44. Tra ragazze (Entre chicas)

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El paisaje era hermoso al atardecer. Las nubes naranjas parecían ser borradas por pinceladas rosas más allá de la arboleda que delimitaba nuestras tierras. En menos de una hora, una profunda y tenebrosa marea negra fue engullendo lentamente el paisaje que ya solo podía apreciarse gracias a las luces de exterior, que ofrecían una falsa sensación de seguridad.

Ingrid permaneció absorta contemplando desde la ventana del dormitorio el crepúsculo vespertino. Supe que sus pensamientos estaban lejos en ese momento y tuve la certeza de que ese era el momento más vulnerable del día para ella. Más allá de una tarde de chicas en la que habíamos tratado de conversar, visto películas y atiborrado de pasteles, había sido una tarde reveladora.

―Ingrid... ¿Por qué ya no puede ser como antes? Siempre nos hemos llevado bien y ahora te noto tan distante... prácticamente no has dicho nada en toda la tarde.

―Lo sé, sé que estoy algo distraída últimamente. ―Se frotó los párpados con los dedos―. Intento poner de mi parte, de verdad, pero es que las cosas han cambiado mucho y siento que este no es mi sitio.

Suspiré y cogí una de sus manos.

―Mira, sé que es difícil tratar de encajar todo lo que te ha pasado, aquí todos estamos dispuestos a ayudarte y... ―Miré a nuestro alrededor―. ¿Sabes lo que necesitas en este momento? ¡Un baño relajante! ¡Eso es! Ya verás cómo después de sumergirte un ratito en agua caliente con esas sales aromáticas tan buenas que tiene Marcello, vas a encontrarte de maravilla.

―Pero Paola...

―Insisto. No hay nada igual; tienes que probarlo.

La acompañé al baño y empecé a llenar la bañera ovalada vertiendo una generosa cantidad de sales que olían a miel y eucalipto.

Dejé a Ingrid sola y regresé a la habitación. No quise dejar pasar la oportunidad de rebuscar un poco. Necesitaba saber qué nos ocultaba, pero ¿cuál sería el mejor lugar para ocultar las pistas? Teniendo en cuenta que Marcello la vigilaba día y noche tenía que ser un lugar en el que él no reparara. Miré la habitación y me detuve en el vestidor. Abrí la puerta y empecé a mover los vestidos de Ingrid colgados en sus perchas hasta que algo cayó de las alturas al suelo. Me agaché para recoger el sobre y lo abrí con decisión. Vi el informe médico que le habían dado en el hospital, las escrituras de su casa en las afueras y los permisos firmados para las reformas. Seguí mirando y, de repente, ahí lo encontré; sonreí mientras leía detenidamente ese documento para tratar de retener toda la información en mi cabeza.

Ahora la duda estaba en si desvelaba ese descubrimiento a Marcello o no. Suspiré y, tras deliberarlo durante un rato, llegué a la conclusión de que lo mejor sería actuar por mi cuenta. Si se lo confesaba a Marcello se precipitaría como hacía siempre; además, otra parte de mí quería saber a dónde llevaba todo esto.

―¿Paola?

Escuchar la voz de Ingrid me hizo devolver el sobre a su sitio con rapidez y salir a recibirla antes de que me descubriera.

―¿Te ha sentado bien el baño?

―Sí, lo cierto es que sí...

―Me alegro ―dije esbozando una gran sonrisa―, ahora vístete. Vamos a cenar a mi casa y de paso te presento a Flavio.

―Pero verás, yo no creo que...

―¡Shhhh! ―La silencié―. Será una cena muy rápida, lo prometo.

No se atrevió a llevarme la contraria. Estuve a su lado mientras se vestía y se secaba el pelo, no aparté la vista de ella ni un segundo mientras trataba de explicarle lo que se había estado perdiendo todo este tiempo: mi relación con Flavio, la llegada de Gabi y cómo con su chulería y soberbia había dejado prendado a Claudio. Le conté todos los sucesos más relevantes mientras conducía hasta mi casa. No dejé de hablar hasta que aparqué en el garaje.

―Sé que está todo un poco revuelto ―traté de excusarme por las cajas que había en el suelo del garaje ―. Son de Claudio, Gabi le está reformando la casa y decidió guardar aquí sus cosas.

Ingrid miró con detenimiento una de las cajas que estaba abierta y me acerqué a ella.

―Vamos por aquí ―sugerí cogiéndola de la mano y acompañándola hacia las escaleras.

Parpadeó un par de veces para centrarse y me siguió a la planta superior.

Durante la cena miré el reloj unas cuantas veces, era extraño que Marcello tardara tanto en venir, pero lo cierto es que no me importaba. Estábamos pasándolo bien, Ingrid se había relajado lo suficiente como para reírse de las bromas de Flavio y todo iba de maravilla.

Fue justo en el momento en el que Ingrid se ausentó para ir al baño, cuando Marcello me llamó.

―¿Dónde estáis? ¿Todo ha ido bien? ¿Cómo se encuentra Ingrid?

Puse los ojos en blanco.

―Estamos muy bien, acabamos de cenar con Flavio. ¿Se puede saber qué has estado haciendo durante todo el día?

―Tenía trabajo atrasado y ya sabes cómo es nuestro padre... De todas formas, ya estoy en casa, ¿paso a buscar a Ingrid?

―No hace falta, la acercaré yo en un momento.

―Gracias, Paola. Gracias por no dejarla sola.

Sonreí y colgué el teléfono. ¿Qué se traía Marcello entre manos? Era obvio que no solo había estado trabajando, pero no entendía por qué no me lo decía; sabía que siempre podía contar conmigo.

Suspiré con resignación. Ahora, tanto Ingrid como él tramaban algo; un secreto que no podían compartir con nadie y la curiosidad por desvelarlo me estaba matando.

IngridWhere stories live. Discover now