Capítulo 14 (Parte I)

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Estaba tumbada a los pies del manzano, leyendo un nuevo libro que Sunan me había prestado por haber aprendido a escribir mi nombre

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Estaba tumbada a los pies del manzano, leyendo un nuevo libro que Sunan me había prestado por haber aprendido a escribir mi nombre. Luego, me dijo, tendría que aprender a escribir el abecedario completo. Dickens, a mi lado, ronroneaba con fuerza mientras yo le acariciaba distraídamente detrás de las orejas. Lynette, en cambio, tenía la cabeza apoyada en mi hombro y los ojos cerrados. Estaba escuchándome mientras leía en voz alta un extracto de la novela que tenía entre manos.

Ella ya había dejado de llorar, al menos, durante los últimos minutos. Seguía teniendo los ojos rojos. Esa mañana, mi hermana había aparecido con los ojos llenos de lágrimas y aún no se atrevía a contarme lo que le sucedía, solo me pidió que le leyera algo y que la reconfortara, como cuando éramos pequeñas y regresaba a casa después de que algún niño la insultara. Siempre nos tumbábamos juntas en la cama y yo le contaba alguna historia que había oído. Solo me detenía cuando ella se había calmado lo suficiente para contarme lo que le sucedía. Entonces, la dejaba dormitando en la habitación, buscaba a Jac y juntos recorríamos el pueblo en busca de esos niños. Solía regresar a casa con alguna magulladura, pero Lynette nunca se atrevió a preguntarme qué hacía cada vez que salía. Siempre pensé que, en el fondo, temía oír la respuesta.

Cerré el libro de golpe, suspirando.

—Lyn, tienes que contarme lo que te sucede. No puedo ayudarte si no hablas conmigo.

Ella hizo un puchero y supe que estaba luchando para no romper a llorar otra vez.

—Es que nadie puede ayudarme, ya no —admitió con voz temblorosa.

Me giré hacia ella y, automáticamente, mi hermana apartó la mirada mientras se secaba una lágrima.

—¿Eso es lo que has aprendido de mi ejemplo, Lyn, que debes rendirte a la primera de cambio?

Podía apostar un brazo a que su problema provenía de Mared, que era su mayor fuente de alegrías y tristezas. Había días en los que estaba increíblemente feliz por tenerla en su vida, pero otros días pensaba en el futuro y su humor se nublaba por completo.

—Pero tú eres fuerte, Aisha, y tienes a Sunan de tu parte. Yo no tengo nada.

—Me tienes a mí —respondí suavemente.

Los lazos del mar [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora