siete.

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- Enana, dale la mano a Margarita y vamos dentro para que conozca por fin a los abuelos.

La niña obedece a su padre y me agarra de la mano para arrastrarme dentro de la casa. Me lleva corriendo y yo la freno justo antes de llegar a la puerta para esperar a Elliot. Me muero de la vergüenza si entramos así por las buenas, no les conozco de nada y no hay confianza alguna para presentarme así. Elliot llama al timbre y esperamos a que abran. La puerta se abre y tras ella hay una mujer de media estatura y de unos cuarenta años. Morena de piel y con unos preciosos ojos de color azules o verdes, no estoy segura. Tiene la cabeza cubierta por un pañuelo rosa. Se agacha y coge a la niña en brazos y la llena de besos dejándola carmín rosa pálido en los mofletes. La deja en el suelo y se acerca a Elliot para abrazarle.

- Estás guapísima, mamá — dice Elliot, separándose de ella.

- No mientas, hijo. La quimioterapia me tiene destrozada, no me queda ni un pelo en la cabeza — dice la mujer con un increíble acento andaluz y una sonrisa triste —. ¿Ella es Nadine — dice señalándome —, la chica de la que tanto nos hablas cuando llamas?

- Sí, mamá. Ella es Nadine.

Me acerco a ella que me espera con los brazos abiertos y nos damos un corto pero cómodo abrazo. La mujer me mira sonriente y yo le devuelvo la sonrisa, vergonzosa.

- Encantada, moza. Yo soy Raquel.

- Encantada, Raquel.

Vuelve a coger a la niña en brazos y nos invita a pasar. Elliot deja las maletas en la puerta de entrada del salón y va corriendo hacia un hombre que es igualito a él, está de pie al lado de un piano. Se abrazan y se saludan con mucho cariño. La niña baja de los brazos de su abuela y se acerca al hombre con los brazos abiertos gritando "¡Abuelooooo!". Él la coge en brazos y también la llena de besos. Elliot me hace una seña con la mano para que me acerque a ellos y le hago caso.

- Papá, mira. Ella es Nadine.

- Ojú, vaya morenita más guapa — suelta a la niña y se acerca a mí para abrazarme.

Nunca me ha gustado que a las personas de raza negra nos califiquen con los términos: morenitos, negritos, de color, etc. Pero este hombre lo ha dicho con tanta gracia que no me importa que me llame morenita.

Le devuelvo el abrazo con el mismo calor que él. Nos separamos y nos hace sentarnos en el sofá del salón junto a ellos. Hablamos con mucho ánimo y me cuentan pequeñas historias de Elliot cuando era pequeño. Su padre, Ben, tiene un acento raro, una mezcla entre guiri y andaluz, bastante gracioso. Seguimos hablando, hablando, hablando y hablando. El tema de conversación de ahora es el de la boda de los padres de Elliot, que fue hace más de veinte años. Se casaron muy jóvenes, cuando Raquel estaba a punto de salir de cuentas. Con la emoción del momento, Ben le pidió matrimonio a Raquel, y ésta aceptó encantada. Tuvieron una boda sencilla, sin invitados. Solo ellos dos, el feto de Elliot y él cura.

Raquel se levanta para salir del salón y vuelve con un álbum de fotos. Se sienta a mi lado y empieza a mostrarme las fotos y hablarme sobre ellas.

- Mi arma, dentro de nada cumplimos otro año de casados — dice su marido.

- Es cierto, podriamos hacer una cenita.

Elliot cambia de tema.

- Mamá, ahora que me acuerdo. ¿Compraste lo que te pedí?

- Ah, sí — la mujer se levanta y se acerca a un mueble del salón, lo abre, saca una caja envuelta en papel de regalo y se la entrega a Elliot.

- Esto es para ti, Margarita — dice, entregándome el paquete.

Si te enamoras, pierdes.© [EDITANDO]Where stories live. Discover now