Capítulo 34

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Editorial El Patito Feliz está al tanto de lo que está ocurriendo en estos momentos en Perú, y queremos decirles que tienen todo nuestro apoyo por nuestra parte. Como se habrán enterado hace un par de semanas, nosotros vivimos un proceso similar hace un año, y por lo tanto sabemos lo que están sintiendo, por lo que están pasando. Es por ello que este capítulo está dedicado a todos nuestros amigos de Perú. Quizás no solucione los graves problemas que estén pasando, pero esperamos que pueda servirles como una forma de despejar la mente durante algunos minutos.

Un abrazo con mucho amor.

Patito.

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—Yo no lo entiendo. No es normal que hayan pasado dos semanas y siga en coma.

Yin se encontraba en la entrada de la habitación del hospital en donde estaba su hijo Jacob. Desde ahí lo observaba de reojo mientras conversaba con una enfermera. El joven se encontraba entubado y conectado a varias máquinas que medían sus signos vitales. Estaba rodeado de pitidos y luces Led.

—Aunque estoy de acuerdo con usted, lamentablemente no dispongo de mayor información respecto al caso —se disculpó la enfermera.

—¿A si? ¡Entonces lléveme con el doctor a cargo! ¡Ahora! —la molestia de Yin aumentaba con cada instante que transcurría sin respuesta. Su compostura tensa, sus brazos cruzados y su mirada cada vez más dura lo demostraban. La pobre enfermera, ignorante de todo, tenía que lidiar con el desahogo de la coneja.

—Eh, ¿señora Chad? —una segunda voz la llamó desde su espalda. Al voltearse, Yin se encontró con una segunda enfermera.

—Sí, soy yo —respondió con severidad.

—El doctor necesita hablar con usted —le informó la enfermera—. Es sobre el caso de su hijo.

—¡Al fin! Ya era hora —respondió Yin dispuesta a seguir a la nueva enfermera.

Recorrieron un par de pasillos antes de llegar ante la puerta que daba a la oficina del médico a cargo. Era una puerta de madera con un vidrio polarizado. Aunque a Yin le llamó la atención que no hubiera un nombre impreso sobre la puerta, no le dio mayor importancia en aquel instante.

—Aquí es —anunció la enfermera.

—Gracias —respondió la coneja mientras abría la puerta.

El lugar era sencillo y bien iluminado. Los muebles de colores claros acompañaban a las paredes celeste cielo. Había varios estantes con archivadores y cajas de muestras de remedios, un lavamanos, un escritorio con mesa de vidrio, sillas de cuero y un bonito sillón de terciopelo oscuro. Era una consulta bastante acogedora.

—Mire doctor —comenzó a hablar Yin sin siquiera saludar. Sus ánimos no estaban para formalidades—, quisiera saber qué es lo que tiene realmente mi hijo. Lleva más de dos semanas en coma, no sé si inducido, y considero que es un tiempo excesivo para una falla cardiaca. ¿Qué es lo que realmente tiene?

Al finalizar la formulación de su pregunta se percató que la silla del doctor, con un enorme respaldo de cuero, le estaba dando la espalda. Si no fuera porque a través de la mesa de vidrio podía ver un par de pies, fácilmente podría haber concluido que estaba hablando sola. Su molestia aumentó en un grado más al notar que el médico la estaba ignorando de esa forma.

—¿Sabe? Cuando hablo me gusta que me miren a la cara —lo recriminó molesta acercándose al escritorio—. ¿Podría hacer el favor de...?

Acababa de llenarse del atrevimiento como para voltear la silla del doctor cuando esta se volteó sola. La coneja paró en seco. Toda su rabia cayó de golpe hacia sus pies, y un frio extraño congeló todo su cuerpo.

Amor prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora