Capítulo 32. Célestine François.

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Me quedo en silencio, pero no lo sé. Eso es lo que me aterroriza, que no lo sé de verdad: que no es un no rotundo como tendría que ser. Yo jamás me planteé otra posibilidad más allá. Una sacudida invade mi cuerpo y me hace temblar como si tuviera un espantoso frío invernal recorriéndome los huesos.

Esa sensación se detiene cuando mis ojos se hunden en los de Adrien, con ese rostro de sonrisa cálida. En sus ojos veo su paciencia eterna y lo mucho que me quiere.

—Tendrías que pedirlo para saberlo —balbuceo milagrosamente.

—Me voy a arrodillar —advierte.

—Eso es ridículo, no lo hagas. —Mis mejillas se tiñen de rojo al instante y doy un paso atrás.

—Me voy a arrodillar —repite—, no era una pregunta.

Sus puños se cierran y toma aire. Su pecho bajo la ropa se tambalea unos segundos, me enternece ver que está tan agitado y nervioso como yo, o incluso más. Yo me aparto los mechones más cortos de la cara pasando la mano por el pelo, la respiración me falla por momentos.

—Adrien, por favor...

—No importa lo que respondas —susurra, apretando los labios—, solo quiero que veas que quiero pasar el resto de mi vida contigo.

Exhalo aire, sintiendo cómo mi corazón se derrite.

—No hagas esto justo antes de irte a Burdeos, por favor, Adrien.

—No intento presionarte.

—Te va a doler igual. —Sus ojos se posan sobre los míos con una pena que no puedo describir—. Adrien, te quiero mucho, muchísimo.

Se acerca a mí y me acaricia la mejilla. Apoyo la frente en su torso, sonrío un poco cuando veo que su pulso está totalmente descontrolado.

—No quiero que pienses que en Burdeos me voy a olvidar de ti.

Me abraza, soy un palillo de dientes entre sus brazos. Aprieto su cintura sin importarme lo más mínimo su olor, se me encoge el alma cuando dice estas cosas.

—Tú siempre me demuestras que me quieres, el problema soy yo. Vas a creer que me olvido de ti y no me voy a dar cuenta, te vas a enfadar y...

Su risa tranquila me interrumpe.

—¿De qué estás hablando, Célestine?

—De que no te merezco.

Se agacha hasta agarrarme la cara con ambas manos. Sigue sonriendo.

—No digas tonterías. 

—Pero es verdad, yo no sé ser romántica como tú, yo no...

Su felicidad es inconmensurable, ahí es cuando yo me pongo roja. Me suelto de él, Adrien se ríe, tomando mi mano de nuevo para entrelazar nuestros dedos y tirando de mí.

—Cariño... —Me da un beso en la frente. No puede llamarme cariño y pretender que a mí me parezca normal, se me para la respiración cada vez que lo hace—. ¿Todo esto es solo por eso, en serio? Por favor.

Me quedo en silencio. Mis piernas amenazan con romperse ante una sola palabra más de sus labios. Da igual lo que diga, nunca me voy a ganar de verdad este amor que Adrien profesa por mí como si no fuera nada, como si fuera lo lógico. No he visto en mi vida a ningún hombre que se comporte como él.

Hinca la rodilla en el suelo delante de mí y me aguanto una carcajada histérica, no sé cómo tomármelo ni cómo reaccionar. Extiende la mano abierta hasta que sus dedos rozan los míos y se me corta la circulación en la sangre, parando en la cara. El aro dorado, frío, entra en contacto con mi piel mientras habla, esforzándose por hacerlo bien.

Luces de esperanza (LJI, #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora