Capítulo 8: Este venerable es castigado

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Mo Ran pasó tres días enteros tendido en cama como un pez muerto. Sus heridas apenas habían cicatrizado cuando recibió una citación en la que se le ordenaba ir al Pabellón del Loto Rojo para realizar trabajos manuales.

Esto también era parte del castigo. Mo Ran no podía bajar de la montaña durante su período de confinamiento, pero tampoco se le permitía quedarse sin hacer nada. Por eso, debía ayudar haciendo trabajillos en la secta. Por lo general, estos trabajos eran cosas como ayudar a la señora de la cafetería del Salón Mengpo a lavar los platos, limpiar los trescientos sesenta y cinco leones de piedra de los pilares del Puente Naihe, transcribir copias de archivos tediosos y escrituras aburridas, etcétera, etcétera.

Pero, ¿qué clase de lugar era el Pabellón del Loto Rojo? Era la residencia de ese bastardo, Chu Wanning, la guarida maldita que todos llamaban el Infierno del Loto Rojo. Solo unos pocos de la Cumbre Sisheng lo habían pisado alguna vez. De los cuales, todos regresaron con los brazos o las piernas rotas. Por eso, además del Infierno del Loto Rojo, la residencia de Chu Wanning tenía otro apodo más modesto: el Pabellón de las Piernas Rotas.

Los discípulos de la secta tenían un chiste secreto: "El pabellón esconde una belleza; la belleza posee a Tianwen. Entra por la Puerta de las Piernas Rotas y conoce la agonía de tener las piernas rotas. Si quieres que te destrocen los meridianos, no busques más allá del Anciano Yuheng".

En una ocasión, una intrépida discípula terriblemente lujuriosa se había atrevido a codiciar la belleza del Anciano Yuheng. En una noche sin luna, se escabulló a la cima sur para subir al tejado, con la esperanza de espiar al anciano mientras se bañaba.

El resultado era previsible. Aquella guerrera había sido escoltada por Tianwen hasta la mismísima línea entre la vida y la muerte, y permaneció postrada en cama durante no menos de cien miserables días. Además, Chu Wanning había declarado que cualquier otra transgresión se castigaría directamente con arrancarle los ojos.

¿Lo ves? ¡Qué brusquedad! ¡Qué comportamiento tan insensible! ¡Qué hombre tan detestable!

Dentro de la secta, hubo varias jovencitas ingenuas y tontas que —pensando que al ser mujeres, el Anciano Yuheng se apiadaría de ellas y les tendría compasión— se reían y bromeaban con él, con la atrevida esperanza de llamar su atención. Sin embargo, una vez que el anciano masacró a aquella delincuente, nadie se atrevió a intentar ligar de nuevo con él.

El Anciano Yuheng era indiscriminado cuando se trataba de azotar, y no tenía un ápice del temperamento propio de un caballero. Aparte de su cara bonita, no tenía nada encomiable, o al menos esa era la opinión de los discípulos de la secta.

El shidi mensajero miró a Mo Ran con simpatía en los ojos. Intentó contenerse, pero al final no pudo. —Compañero Mo...

—¿Hm?

—El temperamento del Anciano Yuheng es tan malo que nadie que haya entrado al Pabellón del Loto Rojo sale en pie. ¿Por qué no intentas decir que tus heridas no se han curado y le ruegas al Anciano Yuheng que te deje lavar los platos?

Mo Ran estaba sumamente agradecido por la compasión búdica de este shidi, pero aun así rechazó la idea. ¿Rogarle a Chu Wanning? Por favor. No quería tener otra ronda con Tianwen. Así, con inmenso esfuerzo, se vistió y arrastró sus pesados pies hacia la cima sur de la Cumbre Sisheng, con la renuencia pesando en cada uno de sus pasos.

El Pabellón del Loto Rojo, el Infierno del Loto Rojo. No había ni un alma a la vista en cien millas a la redonda de la residencia de Chu Wanning. Nadie quería acercarse a donde vivía; el terrible gusto de Chu Wanning y su temperamento impredecible hacían que todos en la secta se mantuvieran alejados, observándolo solo desde una distancia respetuosa.

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