4.

2.2K 203 62
                                    


Olivia

—Ni te darás cuenta cuando tengas tu propia empresa, ya verás.

—Y cuando tengas nuevos amigos y te emborraches con ellos.

—Y cuando nos des un sobrinito.

—O sobrinita. Cualquiera de las dos opciones está bien.

—¡Eh! Dejenla en paz—gritó el abuelo Peter entrando a la cocina—. Por bodrio como ustedes es que quiere irse de aquí.

—Si, mejor no tomes alcohol, tienes muy mala resistencia. Y ni hablar como eres borracha—dijo Pool.

Giré los ojos al escucharlo.

Siempre tan simpático.

Ni siquiera quería acordarme de aquel día.

Estábamos todos en la cocina desayunando antes de irme a Londres, y bueno, era una completa locura. No dejaban de hablar y hablar de que no hiciera esto, que hiciera aquello, lo que me ponía más nerviosa aún.

Amaba la idea de vivir sola, la verdad. Pero no queria sentirme sola y eso era lo que más me aterraba. Qué todo siguiera igual. Qué todo se fuera por la borda, cuando intenté de todo para salir de aquí.

—Ella estará bien—levantó la voz mi abuela para que todos se callaran—.Sobrevive sola más que todos ustedes juntos. Así que callense antes de que pierda la paciencia—apuntó con un dedo a mis dos hermanos y al abuelo.

Nadie se atrevió a hablar por unos cuántos minutos.

En otra ocasión hubiera sonreído, pero la verdad, es que estaba tan sumida en todo el asunto de la mudanza y el miedo que tenía que ni eso podía hacer.

Revisé la hora en mi teléfono, y faltaba exactamente treinta y cinco minutos para que pasara el autobus que me llevaría a Oxford para luego tomar el tren hacia Londres.

Se supone que Henry me iba a llevar hacía allá, pero tuvo un problema en el trabajo que tenía que resolver de inmediato.

Me levanté de la mesa y fui a mi habitación a buscar mis cosas. No iba a llevar todo de una vez, porque era imposible, eran demasiadas. Así que Henry llevaría las cosas que faltan cuando tuviera tiempo y así no tendría que hacer múltiples viajes.

Entrando a mi habitación tomé una bocanada de aire y la solté despacio. Tenía el estómago apretado y revuelto, que sentía que iba a vomitar todo el desayuno.

Otra vez los pensamientos me acechaban, así que sacudí mi cabeza y le ordené a mi cerebro relajarse, si es que eso era posible. Bajé las dos maletas ya cerradas de mi cama, tomé mi bolso de mano para el viaje y le eché una última mirada a mi habitación por si se me quedaba algo.

Minutos después ya estaba abajo, en la entrada de mi casa despidiéndome de todos.

—¡Ay, mi niña!—gritó la abuela Kate estirando sus brazos hacía a mi para apretujarme contra ella—. ¡Te echaré tanto de menos! ¡Me volveré loca en esta casa sin ti!

—Ya, ya, vieja—se acercó mi abuelo dado a que había pasado bastante rato pegada a mí—. Los demás también deben despedirse.

Mi abuela negó varias veces en soltarme, y cada vez que se negaba me apretaba más y más, que casi me quedó sin órganos. Hasta que empezó a llorar y se separó para limpiarse la nariz, en este caso con la camisa del abuelo Peter.

—¡Tia Livvvvv!—Dylan me abrazó la pierna— ¿Vendrás para mi cumpleaños, verdad?

—Claro que ella vendrá, hijo—respondió Austin por mí separándolo de mi pierna.

𝐋𝐚 𝐜𝐚𝐧𝐜𝐢𝐨́𝐧 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora