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Llevaban dos semanas más, lejos del otro, México comenzaba a desesperarse, sus hijos habían hablado perfectamente de la situación, diciendo y negando que aceptaban la ruptura de México y Argentina, que ellos estaban con ellos, que los apoyaban al cien por ciento, dando todo se apoyo a ambos.
—Argentina...—México pensaba en él, hasta que escuchó su teléfono, lo agarró, viendo que era un número, pero de inmediato supo que era Argentina.—¡¿Mi vida?!
—¡México!
Era él, era su solecito.
—¡Solecito, mi amor! ¿Cómo conseguiste mi número, corazón? ¿Cómo estás? ¿Estás bien? ¿Qué te hicieron, angelito?
—Tranquilo, estoy bien, me están cuidando por lo del bebé, dijeron que si era importante el pequeño, ya sabes... En el tema de economía y el apoyo que nos darán a ambos. Me alegra que el pequeño sea capaz de hacer tanto por nosotros.
—Si, yo también estoy feliz... Pero, más bien estoy preocupado por ti más, ¿Te has estado cuidando mucho? Cuida mucho tu barriguita, angelito, no te vayas a golpear o lastimar.
—No te preocupes, estoy cuidando bien de mi pancita. Ya quiero volver contigo y me des besitos ahí, es muy tierno y me hace cosquillas.
México río, sentándose en el sillón, escuchando hablar a Argentina por varias horas, hablando de esa forma hora tras hora sin fin algunos o detenerse. Se amaban mucho, no iban a desperdiciar ningún minuto juntos.
—Te volveré a ver muy pronto, solecito, te lo prometo, corazón, nos veremos, nos vamos a abrazar y nos valdrá verga los que nos digan, vamos a cuidar bien del pequeño.
—Se que lo estaremos. Te amo, México, te amo, te amo, mucho, te amo mucho.
—Yo también te amo mucho, que no podrías saber el gran y gigantesco amor que te tengo, angelito.
—Oh, claro que lo sé... Me lo dices todo el tiempo.
—Pero me gusta recordarte lo mucho que te amo.
México sonrió, después de una hora más, tuvieron que colgar. Se despidieron, sonriéndose mejor ahora que habían hablado.
