Capítulo 3

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Había pasado una semana desde el encuentro con los dos chicos, casi no los recordaba, pero en cuanto Conway llegó a comisaría de un código 3, trayendo consigo a  los atracadores, su recuerdo se volvió claro como el agua.

-¡Volkov!

El grito del superintendente lo hizo salir de su ensimismamiento, haciéndolo dirigirse rápidamente al origen del llamado.

-Empapela a estos anormales, parece que cada vez hay más novatos en esta puta ciudad.
-¿Qué ha pasado?
-Los capullos escaparon y se pegaron contra una jodida farola, ¿puedes creerlo? Voy a presentar mi dimisión con Asuntos Internos.

Volkov volteó la mirada a los sujetos, que estaban esposados mirándolos, y Horacio, al notarlo, le dió una pequeña sonrisa.

-No fue mi culpa que me distrajera por sus ojos, super-incompetente.

Los dos altos cargos del CNP dejaron de hablar al escuchar a Gustabo, quien sólo seguía sonriendo mientras Horacio trataba de permanecer serio.

-¿Conque te gusta seguir diciendo gilipolleces, eh, supernena? A ver qué te parecen otros 10 mil de multa, ¿qué piensa la otra princesa?

Horacio trató de hacer señas con las manos, pero las esposas se lo impedían, por lo que se resignó a asentir.

-Encárgate tú de ellos Volkov, voy a revisar los malditos papeles, en cuanto termines organiza la malla para hacer un 10-8.

El comisario no contestó pero acató las órdenes, lo primero que hizo al salir Conway de la sala fue desesposar a Horacio, expresarse con las manos era su única forma de comunicarse, y no tenerlas libres le parecía como si le hubiese puesto un bozal, de alguna manera, no encajaba con el de cresta.
En respuesta a su acción, Horacio le dió una sonrisa brillante, pero antes de seguir, Volkov retomó la palabra.

-Sólo lo hice para que tuviera la libertad de expresarse si lo desea, usted todavía será procesado junto con su amigo.

Horacio sólo asintió, aún con la sonrisa en la  cara. Observó al comisario mientras éste procesaba a Gustabo. Era alto, muy alto, sus piernas eran largas y su cuerpo delgado pero fabricado, aunque, lo que más le había llamado la atención del hombre desde el día en que lo había conocido, era su cabeza pequeña.

Le daba demasiada ternura ver cómo un hombre tan imponente tenía una cabeza tan desproporcionada a su cuerpo; se lo había dicho a Gustabo la vez anterior, pero éste sólo le había contestado que no se fijaba en esos detalles, porque "por si no te das cuenta, Horacio, nos acaban de amenazar de muerte por Twitter."

No negaba sentir curiosidad por el hombre, más que nada, por todo ese asunto de las almas gemelas. Desde chico, se la pasaba viendo la extraña marca en su brazo derecho, no se parecía a ninguna otra palabra que hubiese visto antes, y, cuando su madre los abandonó, había decidido convertirse en un héroe, alguien que no huyera de los problemas, alguien que ¡se los comiera!
Claro que la realidad le dió un golpe desde el principio, cuando huyó de su padre. Tenía sólo 8 años y no sabía que las noches eran tan frías, recorriendo las calles sin gente, con las farolas casi fundidas.

Fue ahí cuando Gustabo lo encontró, el chiquillo venía con un paquete de pizza que le había sacado a los empleados sin que se dieran cuenta.

Horacio se encontraba recargado en una pared de ladrillos, con la nariz rojiza.
En cuanto el niño rubio pasaba a su lado, extendió su mano para tomarlo por la chaqueta.

-¿¡Pero qué cojones haces!?

En toda su vida, Horacio no había escuchado hablar así a ningún otro niño, su madre, antes de irse, le recordaba siempre que los niños buenos no decían groserías.

Lirios de InviernoDove le storie prendono vita. Scoprilo ora