Capítulo 8

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Peeta Mellark y Katniss Everdeen fueron vistos en animada conversación en la velada musical Smith, aunque al parecer nadie sabe de qué hablaban. En opinión de esta cronista, su conversación se centró en la identidad de esta cronista, puesto que ése era el tema de que hablaban todos antes, después y durante el recital.

Revista Lady Whistledown,
16 de abril de 1824

Hay momentos en la vida de una mujer en que el corazón le revolotea en el pecho, en que de pronto el mundo se ve de color rosa y perfecto, y es posible oír una sinfonía en el aire.

Katniss Everdeen tuvo ese momento dos días después de la velada musical.
Sólo fue necesario un golpe en la puerta de su dormitorio, seguido por la voz de su mayordomo informándola:
—El señor Peeta Mellark ha venido a verla.

Katniss se cayó de la cama sin más.

—¿Le digo que no está?.- pregunto el mayordomo estoico.

—¡No! —exclamó Katniss, casi en un chillido—. pero necesitaré diez minutos para arreglarme un poco. —Se miró en el espejo e hizo un mal gesto al ver su descuidada apariencia—. Quince.

—Como quiera Señorita.— dijo el mayordomo mientras salía.

Katniss, sin poder contenerse, bailó y saltó de uno a otro pie, emitiendo una especie de chillido.

Le era imposible recordar la última vez que vino a visitarla un caballero, y mucho menos aquel del que llevaba perdidamente enamorada casi la mitad de su vida.

—Cálmate. Debes mantenerte tranquila. Tranquila —repitió, como si ésa fuera la palabra clave—. Tranquila.

Pero por dentro le bailaba el corazón.
Hizo unas cuantas respiraciones profundas, fue hasta el tocador y cogió el cepillo. Sólo le llevaría unos minutos arreglarse el pelo y recolocarse las horquillas; seguro que Peeta no se iba a marchar si lo hacía esperar un ratito. Él supondría que a ella le llevaría un rato arreglarse, ¿no?

De todos modos, se arregló el pelo en tiempo récord, y cuando entró en la sala de estar sólo habían pasado cinco minutos desde el anuncio del mayordomo.

—Eso ha sido rápido —comentó Peeta junto a la venta, con una de sus sonrisas encantadoras.

—¿Sí? —dijo Katniss, deseando que el calor que sentía en la piel no se tradujera en rubor.

Era una costumbre que la mujer siempre debe hacer esperar a un caballero. Pero no le veía sentido a ceñirse a esa tonta regla con Peeta. Él jamás estaría interesado en ella del modo romántico y, además, eran amigos.

Amigos. Eso le resultaba un concepto extraño, pero era eso lo que eran. Su relación siempre había sido amistosa, pero desde su regreso de Chipre se habían hecho amigos de verdad. Era algo mágico.
Aun cuando él nunca la amaría, eso era mejor de lo que tenían antes.

—¿A qué debo el placer? —preguntó, sentándose en el sofá amarillo.

Peeta se sentó frente a ella, en un sillón de respaldo alto. Se inclinó, apoyando las manos en las rodilla.

—Es bastante grave —dijo con cara lúgubre.

Katniss casi se levantó.

—¿Ha ocurrido algo? ¿Alguien está enfermo?

—No, no, nada de eso. —Exhaló un suspiro y se pasó la mano por el pelo ya algo revuelto—. Se trata de Rue.

—¿Qué le pasa?

—No sé cómo decir esto... Eh, ¿tienes algo para comer?

Katniss le habría retorcido el cuello.

—¡Por el amor de Dios, Peeta!

Mi Eterno AmorWhere stories live. Discover now