XXVII: Enfrentamiento

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Mingyu no dio respuesta.

Se escucharon las voces y la armadura de los soldados cerca, así que Mingyu agarró de la muñeca a Jeonghan y tiró de él hasta uno de los talleres.

Se metieron a un taller oscuro, con maquinas y largas telas y pelajes que colgaban por el techo.

—Están por todos lados —susurró Mingyu refiriéndose a los hombres de Jaeheon —Esperemos aquí hasta que salgan del callejón.

Ambos chicos se recostaron en una pared, alejados de cualquier ventana o puerta. El espacio era reducido, por lo que Mingyu tuvo que posicionarse frente a Jeonghan.

Sus cuerpos estaban demasiado cerca, incluso podían sentir la respiración contraria. Mingyu puso su mano en la cintura de Jeonghan y deslizó la otra por su pierna derecha.

Jeonghan le vio inclinado en frente y pasó saliva con dificultad. Pensó en reclamarle, pero sintió que el otro sacaba el cuchillo de su bota y regresaba a su posición normal.

Mingyu no podía permitir que Jeonghan le agrediera en un ataque de pánico o desconfianza.

—¿Estás bien? —preguntó a Jeonghan cuando sintió que su respiración se había acelerado de repente.

El castaño asintió y Mingyu detalló el arma en sus manos.

—Lo siento. Estaba asustado —Jeonghan dijo en voz baja —¿Cómo podía confiar enteramente en tí, cuando se supone que sería el Lobo quien vendría por mí?

—Descuida. Lo entiendo. Todos estamos en profunda desconfianza, incluso de nuestros más cercanos.

Jeonghan asintió. Se recostó en la pared a esperar en silencio, cuando una idea le iluminó la mente:

—Pero claro, la iglesia.

El Lobo no podía pisar suelo sagrado, y el padre Jaeheon respetaría su santidad en calidad de pastor. Jeonghan supo que tenían que ir allí, pero antes deberían atravesar ciertos obstáculos.

—¿Puedes correr?

Mingyu movió la cabeza de arriba a abajo. No tuvieron más elección que salir del ahí y atravesar corriendo el espacio abierto de la plaza.

Un instante después, los soldados del padre Jaeheon irrumpieron en el taller de modistería, pero al igual que en el resto del callejón, no encontraron a nadie.

 

· ·


De algún modo, por encima del ruido de los soldados que apelaban la aldea, el galope de los caballos y los gritos de los vecinos, él seguía oyendo aquel susurro:

—Jeonghan, ¿a dónde vas?

Una voz fantasmal hacía que al nombrado se le saliera el corazón por la boca.

Lo supo antes de mirar: el Lobo había regresado por él.

Observó a Mingyu, que no había oído nada. Por el rabillo de su ojo, Jeonghan veía aquella silueta oscura que aparecía y desaparecía, saltando por los tejados.

Ya podían ver la iglesia. Detrás de ellos, gritos y el sonido de las botas pesadas en veloz persecución. El silbido de una flecha pasó frente a ellos. Luego otra... y otra...

Jeonghan oyó a Mingyu gemir de dolor, al mirarle se dio cuenta de que una de las flechas había impactado en su hombro izquierdo.

Ellos corrían tan rápido, que Mingyu fue capaz de dar unos cuantos pasos más antes de detenerse.

—Vete, Jeonghan —pidió agitado, empujando al otro con su brazo sano.

Jeonghan lo conocía de toda la vida, y sólo ahora comprendía su bondad, su valentía y su honorabilidad.

—No puedo dejarte aquí...

El castaño miró hacia atrás, los soldados se acercaban. No obstante, la iglesia no estaba muy lejos. Se pasó el brazo sano de Mingyu por su cuello y le ayudó a seguir caminando.

A duras penas lograron llegar al edificio, pero Jaeheon se encontraba delante de la puerta, en la línea del suelo sagrado, y les negaba el paso. Adentro estaban algunos aldeanos que habían salido de casa sin saber que el Lobo ya había llegado.

—Acudimos a la santidad de este lugar —Jeonghan escupió aquellas palabras.

—Me temo que no pueden —respondió Jaeheon con voz afilada.

Alargó la mano hasta la flecha que tenía Mingyu incrustada en el hombro izquierdo y la sacó de un tirón.

—Esto me pertenece.

Tras aquel sonido húmedo y carnoso, Mingyu apretó los dientes mientras echaba la cabeza hacia atrás. No pudo hablar del dolor, así que se puso la otra mano encima para detener la hemorragia.

—Jeonghan...

El castaño le volvió a escuchar. Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo y sus rodillas temblaron.

Jeonghan dio media vuelta para enfrentarse al Lobo, sus ojos relucientes como dos lunas gemelas, sus colmillos blancos y afilados. Dos soldados yacían muertos a sus pies.

Los ojos de Jaeheon buscaron veloces la luna de sangre, suspendida a baja altura sobre el horizonte, apenas visible entre los Hanoks.

En un gesto decidido, agarró el pelo húmedo de Jeonghan y le obligó a echar la cabeza hacia atrás. Colocó su daga contra el cuello de su rehén y lo utilizó en modo de escudo humano.

Mingyu aprovechó para meterse en la iglesia, con ayuda de otros aldeanos.

—Lo quieres vivo, ¿verdad?

El Lobo volteó hacia Jaeheon y luego hacia la luna roja, en continuo desvanecimiento. Jeonghan sentía la presión de la cuchilla contra su piel.

La bestia miró dentro de la iglesia: de puertas para adentro podía ver a algunos aldeanos que se acercaban a mirar embobados, pero cautelosos para no ir a abandonar el suelo sagrado.

—Primero muere él y luego vas tú —susurró Jaeheon a Jeonghan. Después hizo un gesto de asentimiento al arquero que aguardaba órdenes desde el campanario.

El arquero disparó al Lobo, pero este saltó al presentir el peligro y la flecha se clavó en la nieve.

Al ver el fallo, Jaeheon alcanzó el límite de su paciencia. No pudo resistirse más, la sed de sangre lo devoró incluso antes de que el Lobo pudiera hacerlo.

Tiró al castaño a un lado y se lanzó sobre la bestia con todas sus fuerzas, aún con la daga en alto y en guardia.

Sin embargo, el Lobo saltó antes.

Red Cape Boy › JeongcheolWhere stories live. Discover now