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QUEDARSE COMPLETAMENTE SOLA DURANTE UNA INVASIÓN no habría sido la elección más inteligente en ningún caso, empero Athenea Taylor sentía que debía hacerlo así.
Iba a ser la futura estratega del próximo rey, Caspian X, y sabía con certeza que tendría situaciones mucho más complicadas que la que se la presentaba actualmente. Y no tendría al rey Edmund para protegerla siempre.
Así que, con tan solo quince años, se disponía a pasearse por el castillo en busca de su cuarto, coger unas cosas y volver a la barbacana, sana y salva.
Claro que, por si acaso, llevaba una mano sobre el mango de su espada.
Llegó a su cuarto sin tener que derribar a nadie. No les habían descubierto aún, eso era una buena señal.
Cerró la puerta tras de ella. Inspiró hondo al oler aquello que le resultaba tan familiar. A pesar de que todo estuviera destrozado, sentía que aquella aventura era solo un sueño y que volvía a casa.
Pero ese alivio que sentía se desvaneció por completo al ver su cuadro familiar roto en el suelo, rasgado por la mitad. Le quitó el marco entre sollozos y lágrimas, lo enrolló. Corrió a su armario para coger una bolsa. Allí guardó el retrato, unos planos de todos los territorios telmarinos, plumas y tinta.
Se detuvo al lado de su tocador. Alzó la mirada cruzándose con su reflejo en el espejo. Tragó saliva y casi se abalanzó hacia el mueble para coger su posesión más preciada.
Alzó el anillo frente a ella y lo observó detalladamente. Desgraciadamente, algo se robó toda su atención. Se colgó el bolso a la espalda y corrió hacia su anterior posición mientras las campanadas de alarma sonaban de fondo.
Cuando llegó, frunció el ceño al no encontrar a nadie.
━━━ ¡Ed, da la señal a las tropas! ━━━escuchó la voz del Sumo Monarca.
