Prólogo

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"Fue raro. No pude llorar pero mi alma estaba hecha pedazos."
- Fiódor Dostoiévski -

Olivia.

Recuerdo estar mirando por la ventana del coche mientras pensaba que todo podía ser una melodía. La brisa del viento, la lluvia retumbando contra la ventanilla. Las pulsaciones. Pero cuando esas melodías dejan de sonar, ves borroso, y no puedes moverte sintiendo que te falta el aire. Cuando las pulsaciones se apagan, ya no hay nada más que hacer.

Mamá le hablaba en voz baja a mi padre con el ceño fruncido, parecía estar molesta con algo, lo cual era un poco raro porque jamás discutían entre ellos dos.

—No puedes seguir con esto, William—murmuró ella en voz baja con molestia.

Mi padre no respondió, solo siguió conduciendo con los ojos en el camino y con la mandíbula algo tensa.

—Debes buscar ayuda—volvió a murmurar mi madre—. No solo por los niños, si no por ti mismo. Eres un...

No llegó a terminar la frase cuando miró de reojo hacia la parte trasera y notó que los estaba viendo con cierta confusión.

Hace cierto tiempo que los notaba un poco raros, en especial a mi padre. Apenas lo veía en casa, y cada vez que estaba, se la pasaba durmiendo o trataba de esquivarme, lo cual me parecía poco usual. El jamás era así.

Mi madre no siguió hablando luego de que me pilló mirando, solo se aclaró la garganta y se enderezó volviendo a apoyar su espalda en el respaldo del copiloto haciendo como si no pasó nada.

Veníamos a hacer la compra los tres, o más bien las dos, porque mi padre no quizo acompañarnos, prefirió quedarse en el auto con la excusa que «Hay muchos ladrones rondando por la ciudad últimamente». Desde luego sabía que no era cierto. Tenía casi dieciséis años, no era para nada estúpida.

Cuando terminamos de pagar todo fuimos con el carro de compras hasta el auto donde nos esperaba mi padre sentado en el asiento del copiloto durmiendo. Así que me acerqué hasta la puerta y le toqué la ventanilla con dedos, lo que hizo que abriera los ojos de golpe y que girara la cabeza de inmediato hacía a mi, con el ceño un poco fruncido. Estuvo así unos pocos segundos, hasta que lo relajó y se estiró hasta el asiento del piloto a movimientos torpes para apretar el botón que abría el porta maletas.

Me quedé un momento viéndolo. Analizándolo. El no era así, para nada. Nunca se quedaba dormido en el auto. Hasta se quejaba de que era incómodo, y siempre nos quería acompañar a hacer la compra, o ayudarnos con las cosas, pero esta vez ni siquiera se bajó para hacer eso, si no para cambiar de puesto.

Mientras sacaba las bolsas del carro para meterlas al auto, mi padre pasó por nuestro lado. Yo lo miré de reojo como esbozó media sonrisa, y estiró su brazo hacia a mi para tocarme, pero yo lo esquivé, a lo que el me quedó mirando un poco desconcertado. Vi como miró hacía atrás, donde estaba mi madre, y arrugó el entrecejo.

Yo los ignoré a los dos mientras seguía echando las pocas bolsas que quedaban en el carrito.

Oí el suspiro de mi madre.

—Olivia...

—Déjala, cariño—oí murmurar a mi padre en tono suave.

𝐋𝐚 𝐜𝐚𝐧𝐜𝐢𝐨́𝐧 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora