Prólogo

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22 de Octubre, 2001

La noche estaba fría y lluviosa, los truenos sonaban cada vez más fuerte angustiando a Leah que estaba acurrucada en el pecho de su esposo Stephen, quien le acariciaba el cabello mientras miraba con sumo interés el televisor.

Era un matrimonio con sus altas y bajas, pero que al final siempre se mantenía unido y lleno de vida. Sin embargo, ansiaban tanto tener una familia que estuviera compuesta por más de dos personas, pero tristemente eso no podría pasar. Habían intentado de todo, pero nada funcionaba.

- ¿Crees que algún día seremos tan privilegiados para ser padres, Steph? - le preguntó ella por segunda vez en la semana, sintiendo un ligero vacío en su pecho.

El hombre la miró por un momento sin atreverse a decir nada de lo que rondaba sus pensamientos noche y día, sin querer lastimarla. Alzó la comisura derecha de su labio y le dio un beso en las sienes que la hizo reír por lo bajo - Algún día, Leah.

Se mantuvieron en silencio por un largo rato viendo la televisión, pero un trueno hizo que éste se apagara junto con todos los alrededores de la casa, provocando un fuerte grito por parte de la mujer.

- Tranquila, amor. Estaremos bien - en eso sonó el timbre de la casa, haciendo que ambos pegaran un brinco y se dieran miradas de reojo. Él se levantó de donde estaba y luego se agachó a la altura de Leah que estaba muy acurrucada contra el sillón - Iré a ver quién es y volveré, por favor, no te angusties ¿Si? - Ella mirando aterrorizada todo el salón, dirigió su mirada a él y efusivamente movió la cabeza de arriba a abajo- Bien - se levantó de un salto en cuanto el timbre sonó de nuevo, para ser reemplazado por unos golpes duros y alarmantes en la puerta.

- Toc, toc.

Al abrirla, no había nadie, solo mucha tormenta. Estaba a punto de cerrar la puerta cuando en eso escuchó un estruendoso llanto que venía del suelo. Al bajar la vista se consiguió con una pequeña canasta con mantas sucias, se puso en cuclillas y apartó un poco la tela encontrándose con un diminuto rostro ya carmesí con sus ojos cerrados, ceño fruncido y labios abiertos del que salían grandes gritos.

- ¿Qué sucede? ¿Quién llora? - Llegó Leah alarmada a donde se encontraba su esposo agachado - ¿Qué ocurre, Stephen?

- E...Ella... es...u... una... bebé - se escuchó tartamudear antes de agarrar de la canasta a la niña para mecerla de un lado a otro. Seguía llorando - Ten, Leah - le entregó la niña en los brazos, recogió la canasta y corrió dentro de la casa - Buscaré algo de comida para darle. Debe estar hambrienta. - le avisó metiéndose a la cocina.

Mientras tanto, con la niña acurrucada en su pecho, la mujer cerró la puerta tras de ella tratando de calmarla.- Ya bebé linda, ya estás a salvo - le susurraba una y otra vez hasta que la bebé se quedó en silencio viendo fijamente el rostro de Leah.

Para haber estado en una cesta sucia, la niña estaba muy limpia. El carmesí había desaparecido de su rostro dando paso a una piel blanca con algunas pecas alrededor. Se sentó en el sofá en el que había estado hacía unos cuantos minutos y enderezó a la pequeña para ponerla acostada en sus muslos mirando a tan hermosa bebita de ojos no tan grandes, nariz perfilada y labios rellenos. Era preciosa. - ¿Cómo te llamas? - preguntó en un susurro rozando la nariz de la bebé con la de ella, haciendo que la pequeña diera un respingo para luego dar pataditas de alegría.

Un par de letras entrelazándose para crear una palabra que muy bien puede considerarse un nombre llegaron como torrente en su memoria, como si hubiese pensado en él millones de veces. A decir verdad, nunca se había planteado ese nombre si llegaba a tener una hija, pero por alguna razón, ya esas tres vocales repetidas no salían de su sistema.

Leah no sabía por qué, pero algo le decía que ese nombre era maravilloso y espectacular para una niña tan hermosa como la que ahora estaba en sus brazos. Tenía unos ojos preciosos, de un verde muy llamativo, pero había algo en ellos que le provocó escalofríos. Su miraba era muy profunda, no tenía lo típico en la mirada de cualquier niño, no, era más como dos hermosos iris llenos de dolor y arrepentimiento. Era como la mirada de un adulto que ha pasado por mucho.

Ante sus pensamientos, Leah meneó varias veces su cabeza para dejar atrás esas suposiciones extrañas y se dedicó a observar con mucho cariño a la niña que parecía tener menos de un año y que estaba encima de sus piernas.

- Es tan triste que a una pequeña florecilla como esa bebé la hayan abandonado ¿Qué sucede con los padres de hoy en día? - murmuró Stephen saliendo de la cocina con una taza y una cucharilla en sus manos, las cuales estaban temblando - Suerte que cuando vino tu hermana Lucy, dejó un poco de papilla para preparar. Más agradecido no podría estar con esa mujer.

Ante lo exasperado que sonó, Leah no pudo evitar sonreír - ¿No lo ves, cariño? - le preguntó ella aun manteniendo una sonrisa torcida.

- ¿No veo qué, Leah? - se sentó a un lado de su esposa y se quedó mirando a la pequeña bebé que los miraba con mucha atención. Ella hizo una mueca infantil que dejó sorprendido al hombre y en eso, él sintió como si le quitaran cualquier duda que con anterioridad había presentado - Oh - no sabía que más decir, solo sentía un pequeño revoloteo en su estómago cuando observó por primera vez como tal a la niña - Podemos... Tal vez...

- ¿Quedárnosla? - completó Leah en medio de un suspiro, Stephen asintió con la cabeza. - Oh cariño, eso sería asombroso.

- Muy bien. Tendríamos que acostumbrarnos a muchas cosas, pero creo que otro miembro no le hará mal a la familia - dijo observando a la pequeña personita que ahora ponía sus pequeñas manos en su nariz. Él se rió - ¿Cómo la llamaremos?

Una vez más, Leah miró con ensueño a la bebé, mirando fijamente sus ojos, sintiendo un calor intenso rodeando su cuerpo y una corriente arrastrando letras en su cabeza, ocho letras específicamente, lo cual le pareció desconcertante, como si al mirar los ojos de la niña, obtuviese una clara respuesta.

- Ya sé cómo te llamarás.

Más allá de la enorme casa, se encontraba una mujer esbelta y estrambótica que observaba con fijeza a la nueva familia feliz. Sus labios tenían una sonrisa satisfactoria y en sus ojos un brillo de alucinación - Maravilloso plan, chiquilla. ¿Quién diría que especialmente tú escaparías de todos nosotros? - Rió secamente - Lástima que tus estrategias ya las he descubierto. Podrás pasar desapercibida en este mundo ahora, pero te prometo que muy pronto nos veremos y para entonces, estaré preparada para destruirte.

Y ella sabía perfectamente que esa niña que no era lo que aparentaba la había escuchado en su mente, sus palabras habían quedado prendadas en ella.

Muy bien sus ahora padres mortales no se darían cuenta de a quien habían acogido, pero habían cometido el peor error de sus vidas y con el pasar de los años se darían cuenta.

- La dejaste escapar - dijo una voz masculina detrás de ella.

- Deja que se divierta jugando a la familia feliz.

De algo estaba más que segura, esa chiquilla iba a pagar por todo el daño que le había hecho.

Esperaría con ansias ese momento.

Amnesia (#1 OELS)Where stories live. Discover now