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Dave despertó de repente, agitado y con su rostro empapado de sudor. Su corazón latía con la fuerza de una locomotora en su pecho, y su cabeza se sentía tan liviana que hubiera jurado que en cualquier momento iba a comenzar a flotar. Llevó una de sus manos a su frente para limpiarse el dolor y un ligero dolor en el pecho despertó su último recuerdo de la noche anterior: aquellos terribles ojos amarillos cerniéndose sobre él y luego oscuridad.

De inmediato dirigió sus manos a su pecho y notó que su ropa estaba desgarrada (más de lo usual) y que tenía manchas de sangre por todos lados, y sin embargo ninguna herida, por lo que deducía que debían de haber disparado a la bestia que lo atacó, pero no lo suficientemente rápido para evitar que se desplomara sobre él. La caída debió provocar algún tipo de golpe en su cabeza, explicando su súbita pérdida del conocimiento.

"Es eso, o estoy muerto", pensó Dave, tratando de tranquilizarse, pero considerando la situación, aquel pensamiento le resultó aterrador.

Aún con la cabeza en las nubes, confundido tras su largo letargo, Dave bajó los pies de la cama y entonces cayó en la cuenta de que se encontraba en una celda de la comisaría. Le bastó una mirada para saber que era la misma en la que habían encerrado a Noah durante la luna llena, realización que no lo dejó particularmente tranquilo, sobre todo cuando al intentar salir de allí se encontró con que la puerta estaba cerrada, y ninguno de sus compañeros estaba a la vista.

—¡Kim! ¡Phil! —clamó Dave sujetándose de las rejas— ¡Peter! ¡Alguien!

Por una de las ventanas podía ver que la noche ya se cernía nuevamente sobre Kingville y sabía muy bien lo que aquello significaba. Encerrado allí no tendría oportunidad contra Marko y su manada, pero ¿quién le aseguraba que no había sido capturado por los licántropos? ¿Y si lo estaban usando como una ficha de cambio por Noah? La mera idea lo aterraba, y la desesperación inundó su cuerpo, no pudiendo hacer otra cosa que sacudir con toda la fuerza posible las inamovibles barras de acero de la celda.

Fue entonces que notó un sonido en la oscuridad y su primer instinto fue alejarse un poco de las rejas. La puerta de acceso al área de detención emitió un chirrido y, contra todas sus expectativas, Dave observó el rostro de su hermana surgir entre la oscuridad, lanzándose hacia el frente para suplicar por su ayuda. Detrás de Kim entraron Phil y Noah, el último cabizbajo; en su rostro se leían las preocupaciones que lo invadían cual libro abierto.

—¡Kim! —exclamó Dave con alivio, haciendo fuerza para no caer de rodillas en la celda.

Su hermana dio un paso al frente para acercarse, pero Phil se apresuró a tomarla del brazo, interrumpiendo su avance. Esto despertó más dudas en Dave, pero estaba demasiado confundido como para que su cerebro sugiriera teorías, tan solo quería salir de allí y abrazar a su hermana una vez más.

—Dave, estas... bien —comentó Kim desde su prudente distancia, sorprendida ante las notorias mejorías de su hermano, en tan solo algunas horas no quedaría rastro alguno del ataque que había recibido, ni siquiera aquella ligera cicatriz que surcaba su rostro.

—Eso es una forma de decirlo —replicó él—. ¿Qué diablos está pasando? ¿Dónde están los demás?

Kim instintivamente intentó acercarse de nuevo, pero su intento fue detenido otra vez, solo que esta vez fue Noah quien frenó su avance.

—¿Ya es hora? —preguntó Phil al Lupus Lux, quien alzó la mirada por primera vez desde que entró a la habitación—. Bien, Dave, necesito que me escuches con mucho cuidado...

—¿Qué carajos está pasando, Phil? Sácame de aquí en este mismo instante.

—Anoche fuiste herido, decir que era grave es ponerlo delicadamente, estabas al borde de la muerte, así que... tomamos una decisión —continuó el Sheriff.

El tiempo de las bestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora