Capítulo 95

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Me aburrí de actualizar los lunes. Regresamos a actualizar los domingos.

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El amanecer púrpura explotó en las pupilas de Yang, quien solo puede sentir el silencio, el vacío, la nada. Una calidez se sintió por cada poro de su cuerpo, como flotando en alguna clase de líquido impalpable. No podía sentir nada más. Ni el menor de los recuerdos podía ser rescatado de su mente. En ese instante, el conejo no tenía pasado, no tenía futuro, no tenía vida, no tenía existencia.

Se siente tan bien vivir en la nada. El tiempo no existe. ¿Habrá estado allí desde toda la eternidad? Un viento cálido peina su pelaje mientras la libertad de las aves se cuela por entre sus brazos. La felicidad está al alcance de sus palmas. No existen culpas, ni recriminaciones, ni dolor, ni pesar alguno. ¿Es este el paraíso? ¿Esto significa estar muerto? ¿Estaba realmente muerto?

¿Es este el final?

El sol amarillento apareció por entre el vacío color púrpura lanzando rayos rojizos al son de una melodía cargada de sopor. El conejo sonrió ante tan cómoda situación. No le podía importar menos su presente y su futuro. Era regresar al inicio de los tiempos. En una era en donde el universo era tan sencillo como la tranquilidad de aquel instante. Respiró hondo. El aire tenía un aroma dulzón a frutos rojos. Se sentía flotar en un ambiente cómodo.

La hipnosis del sol era tal que el conejo perdió la noción del no tiempo con su brillo. El astro parecía acercarse cada vez más, como un portal invitándolo a ser cruzado. Su brillo amarillento era un saludo a la nostalgia, a un pasado que solo puede brillar con el paso del tiempo, a un presente que solo puede tener de broche el apocalipsis. El astro parecía un gigante al lado del diminuto conejo que solo sabía que estaba allí. Los sentidos se adormecieron ante la tranquilidad sentida. La realidad se parecía cada vez más a un sueño distópico.

El sol se encontraba tan, pero tan cerca, que su brillo encegueció a Yang. Ni cubriendo sus ojos con sus brazos fue capaz de protegerse del brillo infinito. Era tal la luz que hasta había olvidado lo que era la oscuridad. A pesar de lo que se esperaba, esta luz no quemaba ni irritaba. Solo existía frente a sus pupilas ocultando todo. La nada era más concreta que nunca.

Toda una vida vivida. Nacer, crecer, vivir, morir. Los sentidos fueron testigos peculiares de tantas experiencias que hoy se pelean por copar la memoria. Una película pasó por frente a los ojos de Yang, contrastando la luz infinita que lo rodeaba. Un golpe a la nostalgia cayó directo sobre su arsenal de emociones. Entre tantos vaivenes, solo podía ver a una coneja rosada de ojos azules. Su mirada cristalina no cambiaba a pesar de la época y el momento. Podía estar feliz o enojada, triste o motivada, cansada o simplemente tranquila. Era una mirada jovial, poderosa, brillante. Su existencia completaba su alma. La emoción revivió de repente en el interior del conejo, dejándole un nudo en la garganta. Incluso creía sentir la suavidad de su pelaje, el aroma de su ser, el calor de su cuerpo. El tiempo, el espacio, la vida, podían ser una vorágine de terror y sufrimiento, pero ella siempre estaba allí, como un pilar salvavidas que siempre lo mantendría atado a la tranquilidad.

Nadó en el aire en dirección a sus ojos, atraído por una poderosa emoción. El fin justifica los medios. El amor era incontrolable, desatado en su pecho palpitante. A su vez, parecía inalcanzable. No había razón ni motivos. Solo podía pensar en alcanzarla a como diera lugar. Solo quería abrazarla. Quería sentir su corazón sincronizado con el de ella. Quería que ambos fueran un solo ser fundidos en esta locura de amor.

El abrazo se sintió tan cercano como la primera vez. Aquella noche, ambos decidieron dar el paso de no retorno. Tenían diecisiete años durante esa noche de luna en que sus ojos brillaban con luz propia. El viejo panda se encontraba en el primer piso de la academia dormitando frente al televisor encendido. Ambos se encerraron en su alcoba para consumar un amor que solo podía vivir entre las sombras. Era un acto de amor que buscaba a toda costa unir dos mitades de un alma condenadas a vivir separadas.

Amor prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora