OCTAVO CAPÍTULO

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POV PANDORA 

No recordaba haber llorado esa noche, pero sus ojos estaban abultados cuando abrió los ojos por la mañana. Caín había abandonado sus aposentos hacía horas, ni siquiera había notado su ausencia hasta que el frío comenzó a calarle hasta los huesos.

Se incorporó en la cama con cierta dificultad. Su cabeza le daba vueltas y su cuerpo magullado aún le dolía lo suficiente como para impedirle actuar con su natural agilidad.

Colocó la palma de su mano contra su pecho. Dolía. Dolía a horrores. No podía creer que no volvería a ver la sonrisa de Sarah. No podía aceptar que no la escucharía reír nunca más, que no volvería a abrazarla ni a oír su voz.

Cerró los ojos. No podía seguir torturándose de esa forma.

Estiró la parte superior de su cuerpo en un intento por recuperar la movilidad de sus brazos adormecidos. Estuvo a punto de darse de cara contra el suelo cuando notó la presencia de alguien más en la habitación. Ahogó un grito.

– ¡Aléjate de mí, depravado sexual!

Lucifer enarcó las cejas con diversión – Buenos días a ti también, Pandora.

Se puso de pie tan pronto como sus adoloridos pies se lo permitieron. Agradeció haberse colocado una camisa de Caín después de haber despertado a la mitad de la noche. No estaba de humor para lidiar con demonios, mucho menos con Lucifer. ¿Acaso nadie le había dicho lo que había sucedido la noche anterior? No, Lucifer no era el tipo de monstruo que se detenía simplemente por una carita llorosa. Tranquilamente podían haberle contado con todo detalle el suicidio de su hermana y eso no sería suficiente para persuadirlo de hacer lo que quería.

– ¿Qué es lo que quieres, Lucifer? ¿Puedo asumir que viniste a la alcoba de Caín esperando encontrarme o estoy malinterpretando las cosas?

– No, no lo estás malinterpretando – La sonrisa burlona en los labios del demonio fue reemplazada a una mueca totalmente diferente. Ni siquiera sabía cómo describirlo con palabras – Creo que lo que estoy a punto de mostrarte será suficiente para que duermas tranquila esta noche.

El reino de Arabella estaba plagado de todo tipo de costumbres y rituales que se habían puesto en práctica desde los inicios de los tiempos. Una de las costumbres más conocidas, y la favorita de Pandora, era heredar la espada de la familia al hijo mayor. Pandora era la mayor de su familia y era consciente de lo que tal honor significaba: le estaban haciendo entrega del objeto más preciado de la familia, el arma que había acompañado a su padre a lo largo de su vida. A pesar de lo mucho que la futura comandante había deseado hacerse con la espada, al ver la mirada que su hermana menor le había dirigido a la espada familiar, no había dudado en romper la costumbre que llevaba tantos siglos vigentes. El recuerdo que evocaba la espada en la pequeña hacía que sintiera una cercanía con su progenitor que ningún otro objeto le otorgaría, por lo que la mayor de las Salvatore había terminado cediéndosela. La espada había acompañado a su hermana desde los once años y Pandora se había conformado con una de las tantas dagas que su padre había usado en vida.

Evidentemente, la espada familiar no había derramado sangre desde la muerte de su padre; sin embargo, allí estaba: cubierta por un pañuelo blanco y manchada de sangre negra ligeramente seca. Después del ritual oficial para aceptarlas, las espadas familiares solo podían ser empuñadas por aquellos que habían recibido el honor de heredarlas. Era algo así como un acuerdo de sangre: solo se rompía con la muerte.

Observó al demonio con la mirada indecisa – ¿Cómo sé que no es una réplica?

Los ojos celestes de Lucifer parecieron brillar. No apartó su mirada de los ojos de la comandante ni siquiera por un segundo. Quitó el pañuelo de un solo movimiento y cogió el arma con las manos desnudas. Su piel comenzó a quemarse.

El secreto de PandoraWhere stories live. Discover now