Capitán Idiota

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𝓐𝓬𝓮𝓷𝓭𝓻𝓪𝓭𝓸
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A dos meses de graduarse y ya a punto de cumplir los 21, Phoenix disfrutó unos de sus pocos fines de semana libre en Hermina. Todo se había dado para que fuera de esa manera. Generalmente, los días libres los podía pasar hasta en Sina si estaban en un campo de entrenamiento cerca de la capital, pero no podían volver a casa a menos que se diera la orden por parte del comandante Shadies y hoy era su fin de semana de suerte.

“¡Nos vemos, chicos!” exclamó Phoenix con una resplandeciente sonrisa.

“¡Mujer, no sonrías así! Me haces más miserable. Qué suertuda...” refunfuñaba Dean.

“No seas envidioso, Dean. La vez pasada estábamos más cerca de Calaneth y nadie te dijo nada por irte con tu familia” le recordó Elizabeth.

“No lo tomes en cuenta, Phoenix. Vete, nos veremos mañana en el bar que nos dijiste” Stefan trató de cortar el espectáculo que Dean estaba haciendo y Phoenix solo suspiró asintiendo. Mañana los vería nuevamente de todas formas, así que no perdería el tiempo con Dean, sino que iría a ver a los Nakwaro.

“Nos vemos chicos. ¡Y cuiden de Lyra!”

“¡Oki doki!” fue la ferviente respuesta de sus cinco compañeros.

Phoenix se avergonzó por unos segundos. Oki doki era una de las tantas palabras que les había pegado a sus amigos (Merlín, Morgana, por Rowena y ni que fuera elfo doméstico eran otras expresiones que la avergonzaban… Hasta ahora, ella no sabía cómo se había salvado de cada una de sus caídas de lengua, pero no le decían Phoenix la loca por nada).

Con una última caricia a su yegua, Phoenix se dedicó a pasear por Hermina un poco. Hace cuatro meses que no pisaba el distrito, así que había unos cuantos cambios. Hoy era viernes, así que estaría en casa con los Nakwaro hasta el domingo por la mañana. Pese a ser las tres de la tarde, los niños ya estaban corriendo a sus madres preguntando por frutas y juguetes. Phoenix sonrió al verlos y decidió que lo mejor sería pasar directamente a la casona, se demoraría un poco más de una hora a pie, así que no había momento como el presente para una visita sorpresa. Phoenix no les había querido decir a Greyson y Mika que tal vez la Tropa de Reclutas descansarían de sus funciones en Hermina por temor a quedar varados en otros lugares (ya había pasado con anterioridad y habían quedado a mitad de la nada sin posibilidad de llegar a Karanese para descansar), así que Phoenix decidió que lo mejor era decir nada, esperar por un milagro y ahora disfrutar el trayecto.

Pronto, los locales comenzaron a desaparecer y grandes casonas y residencias tomaron su lugar, había terrenos que eran más de dos hectáreas, otros eran unos pocos metros cuadrados, pero cuando por fin se estuvo acercando a un largo y frondoso prado, Phoenix supo que había llegado a su hogar.

La Casona Nakwaro

Eso era lo que decían las letras sobre el grande y opulento portón de hierro. Phoenix respiró profundo y con los ojos cerrados, sintiendo y reconociendo cada fragancia que su nariz reconocía. Tierra, abono, flores, árboles, hojas secas y la misma vida silvestre.

Era un maravilloso olor a hogar.

Caminó sin apurarse, ya eran pasada las cuatro de la tarde, pero poco le importó la hora, se fijó que Mika había cambiado nuevamente la posición de las rosas, que habían comprado un par de caballos más y que, muy para la dicha de Phoenix, Kai había convencido a su padre de hacer una piscina, concepto que Phoenix introdujo una tarde cuando se enteró que el pequeño lago que estaba detrás de la casona no se podía utilizar para nadar.

“¿Phoenix?” y allí estaba, como todos los días, Albert abriendo la puerta y mirándola sorprendido.

“Sorpresa” respondió Phoenix con diversión.

𝐀𝐂𝐄𝐍𝐃𝐑𝐀𝐃𝐎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora