Capítulo 6

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11 de junio de 1870

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11 de junio de 1870

Desperté de la oscuridad con la sensación de que había estado sumida en un profundo sueño congelado en el tiempo y con el recuerdo de una voz profunda e inhumana retorciéndose como tentáculos entre los restos de mi memoria, un deseo cumplido aferrado en el fondo de mi corazón, atándome a un deber cuyas raíces apenas era capaz de comprender.

Me senté en la arena, contemplando la soledad de la playa al amanecer. Apenas quedaba rastro alguno de la oscuridad de la que me protegía la luna. Nadie había venido a buscarme, no quedaba un solo resto de las antorchas que me perseguían la noche anterior, o quizá el año anterior, como luces en la tiniebla. Apenas era capaz de decir cuánto tiempo había soñado, pero a mi parecer habían sido años, siglos tal vez. Tiempo suficiente para que todas las cadenas que me ataban a esta vida se hubieran oxidado y resquebrajado por completo.

Parpadeé con pesadez. Tenía una sensación extraña en el pecho, como si estuviera hueco y lo hubieran rellenado con algo distinto, como un muñeco roto al que intentaban rellenar con semillas.

Tardé varios minutos en percatarme de que había un hombre a mi lado. Las olas se mecían contra sus pies descalzos y el sol de la mañana incidía sobre su hermoso rostro. Traté, en vano, de arrastrarme por la arena en un intento por comprobar si seguía respirando, pero las fuerzas me fallaban y solo me quedé observándolo.

El cabello castaño, que caía en suaves olas sobre su frente, le daba el mismo porte de una escultura que vi de pequeña en un templo. Y la ropa, negra como las alas de un cuervo, se le había pegado a la piel, dejando entrever...

Aparté la mirada, ruborizándome al extremo. Los acontecimientos de la noche anterior me golpearon con furia, obligándome a sentarme de nuevo en la arena. Era imposible que hubiera sobrevivido, pero recordaba las voces discordantes aceptando mi deseo, aferrándome a la vida con un lazo fuerte e inquebrantable y devolviéndome a la orilla. Recordaba la oscuridad tratando de darme alcance y la luz de la piedra de la luna brillando con más intensidad para apartarla de mí.

Y también recordaba unos brazos rodeándome la cintura y la oscuridad cerniéndose sobre mí, atrapándome en sus tentáculos.

El desconocido a mi lado abrió los ojos de golpe y se incorporó a toda prisa para toser, enterrando los dedos en la arena. Estuvo varios minutos así, intentando controlar la respiración, hasta que finalmente se dejó caer de espaldas, exhausto.

Los lazos del mar [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora