CAPÍTULO 1.

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—Micah. —Escuché que me llamaban. —Ya llegó el oficial. Esta aquí para que le cuentes lo que pasó.

   Desde mi celda observé con detenimiento aquel hombre, alto e imponente, de ojos verdes que parecen juzgar con solo una mirada, cuerpo con músculos más que definidos y labios delgados pero que invitan a que los beses.

—Tome asiento oficial. Voy a contarle cómo empezó todo y no voy a omitir detalles.

   El hermoso oficial tomó asiento frente a mí, en lugar de mi celda. Comencé a relatar...

   Cuando todo empezó yo no era más que un mocoso de diez años con ganas de crecer para salir de la casa donde lo único que recibí fueron golpes, insultos, y uno que otro castigo.

   Vivía en una casa con mis padres, no crean que me gusta llamarlos de ese modo cuando ninguno se lo merece. Para ellos no fui más que un condón que se perforó y por desgracia les dio un hijo.

   Mi madre, hermosa como ninguna otra, un bello rostro y un corazón con una maldad palpable, esa mujer que dice ser mi madre se acostaba con cuántos hombres fueran a la casa, en aquel entonces no entendía porque se encerraban cuando papá no estaba y solo se escuchaban extraños sonidos, lo que hoy en día sé que eran gemidos de placer. Pero no la culpo. Ella lo hacía para darme de comer, era muy poco sí, pero eso era mejor que nada.

   Mi padre, un drogadicto que disfrutaba verme desnudo por horas. Nunca intento violarme, pero... ¿Qué clase de padre le dice a su hijo que haga sus deberes desnudo?... Exacto oficial, ninguno.

   Un sábado de tantos encerrado en mi casa se mudaron los vecinos Hamilton, una familia que irradiaba la felicidad que yo siempre quise. Esa familia tenía un hijo, un hijo el cual se robó no solo el corazón de los maestros, sino también el de todo el que lo trataban, yo quería estar cerca suyo, quizá si hacía lo mismo mis padres saldrían conmigo como lo hacían los padres de Onil cada fin de semana.

   Onil no estaba en mi clase, pero a pesar de eso toda la escuela hablada de él. Quizá era por lo bello de sus cabellos risos en color chocolate, o lo hermoso que lo hacía lucir su sonrisa.

   Así pasaron tres meses y las vacaciones para navidad llegaron. Onil era mi vecino y nunca le había dirigido la palabra, pero ¿Qué le diría? ¿Como alguien como él, hablaría con alguien como yo? ¿Que tenía yo que ofrecer?

   Desde mi ventana me encantaba observarlo jugar en patio trasero de su casa, se veía tan angelical que tenía miedo de que alguien con tantos demonios como los míos se le acercara. Tenía miedo de ver a otros con él, pero mi mayor temor era estar yo cerca de él.

   Un domingo Onil se comía su paleta de fresa, esas Siempre fueron sus favoritas. Algo ese domingo lo hizo mirar hacia arriba, ¿Por qué tantos días observándolo y él tenía que mirar hoy? ¿Por qué tenía que ser tan perfecto? Onil fue un ángel que se extinguió, su vida se fue junto con la luz que nunca voy a volver a ver.

   El me saludaba y yo no sabía qué hacer. Cuando vi que su saludo de mano era dirigido a mí, me sentí más que feliz, nunca en mi vida había experimentado algo igual.

—¡Ven a jugar conmigo Micah. Estoy muy aburrido!. —Me gritó.

   Nunca sabré si lo que más me asombro era que el supiera mi nombre, o que me haya invitado a su mundo lleno de luz y perfeccionamiento.

   Como alma que lleva el diablo corrí, corrí como nunca lo había hecho en mi vida. Cuanto la puerta de su casa me fue abierta una mujer más hermosa que mi madre, pero con una sonrisa real y no la que mi madre les mostraba a sus clientes me abrió la puerta.

—Hola bonito. ¿Estás buscando a Onil?

   Bonito. Bonito yo. Nunca nadie me había llamado de esa forma. Solo pude asentir con la cabeza.

—Ven pasa, Onil está en el patio trasero. Espérame allí te voy a buscar una paleta.

   Fui guiado por la hermosa mujer a la parte trasera de la casa. Donde estaba Onil comiendo otra paleta, nunca entenderé por qué las paletas en invierno, pero el imperfecto aquí soy yo.

—¡Ven Micah, ven! —Nunca vi una sonrisa tan linda luego de pronunciar mi nombre. Cada vez que mis padres lo mencionaban era con una mueca de asco y de disgusto, pero no los juzgo; ellos nunca me quisieron.

—Quise venir a jugar, pero no tengo juguetes. —Fue un milagro que no haya tartamudeado, pero es que no podía. Muchos golpes y castigos fueron los que recibí para que aprenda a hablar y comportarme como se debe.

—No importa. ¿Me empujas? —Me dijo señalando su columpio.

   No podía negarme a nada que él me pidiera si lo hacía con esa sonrisa que fue el motivo de muchas de mis alegrías.

   Mientras empujaba su espalda lo escuchaba tararear una hermosa melodía, todo era más que perfecto. Lo sé, lo sé, es gracioso que algo en mi vida sea perfecto, pero no me culpes oficial así es como yo lo sentía.

—Nunca te veo salir de casa. Tampoco te veo jugar con nadie en el recreo de la escuela.

   No podía hacerlo. Tenía estrictamente prohibido hablar con alguien, y está vez mis padres no tenían nada que ver, yo sé que ellos hubieran preferido que yo tenga amigos para así librarse un momento de mi persona. Pero era yo quien no me permitía hablar con nadie, era yo mismo quien me sentía la oscuridad como para estar a la altura de los demás y siquiera pensar en hablar con ellos. Quizá soy el hijo de diablo como muchas veces me lo gritaron mis padres, quizá solo no valgo la pena para que alguien se tome la oportunidad de hablar conmigo.

—Soy una persona oscura y no merezco estar cerca de los seres de luz.  

   Si aquel entonces hubieses visto su carita de confusión morirías de ternura oficial, pero a él yo no podía mentirle, sus ojos eran un escáner que todo lo que yo quería proyectar sus ojos lo sabían.

—No digas eso, tú no eres un ser oscuro. Sólo estás triste y por eso te sientes así.

   Como quisiera que sus palabras hayan sido verdad, que solo sea tristeza lo que me invade y no las penumbras a las que pertenezco.

—No Onil tu no entiendes.

—...Ayúdame a entender entonces. Quizá otra paleta te haga sentir mejor. ¡Mamá, mamá!

   Ojalá cuando llamará a mi madre ella me respondiera con una sonrisa.

—¿Que sucede cariño?

—Trae otra paleta para mi amigo
Micah.

—En un momento cariño.

   Yo lo veía como un dios inalcanzable, ¿Como alguien como yo podía ser tú amigo? ¿Como alguien como yo merece estar cerca de tu persona?

   Nunca le di las gracias suficientes por permitirme estar a su lado cuando nadie más lo hizo.

—¿Somos amigos?

—Claro que si bobo. Jajaja, es más seremos mejores amigos.

   Ese día la oscuridad en mi corazón se apaciguó un poco porque la luz que irradiaba su sonrisa la mantenía en calma.

—Suficiente por hoy oficial, puede volver el martes para terminar su informe. —Ese fue mi carcelero.

   El bello oficial solo le dio un asentimiento a mi carcelero, y otra vez las puertas que permiten que luz entre a este lugar, que tan malos recuerdos me trae sean cerradas una nueva vez.

   En un principio sentía miedo, Pero ¿cómo temerle a lo que yo mismo creé?

Extraña Obsesión.Where stories live. Discover now