3-. Rainbow.

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Ahora voy a contaros una historia
privada.
Tuve la oportunidad de hablar con la
protagonista,
aunque no la encontraréis si la buscáis.
No está en ningún libro,
en ningún registro.
Digamos que es... extraordinaria.



–¿Qué interés tiene la gente por ir afuera?
–Oh, Rainbow, déjalo ya.
–Es que no lo entiendo, Pasch.
Hay ruido, gente, aire, cambios...
Me resulta tan extraño
que haya personas dispuestas
a soportarlo...
–Verás, el mundo exterior
tiene sus beneficios.
Lo sabrías si alguna vez mirases
por la ventana.
Hay pájaros que cantan,
la brisa de primavera,
y un huerto de hierbabuena.
¡Ah, y las flores!
Te gustan los vestidos florales ¿no?
¿No quieres ver a qué se parece
una lila de verdad?
Hay incluso mariposas...
Siempre has querido ver una volar.
El mundo ahí afuera
ofrece más cosas
de las que puedes pensar.
–Hmmm. Déjame valorarlo
un minuto ¿de acuerdo?
No, gracias pero no.
No me has convencido,
ni me convencerás.
El mundo exterior ofrece mucho...
mucho más de lo que puedo manejar.

–¿Por qué?
–Verás, he leído
todas esas novelas
que me has traído.
He leído sobre amor,
incluso sobre romance,
y he entendido lo que querías
enseñarme.
Sí, para ser una heroína hay que
atreverse,
afrontar los miedos
y salir al exterior.
Tal vez eso me lleve
a encontrar el amor.
O tal vez no.

–¿De qué estás hablando?
–Ah, hola, Dudoy. La cuestión
aquí
es que yo nunca he querido
ser la heroína de mi cuento
(ni la villana,
mucho menos).
Yo nunca he querido
vivir aventuras,
ni enamorarme locamente
hasta el punto de convertirme
en una persona diferente.
La última vez que fui afuera,
me dijeron que tenía algo extraño.
Me volví loca.
Todo era demasiado.
Así que gracias, pero no.
–No es algo extraño, es agorafo...
–¡No pronuncies esa palabra!
Creí que eras mi amigo,
pero me etiquetas,
como todos
los demás.
–No, Rainbow, no llores.
Lo siento, ¿vale?
Pero tienes que intentarlo.
–Deja de pedirme que salga.
Si tan solo nos hubiéramos quedado
en casa
aquel año...
No puedo permitirme fallar así.
Nunca más.
Fue mi culpa.
Y no pienso permitir que nos pase,
no otra vez.
–El accidente no fue tu culpa,
Rainbow.
–Ya lo sé,
el accidente no.
Pero no se hubiera producido
si no fuese por esas luces,
los... los farolillos.
–¿Qué pasó?
–Ah, cierto, Samsara.
Tú no lo sabes.
Acércate, ven.
Siéntate cerca.
Voy a contarte, resumiendo,
lo que me llevó a estar aquí.
Verás, nací en año nuevo...
Lo primero que vieron
mis ojos
fueron
los farolillos.
En mi pueblo natal
no había luces de navidad.
No se celebraba la fiesta.
Pero sí había celebración
cada año nuevo.
Esa noche, se lanzaban chispas
del fuego del hogar
al aire.
Para honrar
los nacimientos de ese año por venir.
Pero ese año
un forastero
dijo que él conocía una forma
de mantener el fuego vivo
y poder lanzarlo al cielo
sin quemarnos las manos
ni perder tanto tiempo.
Hizo una carcasa de madera,
consiguió algo de cristal
y metió dentro una llama.
Se mantuvo durante horas.
Esa noche, todos usaron su invento,
que se llamó farolillo.
Yo nací con ese brillo
en mis primeros pensamientos.
En mi primer cumpleaños,
fuimos a ver a los aldeanos vecinos
¡Y también lanzaban esos brillos!
Me quedé obsesionada
y cada año esperaba hasta
medianoche
para ver si brillaban.
Nos mudamos, pero yo estaba
contenta
porque siempre podría verlos
desde mi casa del pueblo.
Un día, hicieron un festival
para ver
cuál era el farolillo
más brillante
del lugar.
Nosotros nos presentamos
con mi farolillo morado
de cumpleaños.
No ganamos,
por supuesto,
pero me hizo la misma ilusión
que si tuviera premio,
aunque no había ninguno,
pues no era un concurso,
sino solo una exposición.
Nada de eso importa ya,
ahora llego al final.
Mis padres querían volver
directamente
a casa,
pero yo les supliqué que esperaran
para ver las luces en el cielo.
¡Oh, cuánto me arrepiento!
No salíamos mucho,
tampoco teníamos demasiado,
y ver los farolillos
era cada año mi único regalo.
Supongo que por eso aceptaron.
Estábamos caminando
y yo me abstraje escuchando
un gran alboroto
que había alrededor.
Me acerqué a un gran grupo
para preguntar qué estaba pasando
y cometí un gran error.
Demasiados estímulos seguidos
me hicieron desconcentrarme
y perder de vista a mis padres.
Pensé que todos estaban celebrando
pero estaban chillando tanto
que
no pude entender
lo que estaban gritando.
Lo vi cuando nadie pudo evitarlo.
El farolillo
más brillante se descontroló.
Era enorme, y nos cegó
a todos.
Mis padres no lo vieron
y se movieron
en el último segundo
posible, ya ciegos...
Fueron...
víctimas de un accidente.
Y es por eso que ya no salgo.
Además, ¿para qué arriesgarme
a que me empujen y me griten,
a que me caiga andando,
a no llegar a tiempo a algún lado,
a que me pierda,
a que me arañe un gato,
a que me piquen mosquitos
o a que me deslumbre algo?
No, gracias. Ahí afuera es demasiado.
Prefiero quedarme en mi habitación,
con vosotros.
Además...
¿qué mariposas?
Yo sí miro lo que ocurre ahí afuera,
y veo más de lo que me gustaría.
Hay toda clase de desastres.
No es un mundo del que quiera
ser parte.
Mira ahí, hay suciedad por
todos lados.
En este barrio, todos roban.
Todos son maleducados.
No gracias, no señor.
Prefiero
mantener mi pequeño
problema
privado.
Lo siento,
lo habéis intentado.
Pero mirad,
aquí también hay bondad,
belleza
y verdad.
No todo lo que se necesita está fuera.
Y ahora que eso está claro...
¿de qué estábamos hablando,
Dash?
Ah, sí.
De por qué todos tienen que ir
a algún lugar fuera de sus casas.
Ese invento raro del trabajo
presencial.
Pero sigo sin entender
por qué
lo necesitan...
Es mucho mejor cultivar la propia
comida, y hacerse cada una
su propia ropa.
Sé lo que vais a decir, ni os molestéis.
La gente necesita ir afuera
porque son seres sociales
pero eso es lo que no entiendo.
Si necesitan contacto de otros
es solo
porque no os tienen a vosotros.
Yo no.
Yo no necesito más que esto.
Yo no quiero ser la heroína
de mi historia.
A los héroes les ocurren desgracias.
Y yo ya tuve suficiente para toda
una vida.
Yo quiero otra cosa,
ser otra clase de persona.
Yo decido.
Sin ataduras ni compromisos.
Por eso me vine a vivir a este piso.
¿Para qué necesito vivir aventuras?
No le veo lógica a vivir de forma
peligrosa.
No le veo sentido a sufrir por nada.
Si voy a tener algún rol
en el libro de mi vida,
quiero ser yo
quien lo escriba.


–Yo me rindo.
–Y yo.
–Y nosotros también.
–Rainbow...
–¿Sí, Pasch?
–¿Por qué no te dejas
crecer el cabello?
–Hmm. Es una buena idea.
¿Cómo lo hago?
–Pues verás...

Y así,
en un barrio de Madrid,
en un piso de paredes amarillas,
una chica de cabello arcoíris escarlata
se sentaba cada día a tomar el té
mirando por la ventana
mientras su pelo crecía sin nadie
que lo parase,
un centímetro más cada vez que ella
se miraba al espejo
y observaba su reflejo.
Y un poquito más
cada vez que se preguntaba
si alguno de sus amigos quería
otra taza,
con azúcar o con miel.

Y así,
los años pasaron por ella
y Rainbow se hizo vieja
sin darse cuenta nunca
de que su agorafobia
era autoinducida y autoimpuesta,
por miedo.
Tenía temor a que le dijeran la verdad,
lo que ella ya sabía
pero jamás de los jamases aceptaría.
Que todo eso lo había creado ella.
Que en realidad era una huérfana
desde que nació,
que las luces que vio
eran de ambulancias
y que nunca se supo cómo sobrevivió
al virus que mató a toda su familia.
Y que se había pasado toda su vida,
incluso de mayor,
en un orfanato
abandonado,
con las paredes pintadas con insultos
y huecos de balazos,
porque nadie quería adoptarla,
nadie quería hacerse cargo de ella.
No se sabía su nombre,
ni su cumpleaños.
Era una total desconocida,
una niña perdida enferma.
Nunca había salido de ese lugar.
Y no tenía a nadie en el mundo;
espantaba
a todos los que se le acercaban
por una simple razón:
Rainbow, las pocas veces que hablaba, le hablaba a la nada.

Y aunque nadie más podía oírla
ni a ella ni la conversación,
aunque se había vuelto tan
desconocida que nadie recordaba
que había estado viva,
aunque ahora fuese
completamente
sorda
al ruido externo
a con quienes hablaba,
aunque de vieja ya apenas veía...
Si la que
antes de nacer
había sido
llamada Rapunzel
tenía que vivir así,
en lugar de como le estaba destinado,
es porque nadie
la entendía,
nadie lo sabía.
Nadie la escuchaba
ni nadie hablaba su lenguaje.
Nadie hasta que llegué yo
para hablar de su historia.
Nunca salió y yo quería saber la razón.
Ella me la explicó,
la escuché mientras asentía
viéndome reflejada en su experiencia.
Me narró su vida hasta el último día,
y lo hizo porque yo soy como ella.
A pesar de lo que todos opinaran,
Rainbow no estaba loca
(aunque nadie lo supo nunca
mientras vivía).
Como yo pude comprobar
en persona,
estaba
inusualmente cuerda.
Extraordinariamente cuerda.

Cuando Rainbow hablaba con la nada,
la nada, oh, la nada le respondía.

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