... cumplí mi promesa.

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¿Cuántos días habían pasado ya?

No lo sabe.

No le importaba.

Nada de eso cambiaría nada.

La puerta fue golpeada insistentemente otra vez. Ni se inmutó en moverse del nido de sábanas en las que estaba oculto, sentado en la esquina más lejana de la habitación. Sus ojos, enmarcados en negras ojeras producto del insoportable insomnio que lo azotaba. Sus mejillas, ahuecadas por la falta de alimento en su organismo. Su cuerpo, consumiéndose por el dolor de su mente y más que su mente, de su corazón.

¿Cuánto llevaba así?

No lo sabe.

No le importa.

Varios de sus compañeros de la agencia habían azotado su puerta sin contemplación alguna, con la esperanza de sacarlo de ese purgatorio en el que él mismo se había internado. En vano.

No estaba en «ese» apartamento, sino en el que había vivido solo algunos años. Le sería imposible volver allí.

¿Cómo?

Si todo le recordaba a él

Le era imposible comer.

¿Cómo?

Sí todo alimento tenía la firma de sus manos.

Le era imposible dormir.

¿Cómo?

Sí cada vez que soñaba le veía.

Ni siquiera asistió al funeral.

Sería como un suicidio.

Y él era un maniático suicida.

Se levantó de su nicho, sintiendo cada hueso tronar, cada músculo distenderse, atrofiados de horas,o quizás días, de nulo movimiento. Ni siquiera se colocó los zapatos ¿o ya los tenía puestos? Se arrastró dando tumbos, siendo observado por todo aquel se le cruzaba; todos con la misma emoción en sus ojos: lástima. Llegó. Abrió la puerta y entró.

Fue hasta la sala de estar.

Justo como la habían dejado.

La cocina un poco chamuscada, el sofá y los cojines regados, el mando del televisor lo suficientemente alto para que no fuese alcanzado por él, ropa en el suelo, una botella de vino vacía.

Un sombrero roto sobre unas vendas.

Vaya hipócrita que era la vida.

Sus ojos divagaron hasta caer en algo que le retumbó los nervios, recordándole que su corazón aún latía:

Un frasco con pintura rosa junto a la lavadora.

«—No me culpes si tus vendas se vuelven "accidentalmente" de color rosa la próxima vez que haga la colada.»

¿Y saben qué es lo más sorprendente?

Que no lloró.

Que no derramó una sola lágrima ni en ese momento ni ahora.

No porque no quisiera, sino porque no sentía.

Se lo había llevado todo. Sus risas, sus lágrimas, sus recuerdos, su pasado, su presente y su futuro.  Era solo un cascarón vacío siendo movido por los hilos de esta vida a las que estamos atados hasta que la muerte los corta con sus tijeras.

やくそく。꧁ 𝑃𝑟𝑜𝑚𝑒𝑠𝑎 • 𝑆𝑜𝑢𝑘𝑜𝑘𝑢 ꧂On viuen les histories. Descobreix ara