XXXI

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Seungcheol lanzó su hacha hacia Jung Gi, el metal frío y afilado quedó a escasos centímetros de su rostro, pero el padre de Jeonghan fue más rápido y la atajó con la mano.

—¿Quién lo dice? —Jung Gi sonrió ladinamente y plantó su puño en el rostro del pelinegro.

Le tomó por el cuello intentando atacarle con el arma, pero Seungcheol logró soltarse únicamente para ser lanzado hacia la pared más cercana, con apenas una sola mano. Apenas le basto a Jung Gi con una sola mano para tomar su cuerpo y tirarlo. Era la verdadera bestia, no habían dudas.

El pelinegro cayó inconsciente y Jung Gi se abalanzó sobre él.

Jeonghan vio los ojos de su padre tornarse amarillos y peligrosos, entonces corrió a por la cesta y se puso de vuelta la capota de su capa, roja como la sangre.

—Padre —exclamó y Jung Gi se volteó al instante —Me iré contigo. Ven, acércate... vámonos.

Jeonghan sonó como un pequeño niño, de pie en la puerta. Jung Gi, hipnotizado, se alejó del cuerpo de Seungcheol y empezó a acercarse lentamente.

Se detuvo frente a su hijo, miró la cesta que este sostenía en manos y antes de poder actuar, antes de siquiera poder pensar, Seungcheol agarró el hacha y como pudo se la clavó en la espalda.

Jeonghan sacó el cuchillo de cuerna de alce y lo enterró en su corazón. El castaño vio cómo su padre se desplomaba y soltó un suspiro, incapaz de pronunciar palabra.

Miró a Seungcheol frente a él y bastante débil. Regresó la mirada al cuerpo inerte de su padre en el suelo, ¿Acaso le habían dado muerte al verdadero mal?

Jeonghan se sintió diferente, sentía que de repente el aire soplaba con otro ritmo. El tiempo había cambiado, el Lobo estaba muerto finalmente.

Seungcheol se acercó también. Sintió su abdomen doler, recordó que se había vendado con un trapo, pero cuando se palpó la zona se dio cuenta de que la sangre había traspasado la tela. También le dolía la cabeza y el hombro derecho, le ardía como el infierno.

—¿Qué haremos con él? —preguntó el pelinegro.

—Remaremos hasta lo más profundo el río, donde no esté congelado, y entonces lo tiraremos al agua.

El castaño abrió la boca y dejó todo el aire salir. Sus penas, sus tristezas, sus perdidas y su ira. Se sentía libre y a salvo, completamente.

—Está muerto... El Lobo está muerto —dijo levantando la mirada hacia Seungcheol —Cheol, se acabó la maldición. No habrán más muertes... Somos libres.

—No lo creo —respondió Seungcheol con pesadez en sus palabras. Se abrió la camisa en el hombro derecho, enseñándole a Jeonghan una mordida —Tu padre me atacó mientras peleábamos.

—No... —Jeonghan negó echándose hacia atrás, sintiendo como regresaba de un golpe al infierno —No...

—Cuando salga la luna roja... —Seungcheol pasó saliva con fuerza —Seré como él... Una bestia.

Jeonghan bajó la cabeza. Apretó sus párpados con todas sus fuerzas y se preguntó qué había hecho mal en el pasado para merecer aquella maldición.

—¿A dónde vas? —preguntó cuando el pelinegro se alejó en dirección a la puerta. Jeonghan corrió y se detuvo frente a él.

—No puedo quedarme contigo, Jeonghan. Debo irme lejos.

—No —exclamó el castaño y negó profundamente.

—No puedo quedarme cerca de tí, soy peligroso. Un monstruo —Seungcheol se hizo a un lado y salió de la cabaña.

Red Cape Boy › JeongcheolWhere stories live. Discover now