XXIX: El hombre Lobo

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Mingyu no respondió y en cambio subió a la silla de montar de un salto. 

—Me despedí una vez y regresé, esta vez no creo que vuelva —confesó franco —Cuídate, Jeonghan.

Culminó y se marchó en su caballo. Cabalgando hacia el vacío manto del páramo.

Jeonghan no pudo entonar palabra, se sintió en deuda con él por tantas cosas... Mingyu se había sacrificado para protegerlo del Lobo y había permanecido a su lado para salvarlo de sí mismo. Jeonghan le había destrozado el corazón a cambio del amor de Seungcheol.

¿Cómo es posible que Jeonghan no hubiese visto lo estables y seguras que serían las cosas con Mingyu?

A cada galope que daba el caballo, Jeonghan, ese castaño que nunca había necesitado de nadie, sintió un minúsculo vacío en su interior. 

Guardó el cuchillo en la cesta, se puso la capota de su capa roja y echó a correr. Sus pies se hundían en la nieve y sus piernas lo llevaban a través de la tormenta invernal.

Tenía el presentimiento de que algo malo ocurría en la casa de la abuela. No se detuvo en los campos a pensar en Jisoo o en la noche de la fogata, no sintió un cosquilleó en el corazón al dejar atrás la aldea. No se detuvo a orientarse, sino que se dejó llevar por el ímpetu de la urgencia.

Pasó por el río congelado y llegó al bosque oscuro. No se hallaba lejos de la casa de la abuela, cuando de repente, aquel sendero por el que había caminado tantas veces pareció interminable.

Jeonghan se detuvo a observar su entorno, apenas podía escuchar el soplar de las ramas congeladas. Se aferró a la cesta que cargaba y continuó su camino sin distracciones.

La nieve había empezado a caer tan densa, que cualquier cosa más allá de un metro y medio se perdía en un blanco luminoso. Jeonghan distinguía que algo crujía de tanto en tanto, pero cuando él miraba no había nada.

Sentía algo que le perseguía y se aproximaba, pero él pensó que era un animal. No había luna, era pleno día, no podría ser el Lobo. Sin embargo, lo oyó más alto y cada vez más cerca.

Jeonghan no tuvo temor. Se detuvo y tomó el valor para darse vuelta y encarar a lo que fuera que estuviera siguiéndole. Pero lo que vio le sacudió el estomago, casi haciéndole caer de espaldas.

—Jeonghan, que bueno que estas bien...

Era Seungcheol, al acecho del joven que amaba, el castaño sin el cual no podía vivir. Su camisa hecha jirones, su capa negra desaparecida.

Jeonghan le miró el rostro: tenía nieve en las pestañas como si fueran diamantes y los labios ligeramente violetas por el frío.

Bajó sus ojos a sus manos y le vio con guantes negros, recordó que cuando el Lobo pisó el suelo sagrado de la iglesia se quemó la pata derecha. Nunca pensó en que se protegiera del frío.

Entonces retrocedió, a la vez que el pelinegro se acercaba lentamente y con una sonrisa ladina.

—¿Dónde estabas? 

—Atrapado en el refugio de Jaeheon toda la noche, hasta que escapé.

Jeonghan sintió su corazón latir con fuerza. Desconfiaba enteramente del amor de su vida, y lo tenía allí, acercándose sigilosamente y mirándolo con detenimiento, como un tigre preparándose antes de cazar.

—No te acerques más —advirtió el castaño introduciendo su mano en la cesta.

—¿Por qué, Jeonghan? ¿No confías en mí?

—Tendré que lastimarte —Jeonghan sacó el cuchillo de cuerna de alce y lo apuntó en dirección al pelinegro, obligándole a detenerse.

Seungcheol bajó la mirada hacia el arma apuntando a su pecho, y regresó a Jeonghan para pronunciar con voz fría:

—No lo harás. 

Continuó acercándose más y más, y Jeonghan vio algo en sus ojos... El peligro tal vez.

—Seungcheol, detente... 

Al sentirse acorralado, Jeonghan actuó rápido y bajó el cuchillo hacia el abdomen de Seungcheol,  clavándolo allí a una distancia no muy profunda, pero suficiente para que el pelinegro soltara un gemido de dolor encorvándose hacia atrás.

Jeonghan le vio palparse la herida y manchar su guante negro con sangre. Entonces se alejó y corrió por el sendero, dejando a Seungcheol herido atrás.

Pero su corazón, su corazón realmente le amaba. Le obligó a darse vuelta y le vio de rodillas sobre la nieve.

Jeonghan supo que debía huir. Continuó adelante unos cuantos pasos más pero no pudo evitar darse la vuelta de nuevo, esta vez para ver que Seungcheol había desaparecido.

Entonces corrió atemorizado. 

Cuando llegó a la casa de la abuela, golpeó la puerta y esta se abrió automáticamente. Alguien ya había estado allí.

—¿Abuela? —exclamó el castaño adentrándose en la cabaña. Cerró la puerta a su espalda, dejó la cesta sobre el comedor y se retiró la capota de su capa —Abuela, ¿estás bien? —preguntó exaltado, mirando hacia todos lados —Tuve una pesadilla...

De repente vio una luz encenderse en la habitación de la anciana: las velas.

—Estoy bien. Me despertaste —respondió ella sin salir de la habitación —Hay sopa, por si tienes hambre.

Jeonghan sintió un leve alivio al escucharla. Le dolía la cabeza, tal vez por todo el infierno que estaba viviendo.

Se acercó a la cocina para agarrar un plato de barro y una cuchara, después se acercó al caldero sirviéndose un poco de sopa y se sentó en el comedor.

—Abuela, creo que el Lobo esta cer...

—No te preocupes, cariño —interrumpió la mujer —Estamos seguros aquí. Come... Come...

Jeonghan frenó tras llevarse la primer cucharada a la boca. No recordaba la voz de la abuela tan ronca y dura.

¿Seguros?

—¿Qué es esto? —preguntó alerta, refiriéndose a la comida.

Vio una sombra cercarse, saliendo de la habitación de la abuela. Sintió el corazón a mil y cuando menos lo pensó, Jung Gi apareció por la puerta sosteniendo el abrigo de la abuela en su mano derecha.

Jeonghan dejó la comida a un lado y se levantó confundido.

—¿Padre? ¿Qué haces aquí?

Jung Gi se acercó a Jeonghan sin expresión en el rostro. Jeonghan sintió algo en su padre, algo amenazante que no le gustó y se alejó un poco.

—¿Dónde está la abuela?

—Al fin descubriste lo que soy —pronunció Jung Gi, lanzando el abrigo de la abuela al suelo y dejando ver una quemadura en toda su mano derecha.

狼 red cape boy › jeongcheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora