Capítulo 2

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La rutina que el comisario seguía era casi un ritual a este punto, siempre salía de su departamento después de desayunar. Llegaba a comisaría antes que nadie, incluso antes que el superintendente, se disponía a entrar de servicio, cargando el equipo reglamentario del CNP, y atendía códigos 1 y 3, empapelando a ladrones, o llevándolos al hospital.

Para terminar su día, limpiaba sus armas y las dejaba, después yendo a su casa a cenar, e intentar dormir. Viktor Volkov pasaba más tiempo en su cama intentando dormir, que durmiendo.
Claro que las rutinas se rompen algunas veces, y ese día había sido rota por el llamado del superintendente a su despacho.

-Volkov.

-10-4.

Jack Conway leía los papeleos que se encontraban en su escritorio, y no se había dignado a subir la mirada para seguir hablando con el ruso.

-Necesito que hoy te encargues de las denuncias, los alumnos estarán en pruebas y Greco estará atendiendo códigos 1 y 3 con ellos.

Volkov agradeció que en ese momento no lo estaba mirando, porque su cara era de indignación, el comisario del CNP, atendiendo denuncias, era prácticamente un chiste.

Pero no podía rechistar, el hombre que tenía en frente era al único que podía considerar familia en ese punto de su vida, desde que había llegado de Rusia, Conway lo había acogido inmediatamente, enseñándole todo, y gracias a su rápido aprendizaje, en poco tiempo había escalado los rangos entre la policía hasta llegar al cargo que tenía hoy en día, con ese hombre junto a él en su trayectoria.

La admiración y el aprecio que tenía por el superintendente no tenía un límite, y mentiría si dijese que alguna vez no pensó en que esos sentimientos eran algo más; pero una ocasión, entrando en confianza, Conway le había enseñado su marca, contándole de Julia y de sus hijos. Desde ese momento, al verlo tan vulnerable, Volkov entendió que debía estar con ese hombre, cuidando sus espaldas, y después de un tiempo, también comprendió que el cariño que tenía por él era estrictamente platónico. Pero todo eso no quitaba que a veces podía ser un grano en el culo cuando empezaba con sus actitudes.

-10-4 superintendente.

Había decidido no refutar la orden, era lo menos que podía hacer y, en ese momento, no estaba en el modo para una discusión. Por lo que dejó el despacho, cerrando la puerta, dirigiéndose a la entrada de comisaría.

Era la quita denuncia que atendía, y tenía que reconocer que los alumnos tragaban demasiada mierda al estar en el lobby escuchando como a Juan le habían robado las llaves de su moto, o que habían entrado a robar en la casa de Marta el día anterior. Apenas había estado dos horas con ese trabajo y ya quería mandar todo al gafete y tomar por primera vez en años un día libre, pero antes de poder hacer nada, vió cómo las puertas de comisaría dejaban entrar a un hombre de aspecto estrafalario.

Lo primero que le llamó la atención fue la ropa que portaba, un saco blanco combinado con un pantalón negro, zapatos rojos a juego con una llamativa cresta del mismo color que
le parecía demasiado atrevida, e incluso le parecía divertida. Pero al bajar su mirada a la cara del hombre y ver las facciones de su rostro, pero sobre todo, sus ojos, sintió una especie de añoranza que no podía quitar. Siguió con la mirada al hombre que parecía confundido, debía ser su primera vez en comisaría, pero decidió no decir nada para contemplarlo unos segundos más, antes de reponer su compostura cuando lo vió acercándose al mostrador.

-Privet.

De cerca se veía más lindo. Pero no hubo respuesta, sólo unos grandes ojos curiosos mirándolo. Tal vez había sido el lenguaje que había utilizado.

-Buenos días, caballero, ¿en qué puedo ayudarle?

Tampoco hubo respuesta, sólo los ojos brillantes se clavaban en los suyos, y Volkov se empezaba a poner nervioso.

-¿Viene a poner una denuncia? Necesitaré su nombre y datos para tramitarla.

El chico rompió de repente la mirada que los unía y sus ojos bajaron a su boca, fue entonces ahí que le asintió con una sonrisa en la cara, para seguidamente empezar a hacer gestos y señas con sus manos. Volkov no alcanzó a preguntarle nada de lo que había pasado por su mente, porque de repente un hombre rubio vestido con tenis y sudadera roja había irrumpido ruidosamente en comisaría, buscando a alguien, alguien con cresta, al parecer, porque en cuanto vió al hombre que estaba junto a él, corrió a darle un golpe en la cabeza con la palma.

-¡No te vuelvas a ir así! Siempre te pierdes.

Volkov no daba crédito a lo que veía y estuvo a punto de regañar al que acababa de llegar, pero paró en seco al escuchar al ver la cara divertida del que llevaba traje blanco. Volteó su mirada, y tuvo que reprimir una pequeña sonrisa ante las facciones felices del de cresta, porque ahora el rubio lo analizaba con la mirada.

-¿Se le ofrece algo, caballero? Aparte de irrumpir el orden público y golpear a un ciudadano en comisaría, claro.

El que acababa de llegar compartió una mirada cómplice con el moreno, que al parecer le divertía la situación, pero pareció conservar la seriedad porque le contestó al momento:

-Venía aquí con mi amigo a poner una denuncia, porque nos amenazaron en Twitter.

Volkov estuvo a punto de pegar el grito en el cielo cuando escuchó la causa de la denuncia, pero estaba comprometido con su trabajo, por lo que simplemente sacó la hoja para llenar el formulario y empezar a tramitarla.

-Necesitaré sus datos, de ambos, por favor.
-Gustabo García, con b de bombón.

El rubio, que ahora tenía nombre, soltó lo último con un tono socarrón, pero el de cresta volvió a hacer las señas con sus manos, el comisario no sabía si le estaban tomando el pelo, o si lo consideraban un payaso, por lo que la exasperación empezó a entrar en su cuerpo.

-Si me puede decir su nombre en voz alta y no con jueguitos de manos, por favor.

En cuanto terminó la frase, supo que lo había arruinado, la sonrisa que tenía el de cresta roja desapareció al instante y Gustabo volteó a verlo enojado.

-Dijo que su nombre es Horacio, que, por si no te das cuenta, es sordo, pero aún así puede leer muy bien los labios.

Volkov sintió como la pena le carcomía el cuerpo de repente, pero más que pena, el sentimiento de haber dañado al chico que acababa de conocer, y joder que no debía afectarlo tanto, pero lo hacía. Inmediatamente, se dió cuenta de su error y lo estúpido que había sido.

-Perdóneme, de verdad, hoy no está siendo mi mejor día, no lo quise decir con esa intención, no sabía, si lo hubiese sabido créame que jamás, yo jamás, eh, diría algo así, de hecho, — en un intento de arreglar lo cometido, soltó un cumplido — creo que su atuendo es muy elegante.

Lo último hizo reír a los dos hombres (Horacio más bien hacía un gesto de sonrisa mientras cerraba un poco los ojos) y Volkov no pudo decir nada porque sabía que se lo merecía, aunque, de todos modos, había valido la pena ver otra cómo la nariz de Horacio se arrugaba un poco cuando algo le parecía gracioso.

-No pasa nada hombre, que él ya está acostumbrado, incluso se aprovecha de eso. Por cierto, ¿con quién tenemos el honor de hablar?

El comisario escuchó el tono ladino en que se lo había dicho, parecía incluso que Gustabo lo quería provocar, pero supo guardar la calma.

-Comisario Viktor Volkov.
Y, un poco más suave, está vez hablando para Horacio.

-Agente Volkov, o sólo Volkov, si prefiere. Voy a necesitar su nombre completo Horacio, por favor.

Horacio volvió a asentir, y empezó a hacer las señas. Cuando terminó, volteó a ver a Gustabo como esperando algo, gesto que le pareció demasiado adorable al comisario. El rubio suspiró pero tradujo el mensaje.

-Dice que su nombre completo es Horacio Pérez, mucho gusto, Volkov.

Lirios de InviernoWhere stories live. Discover now