Capítulo 4

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- ¿Regresa?

Eso fue lo único que pudo salir de la boca de Lucrecio, ¿regresa ya? No, no, no, no. Todo va perfecto, nada podría ser mejor, "que no regrese la reina esa" era lo que pasaba por la mente del joven mientras bajaba la cabeza y sentía un peso gigante empujando sus hombros hacia el frente, encorvándolo.

- Cuando llegue tu padre podemos conversar de un posible futuro para ti aquí, joven. Aunque en la carta solo se anuncia mi Amelia.

- Es...est-tá bien, r-rey Juan. Me re-retiro con su permis...

Se alejó sin esperar respuesta y con la incertidumbre como segunda piel. Se dirigía a su cuarto: salió del comedor, caminó por el pasillo principal, cruzó a la derecha en la primera intersección y, con el cuerpo apoyado en la pared y la mirada perdida, subió los escalones hasta su habitación. Todo el trayecto lo hizo sin pensar al respecto. Entró y se tumbó en el piso. Ya conozco este lugar, este castillo es mi casa, pensó. No puedo irme, agregó un momento después. Esto es lo mejor que me ha pasado en la vida, concluyó.

Así se constituía la realidad del muchacho.

Acostados sobre la grama color esperanza sintiendo los caricias del viento y el abrazo de la luz del sol, cada uno repasaba en su mente el plan que empezamos a formular desde que nos enteramos de mi embarazo. Al principio, yo estuve sumamente nerviosa, no sabía qué hacer y no podía imaginar mi vida perdiendo a otro hijo, me aterraba pensar que arruinaría una vida que pudo ser agraciada. Esteban, por su parte, estaba alegre y emocionado; duplicó, no: multiplicó exponencialmente sus atenciones hacia mí y hacia la bebé (tenía la convicción que sería una niña). Después de un tiempo, no pude más que contagiarme de sus buenos deseos y su interés por la vida.

- Voy a ser padre otra vez. Lucrecio será hermano mayor – decía reiteradas veces al día con los labios curvados ampliamente hacia arriba, mostrando las perlas de su boca.

Así que emocionados como estábamos, decidimos poco a poco qué íbamos a hacer.

Tuvimos muchos obstáculos.

Su primera idea fue huir de Rosegh mientras el embarazo estuviese poco avanzado, pero yo me resistía a dejar a mi nación, así haya sufrido mucho, y estaba la dificultad de sacar a Lucrecio sin ser vistos. Se descartó. Después, yo propuse quedarnos por siempre aquí: era inútil, claro, en algún momento vendrían por nosotros. Se descartó. Las otras opciones se balanceaban entre lo imposible y lo inconcebible por alguno de los dos. Se descartó cada una de ellas. Hasta que yo le dije que se fuera él con el bebé después de nacer, era la estrategia más sensata: nadie los reconocería, no tendrían problema al embarcar; tú conoces perfectamente todo lo que tienes que hacer para cuidar de otro ser humano, le dije, todo les saldrá bien, cuidarás y criarás a un ser humano maravisollo, serás un modelo. Yo regresaré al castillo, me quedaré en la isla y me aseguraré de que Lucrecio acceda a buenas oportunidades y que tenga felicidad.

Parecían finales buenos para lo que fue una misma historia buena.

Él asintió. Asintió una y otra vez. Quiso interrumpirme varias veces al hablar, pero fruncía los labios, sonreía levemente y asentía de nuevo, haciéndome un gesto de que prosiguiera. Me encantaba. Con él no me sentía oprimida y nunca peleábamos: siempre se escuchaba al otro con atención y se esperaba para responder. No conoceré jamás a un hombre más eximio. Cuando terminé, colocó sus manos en mi vientre, movió la yema de sus pulgares suavamente sobre mi piel, haciendo pequeños círculos. Se acercó y susurró frente a mi ombligo:

- No pienso separarte de tu madre.

Un contraste de actitudes ingente.

Juan empezó a gritar con todas las fuerzas de su interior: traidora, cualquiera, puta, desgraciada, bandida, sinvergüenza. Tenía la libreta todavía en la mano, arrancó el dibujo de mi hija recién nacida, lo arrugó y lo lanzó a mis pies; pasó a mi lado sin dirigirme la mirada, estoy segura que estuvo a punto de empujarme, empuñó la cerradura y arrojó la libreta con una fuerza descomunal al interior del cuarto antes de que su cuerpo saliera completamente. Algunas hojas se habían soltado, pero yo ni siquiera las podía ver, no podía ver nada, mi mente no sabía qué procesar ni cómo actuar, con la manga del vestido traté de secar la cascada de mis ojos. Busqué dónde había caído la parte más íntegra de la libreta.

La isla doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora