2002

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Pasado.

Diciembre 16, 2002.

—Am. —Dijo la pequeña Billie entre balbuceos alzando sus pequeñas manos. —Am, am, am.

—¡SÍ! ¡Billie ha dicho mi nombre! —Exclamó Sam emocionada mientras levantaba a la bebé en sus brazos. —Te quiero, hermosa.

Los labios de Sam chocaron con las regordetas mejillas de Billie. Desde que la menor de los O'Connell nació, Samantha pasaba la mayor parte de su tiempo, o al menos el que su madre y sus pocas obligaciones le permitían. Maggie estaba encantada por el cariño de su pequeña vecina hacia su hija y también de la tierna amistad que se había formado entre esta y Finneas.

Sam se había convertido en una especie de hermana mayor para los niños O'Connell, era protectora, cariñosa, juguetona y amable, lo último había salido a flote luego del nacimiento de la pequeña Billie.

—Sam, vayamos adentro, tienes que ducharte y Billie por igual. —La niña miró a su madre entre súplicas, no quería despegarse ni un momento de Billie. —Es una orden.

—Mamá, pero ¿puede venir Billie con nosotras? —Su madre negó en respuesta y Sam resignada aceptó al ponerse en pie.

—Billie está muy cansada cariño y Maggie la pondrá a dormir su siesta. —Dijo su madre tomando a la bebé entre sus brazos para llevarla a su casa a través de la abertura que habían hecho en la cerca. —Quédate aquí, sabes que llorará si te ve.

Sam asintió y dió media vuelta para recoger sus cosas que había dejado tiradas al llegar de la escuela. Aún llevaba puesto su uniforme que se había ensuciado tras ayudar a Billie con un caramelo que le había llevado.

En dos días Billie cumpliría un año, justo el tiempo en que Sam había descubierto que podía amar a alguien que no fuese su madre, y tras la bebé llegaron sus sentimientos para con el resto de la familia.















Miércoles.
Diciembre 18, 2002.

La pequeña Billie apagó la vela con ayuda de su madre mientras aplaudía al ver a todos los invitados hacerlo y sin nadie esperarlo estiró su mano hacia el pastel llenando su pequeños dedos del merengue.

—Sam. —Dijo Finneas acercándose a la chica que estaba sentada un poco alejada de todos. —¿Estás bien?

—Sí. —Respondió ella en voz baja. —Ve antes que vengan tus amigos a por ti.

A Finneas le resultaba extraña la actitud de Sam, solía preguntarse lo que pasaba por su cabeza cuando se quedaba sentada sin decir ni hacer nada, puede que sus padres y Helen pensaban que era solo Sam y que era normal en ella actuar de esa manera, pero en el fondo en hijo mayor de los O'Connell le temía a su vecina.

...

Esa misma noche tras culminar la fiesta de cumpleaños, Helen ayudó a Maggie con la reorganización de la casa mientras los niños jugaban cerca de la pequequeña Billie que dormía, pero cuando ambas madres culminaron notaron que Finneas se había quedado dormido en el sofá y que Sam no estaba.

Sam se quejó al sentir las garras del gato en su cuello e intentó atraparlo antes de que se fuese más lejos, pretendía hacerle pagar al animal por haberla atacado sin razón alguna. Cuando logró controlar al peludo felino sonrió al acariciarle el lomo, pero el gato no parecía disfrutar mucho de ello.

—Quieto, gatito. —susurró la niña acaercándolo a su rostro para poder mirarlo mejor en la oscuridad. —Eres muy lindo, ¿lo sabías?

El animal continuó luchando por liberarse y el intento volvió a arañar a Sam esta vez en el brazo y la niñas ante el ataque solo sonrió aumentando la fuerza en el cuello del gato.

—Pero has arañado cuatro veces desde que te conozco y temo que puedas hacer lo mismo con Billie. —Las palabras salían de su pequeños labios con dulzura fingida mientras lo miraba muy atentamente. —Espero equivocarme, pero no me voy a arriesgar. Lo siento mucho, hermoso.

Cuando la fuerza en el cuello del animal estaba causando que el respirar se le hiciera casi imposible, Sam estaba segura que estaría sin vida en cuestión de segundos.

—¿Sam? Deja al gato. —Le ordenó su madre llegando en el momento justo en que el animal comenzaba a convulcionar. Sam miró a Helen sin soltar al peludo, la mayor asustada le arrebató al animal de las manos. —¿Qué te pasa?

Pero Sam no dijo nada y viendo como el gato retomaba fuerzas lo pateó antes de entrar a su casa por a puerta de la cocina. Helen se quedó perpleja al verla pasar a su lado, no podía creer que su hija estuvo a punto de asesinar a un gato.

—¡Sam! —Le gritó siguiendola a través de la casa. —¡Sam, detente! ¡Samantha Parkinson!

La niña se detuvo a medio pasillo y volteó lentamente para encarar a su madre.

—Sí, iba a matarlo. —Dijo Sam dando varios pasos hacia su madre y repentinamente las lágrimas comenzaron a mojar sus mejillas y Helen suspiró pesadamente antes de asentir con la cabeza. —Lo siento.

Pero Sam realmente no lo sentía.













Tras su Pista.Where stories live. Discover now