51. Impulsività (Impulsividad)

553 86 1
                                    


―¿Ya está todo a punto, Marcello?

Mi madre se acercó a mí con paso vacilante, sin quitar ojo a la maleta que estaba tratando de cerrar a la fuerza.

―Creo que sí. Aunque estoy nervioso; tengo miedo de volver a llegar tarde. No podría perdonármelo.

―No te preocupes, Fabrizio tiene vigilado a Cristóbal, si intenta algo le detendrá. ―Me acarició la espalda con cariño―. Me preocupas más tú, cielo. Me preocupa que cuando consigas tu propósito y regreses, tengas que hacer frente a una situación que no quieres.

―En eso consisten los negocios, madre.

―¡Vamos Marcello! ¡Jamás te enseñamos a que vieras el matrimonio como un negocio! Eso no va con nosotros, no necesitamos que pases por algo así para...

―Yo sí lo necesito. ―La miré muy serio―. Fabrizio me ha puesto contra las cuerdas y ha conseguido que, después de este viaje, ya todo me dé igual. Si hay una posibilidad de que Ingrid pueda llevar una vida normal, sin nada que la atormente... todo habrá merecido la pena.

Mi madre negó con la cabeza, dándose por vencida. Era absurdo tratar de razonar conmigo cuando ya había tomado la decisión más importante de mi vida. Ni siquiera los sabios consejos de Patrizio me hicieron cuestionármelo esta vez.

―¿Se sabe algo de ella? ―preguntó, devolviéndome a la realidad.

―No la han vuelto a ver. Han intentado localizarla pero es bastante escurridiza.

Ella asintió.

―Todo irá bien, ya lo verás ―intentó animarme.

Sonreí levemente.

―Eso espero.

Nuestra conversación quedó interrumpida cuando Mauro entró abatido en la habitación.

―Tenemos que irnos ya, creen haber visto a Ingrid cerca del refugio de su padre.

No hubo nada más que decir. Cogí la maleta y corrí por la casa hasta salir al exterior. El avión nos esperaba fuera y un séquito de hombres nos acompañaba para que nada pudiera salir mal.

En cuanto entré en el avión privado de mi padre, se cerraron las puertas que indicaban que en breve íbamos a despegar. El corazón me iba a mil por hora y Fabrizio no hacía más que hablar acaloradamente por teléfono. Tragué saliva, me abroché el cinturón y esperé a que nos pusiéramos en marcha. Claudio me miró y sus ojos reflejaron un sentimiento diferente: pena. Sentía pena de mí y eso hizo temerme lo peor; ¿acaso sabía algo que yo ignoraba?

―¿Cuánto tardaremos en llegar?

―Pocas horas, hermano, tranquilo.

―Es demasiado tiempo. ―Negué con la cabeza―. Esto no va a salir bien. ―Clavé las uñas en mis rodillas obligándome a mantener la calma.

―¿Por qué dices eso? No es momento de ser pesimistas.

―Solo contéstame a una pregunta, Claudio, ¿cuánto tiempo se necesita para matar a una persona?

―Aun suponiendo que Ingrid y su padre se encuentren cara a cara, no creo que tenga intención de matarla.

Me mordí el labio para controlar la ira.

―Tú no lo conoces ―siseé entre dientes―. Ese hombre es capaz de hacer cualquier cosa por un par de monedas.

Claudio suspiró.

―Para. No hables. No digas absolutamente nada. Todos estamos estresados y lo que menos necesitamos son tus descargas de negativismo.

Cubrí mis ojos con la mano; no quería pensar, pero era inevitable. Por mi cabeza no pasaba ni un solo pensamiento positivo.

Dos horas más tarde, Fabrizio se desabrochó el cinturón de seguridad y, junto a sus hombres, se acercó a nosotros. Claudio interpretó que quería hablar conmigo y le cedió el asiento a mi lado dejándonos a solas.

―Ha... ha habido un contratiempo ―empezó dando vueltas a su teléfono móvil en la mano.

Mis ojos se abrieron de par en par.

―¿Qué contratiempo?

―Se trata de Andrea, el hombre que estaba vigilando a Cristóbal y lo estaba haciendo más exhaustivamente desde hace unos días...

Empalidecí.

―¿Qué?

―Antes de que digas nada, otros de mis hombres van para allí ahora mismo, así que si no llegamos nosotros antes lo harán ellos y...

―¿Qué le ha pasado a Andrea? ―reclamé impaciente.

Desvió la mirada al suelo.

―No responde a mis llamadas. No consigo ponerme en contacto con él y parece como si le hubiera pasado algo.

―¡¿Cómo dice?! ―Podía sentir el latido de mi corazón contra las costillas.

―Seguramente no sea nada grave, pero llevo mucho tiempo tratando de localizarle y con Andrea esto no es habitual, y más sabiendo que íbamos a reunirnos con él y no podía perder de vista a ese hombre...

―¿Entonces me está diciendo que el encargado de vigilar a Cristóbal y proteger a Ingrid si fuera necesario ha desaparecido? ―Pasé las manos por la cabeza con nerviosismo―. Dios mío, ¿y si Cristóbal le ha descubierto y le ha matado? ¿Se da cuenta de lo que eso significaría?

―Cálmate, Marcello, estamos de camino, lo descubriremos en breve.

―Teníamos que haber volado mucho antes.

―¡Solo hemos tardado dos días! No podíamos haber programado el viaje en menos tiempo y lo sabes. Necesitamos permisos para viajar fuera de Italia, hoteles seguros donde instalarnos, escoltas conocedores del lugar donde vamos a ir... No es tan sencillo para nosotros, y más teniendo en cuenta lo que vamos a hacer.

―Solo espero que tanto trámite realmente sirva para algo y que lleguemos a tiempo. Si algo malo le pasa a Ingrid, yo...

―Ya lo sé ―me interrumpió con rapidez―, y créeme, soy el primer interesado en que a esa muchacha no le pase absolutamente nada, así que pondré todo de mi parte para mantenerla sana y salva.

Aterrizamos a las afueras de Barcelona. Tres furgonetas negras nos esperaban para llevarnos al lugar exacto donde se escondía ese indeseable.

Entré con rapidez en una de ellas; al hacerlo, me percaté de que el GPS marcaba el destino al que debíamos dirigirnos. No aguanté más la espera, me bajé del vehículo y ocupé el lugar del conductor. No di tiempo a que el chico junto a mi hermano y los guardaespaldas abrieran las puertas laterales y, en un impulso repentino, arranqué levantando una gran polvareda en el terreno arenoso. Vi a mi hermano por el espejo retrovisor alzando la mano para tratar de llamar mi atención, mientras hacía claras señas indicándome que parara; pero en mi opinión ya habíamos perdido demasiado tiempo y necesitaba llegar allí cuanto antes; debían entender mi urgencia.

IngridWhere stories live. Discover now