XXVIII: Muerte al mal

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Gimiendo en su agonía, Jaeheon se retiró a tropezones de regreso hacia la iglesia. Pero el Lobo no le dejó escapar.

Otros dos arqueros descargaron una lluvia de flechas contra el Lobo, pero este parecía inmortal. Con flechas sangrientas clavadas en su cuerpo, el Lobo agarró el escudo de uno de los soldados muertos y lo lanzó fuertemente hacia el campanario, impactando al soldado que estaba allí.

Aprovechando la distracción, Mingyu, como pudo, regresó por Jeonghan y lo introdujo en la iglesia. El Lobo saltó hacia delante, pero ya se encontraban dentro y no pudo alcanzarle.

La bestia volvió a mirar la luna de sangre, el cielo comenzaba a dar las primeras muestras de claridad conforme el sol iba saliendo.

El Lobo sabía que debía actuar rápido o regresaría a su forma humana frente a todos.

Alargó su pata derecha en dirección a Jeonghan, por encima del limite empedrado, pero la retiró al instante cuando empezó a quemarse por pisar suelo sagrado. Mostró sus colmillos con rabia y lanzó una mirada penetrante a su presa.

No te puedes esconder de mí. Sal por esa puerta o mataré a todos, ¿comprendes?

—Sí, lo comprendo —respondió el jóven casi en estado de trance. Jeonghan comenzó a avanzar hasta la línea que separaba el suelo sagrado con el suelo donde estaba parado el Lobo —No permitiré que te destruyas mi hogar. Iré contigo. 

Jeonghan no sintió temor de lo que viniera después de eso. Había tomado la decisión de dejar que el Lobo se lo llevase.

Mientras el Lobo aguardaba a que Jeonghan se acercara, la inquietud era ensordecedora, pero a espaldas de Jeonghan alguien se acercó, tropezando y chocando con los demás.

Seokmin.

—No permitiré que te lo lleves —entonó el chico de facciones encantadoras, posicionándose frente a Jeonghan.

—Ni yo tampoco —Mingyu se posicionó al lado de Seokmin.

La gente de la aldea que estaba presente en la iglesia, emergió de su pesadilla. Se apoyaron los unos a los otros y levantaron una barrera frente al Lobo, aunque también era una barrera frente al mal que habían permitido entrar en ellos. 

El Lobo no había contado con ello. Rugió furioso, tan próximo al objeto de su deseo y aún así era incapaz de alcanzarlo.

La luna roja desapareció. Él le dedicó una última mirada a Jeonghan y se escabulló en el casi amanecer.

Los aldeanos respiraron con alivio y se miraron los unos a los otros, habían hecho lo correcto y lo habían hecho juntos.

Jeonghan miró en dirección a Jaeheon, estaba tirado en el suelo. Su mejor hombre, el hermano de aquel soldado que Jaeheon había matado esa mañana tras el festival, se acercó a su cuerpo rasguñado y fracturado.

El soldado se inclinó hasta tomar la daga de Jaeheon.

—Tengo dos hijas, quedarán huerfanas —pronunció Jaeheon escupiendo sangre al hablar.

—Mi hermano también tenía hijos —sentenció el soldado sin inmutarse y elevó la daga sobre el padre Jaeheon —Bajo la luna de sangre... un hombre mordido es un hombre maldito.

El soldado, quien también creía en la venganza, finalizó perforando rápida y ligeramente la daga en el corazón de Jaeheon.

La mayoría de presentes apartaron la mirada, pero Jeonghan no sintió nada. No hizo ni dijo nada. Uno de los males había quedado solucionado, uno entre muchos. 

狼 red cape boy › jeongcheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora