Capítulo 32

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-Laura... -me contesta con igual suavidad, sonriendo.

Me arrodillo sobre la cama y avanzo hacia él cautelosamente, como pidiéndole permiso. No lo necesito, pero espero su reacción: soy como una presa caminando hacia su cazador, esperando misericordia. Él estira sus brazos hacia mí, apoyando las palmas enormes y cálidas en mi trasero, y me atrae hacia él. Yo apoyo mis rodillas a ambos lados de sus muslos. Hundo mis manos en sus rizos perfectos e indisciplinados de su nuca y los acaricio. Él apoya su barbilla en el centro de mi pecho. Estoy segura de que puede escuchar mi corazón latir, porque ciertamente está desbocado.

Lo miro así, sentada sobre él, mientras él me mira con esos ojos azules y enormes llenos de ternura mezclada con ¿lujuria? Acuno su cara en mi mano. Se ve tan... tan él. Se siente tan él. Sigue siendo él, el mismo que conozco desde hace tantos años. Pero, a su vez, es otro completamente nuevo, porque estoy descubriendo una parte de su persona que no conocía. Y me gusta. Me gusta descubrirlo, me gusta conocerlo otra vez.

Me mira con una sonrisa.

-¿Sabes que no podremos parar, verdad?

-¿De qué hablas? -le digo, y jadeo cuando con sus manos me obliga a presionar la cadera contra su erección.

-De hacer esto. Tú y yo. Somos buenos en esto.

-Es muy pronto para dar un veredicto -le contesto mientras él hunde su cara en mi cuello y lo besa.

-¿Necesitas más pruebas?

-Ajam...

Me mira a los ojos y lleva sus manos al primer botón de mi camisa (su camisa), abriéndolo con una templanza abrumadora.

-Pensé en quitarte esta camisa desde que te vi bajar con ella por las escaleras -tiene en la cara la mueca de una sonrisa de costado.

-Pero no querías que la usara...

-Porque verte con mi camisa puesta me volvió loco, pecas... -baja sus dedos al segundo botón mientras habla con una voz muy profunda- Saber que llevabas mi perfume en tu piel, que la tela que yo había usado hasta hacía un rato estaba ahora sobre tu cuerpo... -baja al tercer botón- simplemente entendí que no podría contenerme.

Sus manos me distraen de lo que acaba de decir. ¿Henry? ¿No puede contenerse por mí? Baja sus manos al último botón y lo desprende. Mete sus manos dentro de la tela y acaricia mi cintura desnuda, mi abdomen, la curva debajo de mis pechos. Tomo su cara entre mis manos y lo obligo a mirarme.

-¿Desde cuándo te pasan estas cosas conmigo, Henry?

Me mira a los ojos, meditando su respuesta.

-¿Importa eso ahora?

-Importará siempre.

-Desde hace un tiempo -sube sus manos y acaricia lentamente mis pechos, irguiendo mis pezones automáticamente con sus dedos pulgares.

-¿Cuánto... cuánto es un tiempo? -alcanzo a decir, cerrando los ojos para intentar reunir todas mis fuerzas y concentrarme en esa frase, mientras él rodea con sus labios mi pezón. Se detiene y me mira.

-¿Podríamos no hablar de esto ahora?

-Es que deberíamos...

Su boca asalta la mía y no me deja terminar la frase. Sus manos bajan hasta mi entrepierna y se abren paso con facilidad. Sus dedos se mueven ágiles dentro mío, y pareciera que conoce cómo, cuándo y dónde tocarme. Excita mi clítoris con suavidad, pero su boca dice otra cosa. Su boca esta vez es implacable, casi rozando lo salvaje. Me besa con hambre de besarme; me muerde el labio inferior, tirando de él, y su lengua se regodea sobre la mía, trazando indescriptibles movimientos que me vuelven loca paulatinamente.

Busca su erección con la misma mano con la que me estaba tocando, pero se detiene.

-Mierda. El preservativo -gruñe en voz baja.

-Yo... tomo la pastilla, si eso te preocupa -le digo con mi voz entrecortada por la respiración.

No dice nada más, sólo vuelve a besarme. Su humedad y la mía se confunden en mi entrada, se amoldan y se entienden y entra en mí decidido. Yo tiro de su cabello para obligarlo a mirarme.

Esta vez no estamos a oscuras. Esta vez la habitación es todo luz, y nos vemos. Nos observamos. Sus pupilas se clavan en las mías. Sus ojos devoran cada centímetro de piel que queda expuesta para él, como si tuviera hambre de mirarme. Mis manos rastrillan su pecho, mis labios muerden el ángulo perfecto de su mandíbula, mis pechos se excitan al rozar el vello del suyo. Me muevo sobre él y yo marco el ritmo. Escucho sus sonidos, presto atención a su respiración, a los movimientos de sus manos, y entiendo lo que quiere. Es como una danza en donde no necesitamos ninguna palabra para saber los pasos que hay que dar.

Es verdad. Somos buenos en esto.

Aplasto las palmas de mis manos en su pecho (su glorioso pecho) y lo empujo hacia atrás. Se acuesta en la cama y me mira desde abajo. Me muevo más despacio. No quiero apurar nada. Quiero que disfrute lo que está mirando, porque me siento deseada. Y eso me hace disfrutar a mí también, y mucho. 

Clava sus dedos en mis muslos, y me doy cuenta de que se está conteniendo. Yo llevo mi mano entre mis piernas y apresuro mi orgasmo, que llega como una oleada desde el centro de mi cuerpo y me golpea entera, obligándome a cerrar los ojos y detenerme un momento para entender dónde estoy. Cuando abro los ojos él me está mirando, con su boca apenas entreabierta, dejando escapar el aire caliente de entre sus labios.

Me levanto y me arrodillo entre sus piernas. Rodeo con mis dedos su erección y muevo mi mano arriba y abajo con lentitud. Mis labios se envuelven a su alrededor y siento con mi boca su rigidez por debajo de su piel aterciopelada y caliente. Lo acaricio con mi lengua, succiono con mis labios, rodeo la punta y vuelvo a empezar. Levanto mis ojos para mirarlo. Desde mi posición, la perspectiva es poco más que impresionante: la "v" que se forma en lo más bajo de su abdomen, el camino de vello oscuro debajo de su ombligo, su pecho masculino y fuerte que se mueve agitado con su respiración.

Me acaricia el cabello y lo recoge en una mano.

-Laura... no... yo... -alcanza a jadear, y sé que está por llegar a su orgasmo.

Y lo deseo. Deseo que ese orgasmo sea completamente mío. Deseo que se desarme en mi boca, que no pueda más de placer al saber que yo lo llevé allí. Deseo todo, y más. Hundo su miembro en mi boca tanto cuanto puedo y mis labios se aprietan con fuerza alrededor de él. Los músculos de su cadera se tensan. Su boca se aprieta en una fina línea, y sus puños se aferran a la sábana blanca a sus costados.

Y es mío.

Siempre túUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum