jamás lo llevó a pisar ni jamás lo haría.

Finalmente asintió, porque, de todas formas, ¿qué sentido tenía hablarle a Rosamund de Johnny si ni siquiera sabía quién era? Le bastaba con saber que había habido otros, otros como William, no tenían por qué entrar en detalles sobre sus ilusos deseos y su muerte.

Era una carga demasiado pesada, pensar que podría haber sido su hijo, que podrían haber llegado a un acuerdo para traerlo a casa y darle una vida normal, pero había sido demasiado tarde. Gregory tenía grabado en la memoria cómo el pequeño cuerpo de Johnny había colapsado, agonizando durante cerca de un mes hasta que los efectos secundarios de la inyección del suero experimental que había creado la compañía Schulten con las hormonas de Ryan acabaron con su vida.

No había sido hasta entonces que Gregory Lestrade había comprendido en sus propias carnes el miedo y el dolor al que Ryan y John se enfrentaban día a día. Aún seguía pensando en qué hubiese sido de su vida si no se hubiese implicado, si no hubiese tenido que ir hasta la clínica para rescatar a Ryan y John, entonces nunca habría conocido a Johnny y nunca lo habría amado. Habría muerto solo, sin tumba, unos restos sin nombre más en el depósito del hospital. Seguiría con su felicidad vacía, la cual tristemente a veces echaba de menos.

Sin embargo, en toda la tristeza que sentía había encontrado la fuerza que le faltaba. Hasta entonces nunca había creído que la venganza fuese un motor tan poderoso, pero ahora podía jurar que lo era. Ya no dudaba en que sería capaz de hacer lo que fuese necesario y ya no lo hacía por Ryan ni por John, lo hacía por sí mismo, por William y por el niño del que se enamoró nada más ver su pequeño y asustado rostro, el hijo que podía haber sido de ambos.

Las lágrimas por fin se secaron y en su rostro solo quedó una feroz determinación.

William lo admiró, colocando las manos en cada una de sus mejillas para alzarle la cabeza y poder besarlo con pasión. Esa noche de nuevo harían el amor, aunque nunca pudiese nacer nada de su relación, aunque la impetuosidad de un alfa fuese a veces tremendamente dolorosa para un beta incapaz de hacer lubricar su cuerpo. Estaban hartos de regirse por lo que la sociedad esperaba de ellos y por supuesto que William abría sus piernas gustoso esperando a ser penetrado y nada le complacía más que ver el rostro de placer de Gregory cuando se volcaba dentro de él. Nada envidiaban de las otras parejas cuyas relaciones eran consideradas normales y legítimas.

Los chirridos de la cama en la habitación de al lado incomodaron un poco a Rosamund, que era incapaz de dormir y tenía la vista fija en las estrellas de su habitación. Estaba triste, confundida, y se sentía muy sola. Tenía muchas ganas de correr y abrazar a su hija Jun hasta que la niña de casi diez años se quejase con razón de que estaba siendo demasiado pesada, pero al mismo tiempo se veía incapaz de coger un avión y regresar a Boston sabiendo lo que estaba ocurriendo.

Rosamund podía ver sus recuerdos a través de las estrellas. Solo se llevaba unos meses con John y hasta el entierro de su bisabuela habían sido muy cercanos. 

Su tía-abuela Isabelle solía viajar a América con él cada vez que podía y ambos pasaban las noches de verano acampados en el jardín observando el cielo y fantaseando con tener grandes aventuras como las que tuviera su antepasado Sherlock Holmes. Rosamund había tenido la suya propia, enfrentándose a una familia que tenía relaciones con la mafia china norteamericana para poder casarse con su heredera. 

Había sido emocionante y durante un tiempo había sido feliz, hasta había dado a luz a la siguiente heredera, pero como toda aventura, había tocado a su fin. John no había tenido tanta suerte, su aventura resultó ser mucho más aterradora, tanto que ahora formaba parte de un libro como si fuese otro episodio más de las aventuras del detective. 

Si lo hubiesen sabido en ese entonces, Rosamund estaba convencida que ninguno hubiese deseado nada más que permanecer allí, tumbados en la hierba, con cinco años y un montón de ilusiones en su cabeza. Pero lo que había sido era historia, y la historia era la que era.

Sabía que tenía varias opciones, mirar hacia otro lado, sin duda, era la más sencilla y la postura que la familia Watson, dirigida aún por Harriet, había adoptado para proteger a sus miembros. Pero Rosamund no era su abuela y había vivido demasiado tiempo cómodamente en su postura pasiva, dejando que otros decidiesen lo que era justo y bueno para ella.

A la mañana siguiente, cuando Gregory y William despertaron Rosamund se había tomado la libertad de preparar café y tostadas y los estaba esperando para desayunar en la cocina.

William se mostró tan maleducado como siempre. No se molestó en saludar como tampoco se había molestado en peinarse o ponerse algo más que unos calzoncillos, mostrando todo su cuerpo lleno de rojeces por las mordidas y chupetones. 

Cogió una de las tostadas y se sentó en el otro extremo mientras le daba un mordisco, desgarrándolo. Gregory estaba sin duda avergonzado por su modo de comportarse, y mantenía la mirada baja. Le dio los buenos días a su prima y las gracias por haber preparado el desayuno.

—Soy un anfitrión terrible. — reconoció Lestrade con pesar, pero Rosamund no le dio importancia.

—Greg. — lo llamó y él alzó por fin los ojos para mirala, extrañado por su tono serio. — Quiero testificar en el juicio.

Eco [Omegaverse]Where stories live. Discover now