Momento 3

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Caminé despacio, con paso pesado a mi casa. Esa tarde se había convertido en una salida para mis sentimientos, ya que no me permitía dejarlos a la vista ni con facilidad y mucho menos con frecuencia. Mi semblante de hombre discreto y decidido era mi disfraz favorito. Pero lo cierto era que también lloraba como lo descubrió mi hija la tarde en que enterramos a su abuela. Aún me río de ese momento ya que ella pensaba que me había caído sal en los ojos negándose rotundamente a creer que estaba llorando. Jamás permitía que me vieran llorar...

Lucía me recibió con su rutinario beso de bienvenida.

-Hola cariño, te tardaste un poco hoy- dijo tocándome el rostro con sus pequeñas manos.

-Trabajo cielo, mucho trabajo.

-Entonces, relájate un poco, lávate las manos y ven a cenar con nosotros, te estábamos esperando- dijo retirándome el abrigo.

Lucía es mi esposa. Confieso que cuando la conocí, imaginé todo, menos casarme con ella.

Era una simpática estudiante de arquitectura amiga de un par de amigos de la facultad, polifacética y carismática, amante de la naturaleza y filántropa hasta los huesos. Para mí es la mujer más inteligente e impresionante que he conocido y hasta ahora no comprendo que le llamo la atención de mí, cuando apenas tenía 21 y era un completo idiota. Entonces sin yo pretenderlo, se enamoró y no lo creí hasta que me besó aquel día. Nunca hablábamos, pero ella siempre me observaba, me estudiaba, descubriendo cosas en mí que ni yo mismo había advertido. Su forma de ver el mundo era desconocida y elevaba a todos los seres vivientes  a otra  dimensión con solo pronunciar pocas palabras. Siempre fue hermosa y pretendientes le sobraban, pero me vió a mí. Nunca ha querido decirme el por qué, solo recuerda entre risas que cuando vió mi melena negra , mis ojos azules escondidos por esas enormes gafas y mi ropa de chico geek, le entraron ganas de vomitar. Ahí supo que era el indicado.

Pero aún hoy me pregunto si estaba destinado a estar con ella por toda la vida. Veinte años, en ocasiones no eran suficientes para estar seguro.

Cuando me senté a la mesa, Loki estaba mirándome con ojos suplicantes para que le compartiera un poco de mi Lasaña. Estaba acostumbrado a esa mirada y sabía ignorarla buena parte de las veces. Loki lucía muy gordo, un poco más y se parecería a un puerco. Ni siquiera esperó a ver mi cara de rechazo, cuando galopó hasta el lugar de los gemelos que literalmente le llenaban el estómago al darle la mitad de su comida.  

-Iván e Isaac- dije- ¿qué les he dicho siempre?

-Qué Loki ya ha comido y si le damos nuestra comida morirá de un infarto al taparsele  las arterias de tanta grasa- dijeron al borde de la risa.

-Exacto. Además  a los niños que no comen su comida, se los llevan...

-En paquetería  a una isla desierta, sin dulces, sin televisión y sin internet – dijeron con los ojos en blanco.

Les sonreí y se acomodaron nuevamente en sus sillas. África y Lucia se sentaron a la mesa.

Me quedé observando a mi pequeña África. Hermosa morena con grandes ojos verdes... Pero sus  ojos, grandes y tristes, llamaron al chico de esta tarde a mis pensamientos como si encontrara algún parecido entre ambos...

La cena transcurrió en silencio. Los gemelos se terminaron todo gracias a las miradas amenazadoras de su madre, que si bien los tenía muy consentidos, pero imponía reglas y las aplicaba en ocasiones que las ameritaban. Lucía los conocía a la perfección , como yo nunca podría conocerlos.

Laurent  [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora