Capítulo 46

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—¿Carl?

Yin arribó temprano a su oficina. Llegó con su traje gris y armada con su maletín. No se esperaba que junto a la puerta de entrada se encontrara la cucaracha. Yacía de pie con su espalda contra la pared. Se encontraba admirando el lugar, intentando capturar cada detalle de la sencilla decoración.

—Hola Yin —la saludó acercándose a ella—. Perdón por la hora, es que no pude dormir bien anoche y decidí llegar temprano.

—Pero si son apenas las ocho —replicó la coneja revisando su reloj de pulsera.

—Es por la ansiedad —insistió la cucaracha parándose de puntilla.

—Está bien —prosiguió la coneja dirigiéndose a la entrada—, pero tendremos que esperar a Myriam para poder organizarnos. Ella acostumbra llegar a eso de las ocho y media.

—Espero no molestar por haber llegado tan temprano —comentó Carl.

—No importa —respondió la abogada abriendo la puerta—. No tenía asuntos de gran importancia antes de tu llegada.

—Quisiera solucionar esto lo más pronto posible para partir luego en busca del amnesialeto —comentó la cucaracha mientras ambos entraban y Yin encendía la luz.

La coneja se detuvo repentinamente, obligando a Carl a detenerse detrás de ella. La cucaracha observó por cada rincón en busca de la causa de su brusco actuar, sin encontrar alguna pista aparente.

—Aquí hay alguien —advirtió Yin con seriedad.

Ambos avanzaron a paso sigiloso hacia la puerta del fondo. Allí era en donde se ubicaba la oficina privada de Yin. Llegó junto a la puerta. Se encontraba entreabierta. La empujó lentamente, preparada para lo que fuera. Carl se encontraba expectante a solo unos centímetros detrás de ella. La habitación se encontraba en penumbras. Yin encendió la luz del lugar.

—¿Qué? ¿Cuándo? ¿Dónde? —Lucio se encontraba durmiendo instalado en el escritorio de Yin. La luz que le llegó directo a los ojos lo despertó desorientado.

—¡Lucio! —gritó Yin molesta—. ¿Qué demonios haces aquí?

—¡Ah! Hola Yin —respondió el león con naturalidad mientras se despertaba estirándose y regalándole un enorme bostezo—. ¿Qué tal la mañana?

—¿Cómo entraste? —replicó Yin cruzándose de brazos.

—Por el ducto de ventilación —respondió el león apuntando hacia una rendija suelta en una esquina cerca del techo del cuarto. Era un espacio tan estrecho que apenas podría caber un brazo del felino.

—No te hagas —espetó molesta mientras entraba en su oficina—. ¿Qué rayos quieres?

—¡Ah! Veo que trajiste a tu cliente —comentó Lucio reclinándose en la silla mientras observaba a Carl—. Mientras más pronto comencemos, mejor.

—¿De qué está hablando? —intervino Carl.

—La última vez ayudé a Yin en tu caso, mientras estabas preso —le explicó el león.

—Podemos hacer esto sin tu ayuda —lanzó la coneja.

—Si quieren, los dejo a solas —Lucio se colocó de pie dispuesto a emprender la retirada—. Es solo que sigo las órdenes del patriarca, quien quiere que todo siga en orden. Pero luego de verlos llevarse tan bien anoche, supongo que arreglaron sus diferencias, y podrán cumplir los deseos de nuestro jefe sin mayores problemas —agregó con una sonrisa cínica.

Ambos voltearon hacia el león, quien se encontraba bajo el umbral de la salida.

—¿Acaso nos seguiste? —le recriminó Yin.

Amor prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora