Capitulo 20

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Katniss volvió de una salida de compras, y encontró a su marido sentado ante su escritorio, leyendo algo.

—¿Peeta?
Él levantó el cabeza sobresaltado.
—Kat —dijo, levantándose mientras ella entraba—, ¿cómo te fue en tu... eh, lo que fuera a hacer?
—Compras —dijo ella, sonriendo divertida—. Fui de compras.
—Eso —dijo él, balanceándose sobre uno y otro pie—. ¿Compraste algo?
—Una papalina —repuso ella.
—Estupendo, estupendo —musitó él, claramente impaciente por volver a lo que fuera que tenía sobre su escritorio.
—¿Qué estás leyendo?
—Nada —contestó él, casi automáticamente—. Bueno... en realidad es uno de mis diarios.

  En su cara apareció una expresión extraña, algo azorada, algo desafiante, casi como si le avergonzara que lo hubiera sorprendido y al mismo tiempo la desafiara a preguntar más.
—¿Puedo mirarlo? —preguntó ella con voz dulce.
Le resultaba raro que Peeta se sintiera inseguro por algo. Ella había pasado gran parte de su vida considerándolo una torre invencible de felicidad y buen humor, pero hablar de sus diarios parecía producirle una vulnerabilidad sorprendente.
—No tiene por qué ser todo —lo tranquilizó—. Uno o dos párrafos solamente. Tal vez algo que te guste especialmente.

  Él miró el cuaderno abierto, con la cara sin expresión.
—No sabría qué elegir —masculló—. Todo es lo mismo, en realidad.
—Pues no lo es. Eso lo comprendo mejor que cualquiera. He escrito incontables columnas, y te aseguro que no son iguales. Algunas me encantaban. —Sonrió nostálgica—. Era maravilloso, ¿sabes lo que quiero decir?

   Él negó con la cabeza.
—Esa sensación que sientes —explicó ella— cuando sabes que la frase te ha salido bordada, que las palabras que has elegido son exactamente las correctas. Y eso es algo que sólo tú puedes valorar cuando llevas un buen rato sentado ahí, abatido, sin saber qué decir, qué escribir.
—Eso lo conozco —dijo él.
—Sé que si. Eres un escritor espléndido, Peeta. He leído tu trabajo.
   Él la miró alarmado.
—Sólo lo que sabes —lo tranquilizó ella—. Pero lo encontré estupendo. Casi mágico, y en alguna parte dentro de ti tienes que saber eso.
  Él continuó mirándola, como si no supiera qué decir.
—Sé que tienes que haber experimentado esos momentos—insistió—. Esos en que sabes que lo que has escrito es bueno. Sabes lo que quiero decir, ¿verdad?
  Él no contestó.
—Sé que lo sabes. No puedes ser un escritor y no saberlo.
—No soy un escritor.
—Pues sí que lo eres. La prueba está ahí —hizo un gesto hacia el diario y avanzó unos pasos—. Amor, por favor, ¿me permites leer un poco más?

Por primera vez vio que él parecía indeciso.
—Tú ya has leído todo lo que yo he escrito —dijo, tratando de engatusarlo—. Entonces es justo que...
  Se interrumpió al verle la cara. No habría sabido describir su expresión, pero cerrada, absolutamente inalcanzable.
—¿Peeta? —susurró.
—Prefiero guardármelo para mí —dijo él secamente—, si no te importa.
—No, claro que no —dijo ella pero los dos sabían que mentía.

  Peeta continuó tan inmóvil y callado que a ella no le quedó más remedio que irse, dejándolo solo mirando impotente la puerta.
La había herido.
Qué más daba que no hubiera sido esa su intención. Ella trató de llegar a él y él fue incapaz de cogerle la mano.
Y lo peor era que sabía que ella no entendía. Creía que él se avergonzaba de ella. Él le había dicho que no, pero puesto que no logró decidirse a decirle la verdad, que la envidiaba.
Era una verdad que lo incomodaba y desagradaba. Pero en el instante en que ella le recordó que él había leído  lo que ella había escrito, algo se tornó feo y negro dentro de él.
Él había leído todo lo escrito por ella porque ella había publicado las hojas que escribía.
En cambio los escritos de él estaban aburridos y muertos en sus diarios, bien guardados para que nadie pudiera leerlos. ¿Importaba que un hombre escribiera si nadie lo leía nunca?

Mi Eterno AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora