25. Emozioni (Emociones)

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Entré enfurecido en casa y di un sonoro portazo. Mi madre, Gabi y Claudio se levantaron sobresaltados de sus asientos.

―¡Marcello! ―reclamó mi madre, pero la ignoré, como llevaba haciendo desde que decidí retirarle mi palabra.

―¡Hermano, ¿qué pasa?! ―demandó Claudio.

―Necesito ver a Patrizio ahora mismo ―miré frenéticamente en todas direcciones.

―Le llamaré, pero antes dime qué ha pasado ―exigió saber.

Tragué saliva y pasé las manos por mi cabeza, con nerviosismo.

―La he fastidiado, todo iba tan bien hasta que...

―¿Qué?

No me di cuenta de que estaba temblando hasta que Claudio colocó sus manos sobre mis hombros.

―Relájate, Marcello, le tue emozioni sono un po' amplificate oggi...

―¡Mis emociones están bien! No se trata de eso.

Tragué saliva y apreté los puños tratando de centrarme.

―Dinos qué ha pasado ―presionó mi hermano.

Mi madre y Gabi me observaron expectantes, pude apreciar un leve atisbo de dolor plasmado en sus ojos y entonces comprendí que esas dos mujeres sufrían por mí.

―Se trata de Ingrid. He estado con ella, todo iba bien y entonces la he fastidiado, he dicho lo que no debía y ahora no hay vuelta atrás, no puedo recuperarla.

―Marcello... ella ahora tiene otra vida, debes respetar su decisión.

―Ella no ha decidido esa vida, la han secuestrado y manipulado, ¿es que no lo veis? Necesito salvarla, necesito...

Empecé a sentir que me faltaba el aire, la presión era tal que creía que la cabeza me iba a explotar en cualquier momento. Me tambaleé y mi hermano me acompañó rápidamente hacia la silla más próxima.

―Llamaré a Patrizio, no te muevas de aquí.

Mi madre se cubrió la boca con la mano para amortiguar la fuerza del llanto, era la primera situación que se le había escapado completamente de entre las manos y sabía que acabaría perdiéndome. Yo ya no era el mismo, durante años me había estado conteniendo, tratando de sobrevivir e invirtiendo todos mis esfuerzos en recuperar una parte perdida de mí mismo, pero ahora sentía que las dificultades con las que debía lidiar eran otras. Ingrid estaba ahí, cerca de mí, podía tocarla, sentirla... y aun así, era incapaz de recuperarla. Ella no quería estar conmigo y esa sensación era la más dolorosa que había experimentado. Jamás pensé que su rechazo me dolería más que la idea de su propia muerte.

Patrizio llegó y se encerró en la habitación conmigo. Con él me sentía a gusto, porque a diferencia de los demás, no trataba de disuadirme, buscaba soluciones factibles a mis problemas y eso era lo único que necesitaba en ese momento.

―La llamé por su nombre dos veces, solo fueron dos, pero bastó para que ella se distanciara de mí.

―No te preocupes, Marcello, encontraremos otra forma de volver a acercarnos.

―No la hay ―negué con la cabeza, convencido―. No quiere volver a verme y eso cambia las cosas.

De repente miré a Patrizio a los ojos; como un relámpago luminoso una decisión se acababa de instalar en mi mente.

IngridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora